Los rusos, los espías y los burros catalanes
No me refiero al “ruc” o al “burro català”, bonita raza de équidos que pueden encontrar en Cataluña, sobre todo en los Pirineos. Ese que, de forma inesperada (yo me enteré a fuerza de ver la pegatina en los coches), acabó siendo en un emblema de Cataluña.
Tampoco hablo del catalán normal, quien vive y trabaja en Cataluña y no está todo el día pensando en cómo dar por saco a los “españoles” en general y a los catalanes que no piensan como él en particular.
Me refiero, claro, a ese catalán “burro”, es decir “tonto”, que no es simplemente un bobo que no sabría hacer daño, sino que es tonto con maldad. El que, según Carlo María Cipolla, es el peor de todos porque se hace daño hasta a sí mismo y a los suyos con sus tonterías.
El tipo de burro que lleva años destrozando Cataluña. No a él personalmente en el corto plazo, pues lo normal es que cobre un sueldo de la administración que depende justamente de que sea un tonto consumado. Un burro así puede llevarse tranquilamente más de 100 mil euros anuales (y aún le parece poco. Recordemos cómo Laura Borràs decía que su trabajo no estaba pagado con nada). Pienso en uno como Joan Ignasi Elena, del que aún esperamos alguna explicación con sentido del cese del comisario Estela. Que es incapaz de dar la cara por la sucesión de noticias intolerables sobre los Mossos: guerras internas, concursos amañados o denuncias judiciales. Que tiene a Cataluña como territorio sin ley, con delitos graves de sangre, y no sabe por dónde tirar.
Este tipo de burro no es bueno porque hace daño. Y, por su condición, es muy atrevido. Elsa Artadi, por ejemplo (ahora ya con tierra de por medio. No era muy buena con Cataluña pero quizá no tan tonta), que al parecer se reunió secretamente con un hombre de Gorbachov y Vladímir Putin en Barcelona. Los independentistas buscaban el apoyo de Moscú. Menudo ojo. Y si quieren entender la frase “hacer el burro” fíjense en esto: los del Kremlin buscaban una legislación favorable a las “criptos” si Cataluña se independizaba. Nos hubiera ido de perlas, ya se lo pueden imaginar. El 27 de octubre de 2017, el mismo día en que el Parlamento catalán aprobaba la resolución para la independencia unilateral de Cataluña, se celebró una reunión de amagatotis en el hotel Colón de Barcelona. Allí estaban la susodicha Elsa Artadi, entonces consejera de Presidencia y portavoz del Govern; el responsable de relaciones internacionales de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), Víctor Terradellas; el intermediario Jordi Sardà, y un misterioso ruso recién llegado de Moscú. Artadi, tras ser elegida cabeza de lista, renunció por sorpresa el pasado marzo a ser la alcaldable de JxCAT por Barcelona en las municipales del año que viene y presentó su dimisión. Cinco días después, Víctor Terradellas estaba citado en el Juzgado de Instrucción número 1 de la ciudad, que investiga el caso Voloh, que es como se llama este lío con los rusos.
Otro burro con mala idea y que nos hubiera puesto en grave peligro es el ex presidente de la Generalitat Quim Torra. Según un informe de la Guardia Civil revelado por El Mundo, se reunió con tres representantes de los Comités en Defensa de la República (CDR) el 9 de agosto de 2018 para «calentar» la conmemoración del 1 de octubre. Algunos de los miembros de los CDR fueron procesados por pertenecer a organización terrorista. Esa joya de presidente les instó a hacer «algo potente» el 1-O. Que montaran un cirio que les permitiera tomar el “control efectivo de la comunidad». Y comprometiéndose a que los Mossos no persiguieran sus acciones durante ese indeseable «control efectivo».
Por cierto, Torra les aseguró que había muchos mossos independentistas. Y para que esta ominosa inclinación no decaiga, ahí está Joan Ignasi Elena con sus tejemanejes. Por eso no da explicaciones razonables: el burro malvado sigue tozudo en hacer el mal.