La flotilla de la risa e Illa en Waterloo

No sé cuál de los dos eventos me inspira más reflexiones sarcásticas. Cuando en agosto del 24 se formó el nuevo Gobierno de Cataluña, esperanzas no tenía ninguna. Aun así felicité a uno de sus miembros, que había hecho una estupenda labor en el Parlamento Europeo. Y me contestó: «Gràcies, ho farem bé» (gracias, lo haremos bien). Y así se ha desarrollado el asunto: este pasado martes, Salvador Illa, su esperanza blanca, lamía las botas del fugado en sus dominios de Waterloo. No me vale la pena comentárselo. Seguramente no me respondería.
Podría asegurar que todos los catalanes constitucionalistas no vemos en Salvador Illa más que el reflejo del gran felón de Madrid, el tipo que nos vende cada día por un puñado de votos. ¿Para mejorar el mundo? ¿Para «pacificarnos»? No me hagan reír. Ya puede ir Sánchez a contar cuentos a The Guardian: no es más que un parásito comiéndose a bocados la poca dignidad que le queda a este país. Todo para alargar un poco más «el tiempo de vino y rosas», de «Falcons y vacaciones para toda la familia en La Mareta» que está disfrutando. Lo único que consuela un poco es saber que el presidente de la Generalitat es la criatura más odiada también por el independentismo. Ya puede ponerse de perfil con la kermés heroica en el puerto de Barcelona, criticando a Israel o haciéndose el loco cuando el PP le exige que tome medidas con el payaso de Toni Albá y sus lamentables comentarios ante la muerte del ex presidente de Aragón, Javier Lambán. «No me alegré nunca de la muerte, pero en el caso de un hijo de la gran Ñ haré una excepción», llegó a decir. Pero, haga lo que haga, le seguirán viendo como un colonizador españolista okupando las instituciones catalanas. Que son del poble. También en Junts y en ERC ven al Vivales (como llama Albert Solé a Puigdemont) como un cómplice.
Por suerte han tenido esa fiesta en el puerto. Y han podido lucir sus banderas cubanas junto a la de Palestina, ese estado que no existe y dudo mucho de que vaya a existir. Como la República (¡podrían hermanarlas!). Algunos de los votantes del nacionalprogreísmo habrán subido a esas embarcaciones del Capitán Araña, ese que era famoso porque embarcaba a la gente y él se quedaba en tierra. Vaya confianza. Veinte embarcaciones con 300 activistas de 44 países diferentes zarparon el domingo del puerto de Barcelona y desde entonces todo han sido problemas: siete han tenido que volver, y el resto están detenidos en Menorca con daños y averías. El propio yate de Ada-o el ardor-Colau, el Alma Explorer, lleva desde el martes dando tumbos por las calas de Menorca, con otros dos, el Estrella y el Manuel. No es mal sitio para alargar las vacaciones. La ex alcaldesa (tan bajo cayó Barcelona) culpó a los problemas técnicos y a los precarios recursos la errática indecisión actual de la flotilla que iba a medirse con Israel. Esperando, seguramente, su caldereta en algún Club Náutico, ha comunicado al mundo: «Lo estamos haciendo porque no lo hacen los gobiernos. Ojalá pusieran a nuestra disposición una flota de barcos en perfecto estado y comunicaciones de última generación». Pueden imaginar el cachondeo en las redes.
Pero hay que posar de cara a la galería. Puigdemont se despachó con un: «En situación de normalidad democrática, esta reunión se debería de haber producido hace muchos meses y no en Bruselas sino en el Palau de la Generalitat». E Illa no tuvo reparo en afirmar que esa reunión había sido un buen ejemplo de que «el diálogo es motor de la democracia». Después de la hazaña podrían pasar el finde en Menorca con Greta y Ada. Total…