Que los judíos vivan en paz: el ‘litmus test’ de Europa
No sólo por ser un grupo social que nos aporta tanto, sino porque su contrapeso es vital. Sin pretenderlo se han convertido en el detente bala del corazón de Occidente. En el mundo anglosajón, un litmus test (prueba tornasol, en química), en sentido político y social, es el modo definitivo de probar lo que se quiere demostrar. Y, ahora, el trato a los judíos es ese litmus test de la inadaptación peligrosa de una inmigración de origen musulmán que en su segunda y tercera generación desarrolla un espíritu antagonista con los valores de la sociedad que acogió a sus padres. Es el test infalible que señala el peligro que se cierne sobre nuestros valores democráticos, sobre nuestra libertad de conciencia y orientación sexual y sobre los derechos de las mujeres.
La presencia yihadista en Europa nos pone a todos en un brete histórico. Y el concepto de yihadismo abarca tanto casos extremos como los terribles atentados de Bataclán, Atocha y tantos otros, como esa falsa indignación, expresada en universidades o espacios públicos, por las acciones del ejército israelí en Gaza. Primero, porque Israel tiene derecho a defenderse y a recuperar sus rehenes. Segundo, porque los manifestantes propalestinos en Occidente no disimulan ni por un momento que sus razones son inequívocamente genocidas contra el pueblo judío en general. No hace ni un par de semanas que, en Ámsterdam -independientemente de algún comportamiento irresponsable por parte de la hinchada del Maccabi Tel Aviv en un principio- se atacaron indiscriminadamente a ciudadanos judíos que no tenían nada que ver. Se llevó a cabo una cacería de judíos nada improvisada, organizada por WhatsApp y Telegram, en la que las bandas recorrieron la ciudad en busca de cualquiera que sospecharan que lo era. «Hoy vamos a cazar judíos», se dijo en videos viralizados. El resultado fue desolador. «Esto es tan impactante y despreciable que todavía no puedo superarlo. Es una vergüenza», dijo la alcaldesa de Ámsterdam, Femke Halsema, al Wall Street Journal. Si los fanáticos del Liverpool o el Real Madrid o el AC Milán se alborotan durante un partido de fútbol, no se desata una violencia generalizada contra todos los británicos, españoles o italianos. Lo que sucedió en Ámsterdam fue un crimen de odio intolerante. Y estas “noches de los cristales rotos” se extendieron a otras poblaciones, incluso de países colindantes. En Amberes, por ejemplo, se atacó el barrio con más concentración de judíos de la ciudad.
Hace muchos, muchos años que se alienta a la comunidad judía a abandonar los países donde viven y a marcharse a Israel. Pero ahora, lamentablemente, está lejos de ser una exhortación exagerada. Antes del Holocausto, los pesimistas huyeron y fueron salvados. Los optimistas se quedaron y fueron asesinados. Avraham Gigi, Rabino jefe de Bruselas, ha dicho: «Las sinagogas son fortalezas protegidas, las escuelas no tienen carteles pero sí muchos policías privados y guardias de seguridad, las casas han quitado la mezuzá exterior, los judíos no llevan kipá en la calle ni un collar con la estrella de David, no dan su apellido hebreo a los taxis, les dicen a sus hijos que no hablen hebreo en público, no hay banderas israelíes en sus ventanas. ¿Es ésta la vida judía?». Y en parecidos términos se ha expresado el Gran Rabino de la Gran Sinagoga de París, Moshe Sebbag; o el Rabino jefe de Barcelona, Meir Bar Hen, que invitó a los judíos a hacer las maletas con estas palabras: «Nuestra comunidad está condenada tanto por el islam radical como por la renuencia de las autoridades a enfrentarse a él».
Efectivamente, y es absolutamente incomprensible. Como escribió Ayaan Hirsi Ali: «Occidente está en el camino de la sumisión». Frederik Sieradzki, portavoz de la comunidad judía de Malmö, dice que la tercera ciudad más grande de Suecia podría perder a todos sus judíos en 2029. Y, si sucede, no duden de que estará perdida también para los suecos. Y para todos nosotros.
Temas:
- Antisemitismo
- Europa
- Judíos