OPINIÓN

Rusia India y China: la pesadilla geopolítica de Washington

Rusia India y China: la pesadilla geopolítica de Washington

Parece que nos ha mirado un tuerto. No es solo que se estén produciendo los alineamientos geopolíticos que el difunto politólogo y asesor del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, consideraba un escenario de pesadilla; es que el propio Washington está precipitando esos resultados.

Primera pesadilla: la confluencia de Rusia y China. La mayor victoria de Estados Unidos sobre su rival en la Guerra Fría la llevó a cabo la Administración Nixon, de manos de su genial secretario de Estado, Henry Kissinger, al separar a las dos grandes potencias comunistas y atraer a China a la órbita americana. América podía con la URSS y podía con China; con las dos juntas, el resultado ya era más dudoso.

Desde entonces fue dogma de la política exterior norteamericana que había que evitar a toda costa y a cualquier precio un acercamiento de Rusia y China. Todo eso saltó por los aires con el proceso que se inició con el golpe de Estado en Ucrania contra Yanúkovich y terminó con la guerra en Ucrania.

Frente a la hostilidad abierta del bando occidental, Estados Unidos y la Unión Europea, con unas sanciones pensadas para quebrar la economía rusa y aislar el país, a Moscú no le quedó otra que echarse en brazos de su vecino y tradicional enemigo geopolítico, China.

Pero estas semanas pasadas hemos asistido a otra actuación en la que Trump ha provocado un alineamiento no menos desastroso para los intereses norteamericanos, y precisamente aplicando medidas encaminadas a lograr exactamente lo contrario.

China e India no solo son enemigos naturales como rivales económicos y vecinos (regla general: tu vecino suele ser tu enemigo en geopolítica, así como los vecinos de tu vecino tienden a ser tus mejores aliados); es que, de hecho, tienen una acerba disputa territorial por el estado indio de Arunachal Pradesh y por la región de Aksai Chin, en Cachemira, disputa que recientemente se tradujo incluso en un intercambio de disparos.

Es decir, los responsables de la política exterior norteamericana podían estar razonablemente tranquilos en el sentido de que, aunque ambos pertenecieran al grupo de los BRICS, China e India se mirarían siempre con desconfianza.

Y así ha sido hasta hace nada, cuando Trump decidió castigar con aranceles salvajes a la India por comprar crudo a la sancionada Rusia.

La idea, claro, era separar a India de Rusia, forzar una cuña entre aliados. Pero el resultado ha sido el contrario: India, como antes Rusia, ha echado pelillos a la mar en sus contenciosos con el vecino del norte, ha hecho las paces con Pekín y ha confirmado su cercanía con Rusia. «El elefante y el dragón deben caminar juntos», ha declarado el líder chino Xi Jinping, celebrando esta terrorífica unión de los dos países más poblados del planeta.

El debate sobre el fin de la hegemonía global de Estados Unidos es perfectamente legítimo, como lo son las dos posturas extremas en el mismo. Los comentaristas se decantan por una u otra posición con buenos argumentos: es posible que estemos asistiendo al fin del «momento unipolar», como también lo es que aún quede hegemonía global norteamericana para rato. Pero habría que ignorar toda la historia de la Humanidad para negar que todo imperio tiene fecha de caducidad.

Igualmente difícil es negar que ha sido una amarga semana para el bando occidental. La cumbre de Tianjin de la Organización de Cooperación de Shanghái este fin de semana ha ofrecido al mundo una fotografía que debe dar dolor de cabeza en las cancillerías occidentales.

O, mejor, fotos, muchas. Ver, por ejemplo, al líder ruso, que desde Europa se decretó fatalmente aislado, en el centro de la imagen, rodeado de líderes de países con cada vez más peso económico y demográfico en el mundo, debe de haber sido una píldora amarga tanto en Washington como en Bruselas. Como ver el cordial y sonriente abrazo del indio Modi y Xi Jinping.

Visto desde otro punto de vista, Trump podría sentirse orgulloso: esa foto es obra suya y de sus inmediatos predecesores. Nadie pensaba en sustituir al dólar como moneda internacional hasta que la avalancha de sanciones empezó a hacer prudente reducir la exposición de los países a la divisa americana. Como nadie se planteaba limitar su vinculación con el mercado de Estados Unidos hasta que Trump inició su caótico bombardeo de aranceles a todo el mundo.

Ambas baterías de medidas, sanciones y aranceles, pretendían ser palancas para forzar un mayor alineamiento de las potencias díscolas con el gigante norteamericano, pero el remedio ha sido peor que la enfermedad; de hecho, podría decirse que el remedio ha provocado la enfermedad. El resultado es la creación de una comunidad internacional paralela de países emergentes que han intensificado el comercio mutuo y la cooperación económica por miedo a la dependencia con un país, Estados Unidos, cada día más imprevisible.

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