Real Madrid, la España que Sánchez quiera destruir

Real Madrid Pedro Sánchez

En la casa del Real rezan para que el todavía presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, no decida acudir a la final de la Champions en Londres el próximo 1 de junio. Puede ocurrírsele -le dicen a este cronista- porque en Wembley, sede del partido, no encontraría un ambiente tan hostil como el que pudo haber sufrido este miércoles en el Bernabéu. Sánchez, como el tontaina de Zapatero, se confiesa seguidor del Barcelona, que ahora mismo representa el revés de todos los valores de los que visten sempiternamente al Real. El Barcelona del pícnico y abotargado Laporta (un día, Joan, te va a dar algo) es la representación viva de la mala administración, del rencor a quien le vence en buna lid, de mil irregularidades y desde luego de corrupción. O sea, un calco literal de la España que está destrozando Sánchez.  En la casa del Real reina el buen ambiente con un líder, también de apellido Pérez, donde no se malgasta un euro y donde el mérito es la característica más evidente de su razón de ser.

Podría decirse acaso que la leyenda que en estos últimos partidos puebla las gradas de la Castellana: «Nunca rendirse» guarda un cierto parangón con las proclamaciones de «Resistencia a toda costa» que pregona Sánchez en sus libros plagiados por un negro o negra, un amanuense, según convenga. Nada más lejos de la realidad: la mención del Real apoya su obligación de luchar hasta el final con todos los métodos deportivos que pueda recabar; la famosa resiliencia (un palabro absolutamente prescindible y estúpido) es encallarse en el poder y emplear para ese fin los medios más infames para conseguirlo. Diferencia abismal.

La España del Real marcha orgullosamente por el mundo, la decadente de Sánchez sólo se relaciona amicalmente con la escoria más desdeñable del universo, los golfos de Puebla, una serie de dictadorzuelos infames en los que el dúo Zapatero-Sánchez bebe ansiosamente para convertir a una de las naciones más veteranas de Europa en un despojo -dicen que confederal, aunque no saben qué supone esa acepción- un país que ha dejado de codearse con el Occidente más deseable. El Real Madrid cobra por salir al exterior, el Gobierno del individuo paga por recibir alguna mención en los periódicos de Europa, pongamos por ejemplo. El Real llega a América, también al sur, y es recibido como paradigma del triunfo y el prestigio.

Sánchez se pasea predicando consignas ultraizquierdistas (la última, el reconocimiento de un fantasmal Estado palestino) y no recibe más que coces, aunque, eso sí, su propaganda pagada a precio de gran capital, falsea la realidad y dice que hasta Noruega, país (sic) de la Unión Europea, apoya la iniciativa del farsante. En esta España decolorada, a punto de extinción y no ebullición como lo era hasta la llegada al poder de estos sujetos, se ha destruido la voluntad, el mérito y el trabajo, se están deformando colegiales vagos e indolentes porque ya pueden suspender hasta los veinticinco años, y la depauperada y risible Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, coincide con los paniaguados sindicatos en el objetivo de trabajar menos y ganar más. Lo exigen tipos como Álvarez y Sordo, que llevan sin pegar un palo al agua desde que la mili se hacía con lanza.

El Real saluda en las derrotas (cuando pierden dan la mano, clama su himno más antiguo) mientras Sánchez reiteradamente ni siquiera felicita a quien, como en las elecciones municipales y autonómicas y generales, le ha propinado un sopapo en toda la faz. Cuando nuestro Felipe VI (esperemos que viaje a Wembley porque encima da suerte no como el cenizo Zapatero) visite el Bernabéu, el presidente del Real le recibe como corresponde. Cuando Sánchez al contrario espera al Monarca, se mete las manos en los bolsillos, como si estuviera aguardando a la señora que viene de negociar con comisionistas de todo jaez. Los socios de este depravado presidente (aún) berrean mientras suena el Himno Nacional mientras los del Real corean su música emocionados de poder cantarla todavía en algún lugar de España. El blanco puro es el color del Real, el rojo sanguinolento es el que viste al socialismo más agresivo históricamente.

En su afán troglodita de apropiarse de los resultados ajenos, no es extraño que los monaguillos de Sánchez, su jefe del Deporte sin ir más lejos, se intenten enchulecer con las victorias reales, mientras, eso sí, encubren todas las fechorías que han perpetrado los dirigentes del deporte más cercanos al dúo en cuestión. Ahora se han subido a la chepa de Vicente del Bosque, un hombre íntegro desde luego que de siempre ha reconocido ideas izquerdistas. Habrá que preguntar: ¿por qué lo has hecho Vicente? ¿Estos te van a ensuciar? Pero esta maniobra no va a salvar a Sánchez de aparecer de cómplice conspicuo de Rubiales, un pillastre que se ha forrado con anuencia de su patrocinador. Años se ha llevado el Real Madrid denunciado las pillerías del futbol español (compra de árbitros incluida) pero el Gobierno, que tiene -y no sé por qué- el Deporte en general bajo su égida, no le ha prestado ningún caso.

Estos bobos, costaleros de Sánchez, aún mantienen que el Real Madrid fue el equipo del franquismo. Pero, vamos a ver, analfabetos: ¿quién recalificó Les Corts? ¿Quién fue nombrado presidente de honor del Barcelona? ¿Quién llevaba en su escudo el de la Aviación gloriosa de la época de la autocracia? Bernabéu se llevaba con Franco como los endiablados y probablemente falaces cronistas del corazón filtran que Sánchez se lleva con la señora Begoña. Allá ellos. El Real Madrid, ahora y antes, es el reflejo de la España grande, Sánchez es la consagración de la mentira y la cutre desesperanza de una Nación que no sabe ya cómo salir de esta deplorable situación en la que nos ha colocado el socialismo de arrebatacapas. Casi España entera, con excepción de la Racu y de TV3, esos culés envidiosos y enrabietados, quiere ahora la nueva Orejona, la Copa de la Champions para el Real Madrid, y desean fervientemente que, por favor, por favor, Pedro Sánchez se quede en su casa, o sea, en nuestra Moncloa, el día 1 de junio, o que se vaya a uno de los palacetes que le pagamos, todo menos verle reír y engalanarse con la nueva y previsible conquista de su equipo más odiado: el Real Madrid.

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