¡Qué solo me estoy quedando!

A propósito de los numerosos artículos que se han escrito sobre María Branyas, recientemente fallecida a los 117 años después de una vida «larga y feliz», lamento que la reflexión de un periodista como yo, que va a cumplir ¡¡¡94 años!!!, no sea todo lo positiva que para muchos pueda ser, por la sencilla razón de que, cuantos más años cumples, más solo te vas quedando. Lo sé por experiencia: últimamente he perdido a la mayoría de mis amigos, tan necesarios en la vida de todo ser humano, compañeros no solo del colegio de los Maristas donde estudié el Bachillerato, sino de la Universidad de Granada donde me licencié en Derecho e incluso de la profesión que vengo ejerciendo ya hace 70 años, desde que me licencié en la Universidad de Navarra después de haber pasado por la Escuela Oficial de Periodismo en pleno franquismo.
Ante este panorama, recuerdo la Rima LXXIII del poeta español Gustavo Adolfo Becquer: «¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!». En mi caso, ¡que solo me estoy quedando! Afortunadamente, tengo amigos como Alberto Alonso y María Dolores Góngora. Y personas a las que admiro, como el rey Juan Carlos a quien conocí en su época de cadete de la Academia General Militar de Zaragoza. Y en Estoril. La amistad y la confianza me impidieron publicar el reportaje del año al sorprenderle en un rincón del solitario bar del hotel Palacio de esa ciudad portuguesa abrazado a Pier Angeli, la más famosa de las artistas del momento, que había acudido a Estoril como estrella invitada a los carnavales.
Al advertir que les había fotografiado, me pidió que no lo publicara. Eran unos años duros para todos. También para quien podía considerarse como prisionero de Zarzuela, un «prisionero» que sólo se sentía libre cuando viajaba a Portugal. «Estoril aparece en mi memoria vinculada a lo más agradable que tiene esa peripecia humana que es vivir en libertad. Aquellos tiempos fueron la edad de oro de mi vida, el paraíso perdido de mi infancia», me reconocería don Juan Carlos.
Porque Zarzuela era entonces un modesto pabellón de caza de Patrimonio Nacional donde vivía, con serena dignidad, un compás de espera que parecía no tener fin. «Estoy cansado de esta situación. Quiero saber de una vez para siempre qué voy a hacer. Estoy aburrido», me confesaría en uno de nuestros encuentros en Zarzuela con motivo de las fiestas de cumpleaños del príncipe y de las infantas, a las que yo acudía para hacer un reportaje provisto, incluso, de… tarta.
¿Sabes cuánto gano yo?
Cuando dejé la agencia Europa Press para fichar por Hola, la prensa publicó que se trataba del contrato del siglo, económicamente hablando. Don Juan Carlos, que había leído la noticia, me llamó para conocer… cuánto iban a pagarme. Se lo dije. Mi sorpresa fue grande cuando le oí decirme: «¿Sabes cuánto gano yo?». No recuerdo la cifra, pero era como la cuarta parte de lo que yo iba a cobrar. «Si hasta las Coca-Colas y las llamadas telefónicas que realiza Sofía a Atenas para hablar con su madre, las fiscaliza el intendente general de El Pardo, Fuertes de Villavicencio, del que Zarzuela depende», me informó con tristeza.
Todo esto lo recuerdo como prueba de la buena relación existente en aquellos años entre entonces el rey y este periodista que mucho le quería, cariño sin duda alguno correspondido.
Mi experiencia minera
¿Quieren que les cuente mi vida como una obligada aportación a la verdad de lo que dice un compañero? Porque en mí se cumple lo que recuerda Jorge Bustos: “»No vive quien más se cuida. Al contrario, aquel que más se expone sobrevive». Con más de sesenta años de profesión, subiendo a los palacios y descendiendo a las cabañas, lo respaldan: guerras como las de Argelia y Marruecos en 1962 y la de Ifni.
Los terremotos de Agadir (29 de febrero de 1960) e Irán (1 de septiembre de 1962). Y bajando a las minas de Sabero, en León, durante los años 1953 y 1954, para trabajar de ayudante de picador a 500 metros de profundidad. «Desearía que regresaras enriquecido pero no envilecido. Ni humana ni políticamente», me escribió mi padre, aquel gran hombre de mi vida, que vivió con intranquilidad constante mi experiencia minera. Y qué decir de aquel importantísimo viaje del Papa Pablo VI a los Santos Lugares por ser la primera vez que un Papa salía del Vaticano.
Tampoco puedo olvidar, a la hora de hacer balance de mi vida, LA MUERTE DE ISABEL, mi hija única, una garantía de inmortalidad, la única cosa eterna que se esfumó la muy desgraciada a lomos de un caballo muy distinto a esos que yo amo tanto, víctima de la droga y el sida. ¡Qué horror el de aquel día! Y también, crisis matrimonial, con divorcio y nulidad.
Y haber escrito 25 libros, entre ellos Letizia y yo, cuya publicación fue motivo para que me echaran de El Mundo después de veinte años. Y mis viajes reales, mas de cien al extranjero acompañando a los reyes Juan Carlos y Sofía. Sin olvidar mis treinta bodas reales, de la Casa Real española con la de Juan Carlos y Sofía a la Casa Imperial de Irán con el Sah y Farah.
Y los entierros, entre otros muchos, el de Balduino, Federica, Grace y Rainiero de Mónaco, sin olvidar a… Onassis, el ‘griego de oro’, en su paraíso de la isla de Scorpios, a la que entré por primera vez.
Y entre las grandes entrevistas, la inolvidable del 15 de marzo de 1969 con la última reina de España, Victoria Eugenia, en su exilio de Lausana. La primera pregunta que ella me hizo fue: «¿Cómo sigue el cerdo?». Ante mi desconcierto, insistió: «Sí, el cerdo, me refiero al cerdo» y como yo seguía desconcertado, levantó la voz y un poco airada me aclaró: «Me refiero a Franco. Nunca debí volver al país en el que mandaba el hombre que mantenía a mi hijo en el exilio».
Y hablando de su nieto, el rey Juan Carlos: «Igualito que mi marido. Genéticamente Borbón. Se casó enamorado, pero en seguida empezó a engañar a doña Sofía». Y me negó que ella hubiera dicho a Franco, en su encuentro en Zarzuela, lo que se publicó, aquello de que tenía tres Borbones donde elegir: padre, hijo y nieto: ¿Cómo iba yo a decir tal tontería cuando, horas antes, me había arrodillado ante mi hijo (el conde de Barcelona) que acudió a recibirme al aeropuerto de Barajas? Fui yo quien le pidió que me diera la bienvenida en Madrid para que todo el mundo supiera pero sobre todo el cerdo quién era, para mí, el futuro rey». Y, a pesar de todo esto, aquí sigo, con 93 años, lleno de optimismo, camino de repetir la historia de Maria Branyas. ¡Dios no lo quiera!
Chsssssss
El compañero David Cantero, que acaba de cumplir 64 años, ha declarado inexplicablemente: «No sé cuántos me quedan. Pero la muerte ya no la veo tan lejana y he hecho un alegato en favor de la eutanasia». ¡Pero qué pesimista eres, querido! Si tan solo tienes… ¡¡¡30 años menos que yo!!!
Cuando la reina Isabel II recibió en 2011 al presidente de los Estados Unidos Barack Obama, le ofreció una cena de gala en el Palacio de Buckingham. Como la sobremesa se prolongaba y ya habían dado las doce de la noche, la soberana le pidió a su canciller: «¿Le puedes decir al presidente que es hora de irse a la cama?».
Lleva razón Beatriz Miranda cuando escribe a propósito de las memorias de la más famosa, «estamos cansados porque ya no cuenta nada que nos interese”.
Las memorias se las habrá escrito alguien a quien no deja que las firme.
A ella le habría gustado que se las escribiera el propio Mario Vargas Llosa.
Lleva razón Federico cuando se refiere a la imagen de ella que aparece en la portada de la revista de mis amores y mis dolores: «Adusta, displicente, sin calor ni explicación».
Que «Campechano» sea su gran enemigo es mucho decir, querido.
Las separaciones y divorcios se han convertido en algo normal y frecuente entre los famosos. Tanto como los matrimonios.
Según Andrés Trapiello, «la ministra mintió, antes, durante y después del penoso asunto de las pulseras. ¡Desesperada! Nadie ha aprendido en tan poco tiempo a mentir tanto».