¿Por qué no se derriba la estatua de Largo Caballero?
Me refiero -supongo que repartidas por toda España existen otras- a la que hay instalada en el Paseo de la Castellana de Madrid, y que el efímero ministro de Trabajo de UCD, el bienpensante Manuel Jiménez de Parga, encargó a un mediocre escultor de apellido Noja, que trazó un monumento unipersonal horrendo, a cinco metros del de Indalecio Prieto, y a cincuenta del lugar donde hasta hace escaso tiempo se erigía la figura de Franco, a caballo y con una alzada evidentemente mayor que la que poseía realmente. Ahora que los fautores de esa fechoría rencorosa que llaman “Memoria Democrática” (¡hay que tener desvergüenza!), anuncian en una pirueta que no es precisamente un globo sonda para otear cómo reacciona el personal, sino una decisión ya adoptada de antemano, ¿por qué no se arma una iniciativa para derribar las tallas de Largo Caballero, el segundo golpista que sufrió la malhadada II República después de la intentona del espadón Sanjurjo? Como una idea como ésta es difícil que se promueva desde la derecha acobardada por los milicianos de Sánchez y del leninista Iglesias, el cronista no hace en este trabajo más que recordar las mil apelaciones a la violencia, a la guerra civil concretamente, que desde el primer momento de la República, realizó el denominado “Lenin español”, un título que, al decir de Azaña, le cuadraba como anillo al dedo y que él mismo soportaba con entereza y hasta con gran ilusión. Allá vamos:
-Decía don Niceto Alcalá Zamora, el que fue gran timorato de la derecha española, sobre Largo: “Ha sido doblemente traidor a la Monarquía y a la República”. Hay que recordar al respecto que Largo fue consejero de Estado con la Dictadura de Primo de Rivera. El general le nombró mientras miraba a otro lado cuando su asesor montaba la gran estructura de la UGT.
– Dijo el gran preboste del PSOE, junto con Prieto y el honrado Besteiro: “Tenía razón Marx: “La violencia es la partera de la Historia””.
– En 1933, mayo, Araquistaín invitó a Largo a un almuerzo en su casa junto con el soviético, luego instigador del FRAP, Alvarez del Bayo. El primero recoge en sus alteradas Memorias, esta frase de Largo: “España debe optar entre el estilo soviético y el estilo nazi; yo me inclino por el soviético”. Por cierto, luego Stalin le puso los cuernos con infinidad de agentes propios; el ministro se hundió por la felonía del asesino al que había servido con docilidad.
– En los albores del golpe de Estado de 1934, dijo en un discurso que preparaba la sangrienta Revolución de Asturias: “Pongámonos en la realidad; estamos en plena guerra civil. Estamos en pie de guerra”.
– Ya en 36, plena guerra, escribió en “Claridad”, el panfleto socialista que al menos de boquilla regía su contrincante, Indalecio Prieto: “Sea la guerra civil a fondo; todo menos el retorno de la derecha”.
– Vidarte, un histórico del PSOE que luego escribió abundantemente sobre las cochinadas de su partido, sentenció: “Azaña teme más a Largo Caballero que a los militares”.
– Recién instalada la República avisó así de sus intenciones para que nadie se llamara a engaño: “El socialismo tendrá que recurrir a la violencia para desplazar al capitalismo”.
– Por si acaso no se habían tenido en cuenta su aviso anterior, se reafirmó: “Es imposible llegar al socialismo dentro de la democracia burguesa”.
– Cuando ya la intervención soviética en España era indisimulable con armas, asesores y comisarios políticos, el carnicero Stalin (se le reconocen no menos de 100 millones de asesinatos, mucho más que los de Hitler, pero perfectamente ocultados siempre por la izquierda occidental) y Largo Caballero se cartearon. Sus misivas no tienen desperdicio. El sátrapa soviético recomendaba a su congénere hispano que se aprovechara de las debilidades de la democracia burguesa con estas palabras: “Hay que apoyar a Azaña para vencer sus vacilaciones”. O sea, aprovecharse del tonto útil, aunque sólo fuera útil y nada tonto. Largo le respondía sin ambages: “El método parlamentario no tiene entre nosotros partidarios entusiastas”.
Largo dejó mucha bibliografía que abunda sin duda alguna en sus apreciaciones a favor de la violencia y, desde luego de la Guerra Civil, para doblegar a las “derechas”, el mismo término que curiosamente utilizan ahora tanto Sánchez como su íntimo colaborador Pablo Iglesias. Estos dos y la depauperada Calvo pretenden ahora destruir a los millones de españoles (incluidos sus padres) que convivieron, de buena o mala gana con el franquismo, y reivindicar sujetos como este personaje del que, seguro, mantendrán su estatua. ¿Derribarán la Cruz del Valle de los Caídos, signo de paz y de religión, y sostendrán la talla de Largo, apóstol del guerracivilismo? A eso vamos. ¿Molesta la pregunta que encierra el título de esta crónica? Por si acaso, mi respuesta es esta: no soy nada partidario del ojo por ojo, pero es que además derribar estatuas no borra la memoria. En este caso, la de un Largo Caballero, uno de los gobernantes más nocivos de esta República que ahora nos pretenden edulcorar. Su mencionada estatua madrileña es sobre todo un horror monumental; su recuerdo es un horror histórico.