Reírse de la ley es el principio del fin de la democracia
Pedro Duque e Isabel Celaá. Isabel Celaá y Pedro Duque. Tanto monta, monta tanto, uno que otro a la hora de erigirse como verdaderas antítesis de lo que debe ser un representante institucional ejemplar. OKDIARIO publica en exclusiva que el ministro astronauta que no quería pagar impuestos también incurrió en el falseamiento de un documento oficial —idéntico caso al de la portavoz del Gobierno— al tratar de ocultar en su declaración de bienes la empresa que compatibilizó ilegalmente con su desempeño ministerial. Hizo un Celaá y volvió a demostrar que la ética del Gobierno socialista cotiza muy a la baja tan sólo cuatro meses después de llegar al poder aupado por independentistas, comunistas bolivarianos y nacionalistas vascos.
Tanto Pedro Duque como Isabel Celaá no han dejado de reírse de los españoles con sus falsedades e irregularidades. Se supone que Pedro Sánchez basó su moción de censura en el principio de la «ejemplaridad» para echar a Mariano Rajoy, pero lo cierto es que a lo largo de su corto periplo en La Moncloa ha dejado una concatenación inacabable de escándalos, amén de una economía en estado de alarma —la prima de riesgo se ha disparado un 14% desde que gobierna el PSOE—, unos presupuestos con el gasto disparado y una situación de caos generalizado en Cataluña que sólo hace aumentar por la debilidad parlamentaria del Ejecutivo.
Con ese contexto, se hubiera agradecido que, al menos, tanto los ministros como el presidente del Ejecutivo hubieran ejercido sus respectivos cargos con escrupuloso arreglo a las reglas de la ética y la moral en la vida pública. No obstante, lejos de eso, los casos de Pedro Duque e Isabel Celaá —sus mansiones ocultas y sus mentiras descubiertas por este periódico— ejemplifican perfectamente la esencia propagandística de cartón piedra que define al actual Ejecutivo. Pregonan todo lo que incumplen y, por tanto, se ríen de la ley, que es lo mismo que propiciar el principio del fin de la democracia. La tragedia para España es que no hay el más mínimo sentido de Estado en este Gobierno. Si les importara más el futuro de los ciudadanos que mantenerse en el poder a cualquier precio, mañana mismo Duque y Celaá dejarían de ser ministros.