El pulso de la gente y la calle

El pulso de la gente y la calle

No es fácil sustraerse a un fin de semana como el recientemente vivido, de elevada densidad política nacional el sábado en Cibeles, con el remate final del domingo en la Plaza de San Jaime en Barcelona. Ambas concentraciones han sido distantes geográficamente, pero similares en el objeto de la convocatoria y en su significado político. Una primera aproximación a lo sucedido es que la calle le da la espalda a Sánchez, que tiene que organizar actos artificiales como los suministrados para su docuserie, o producidos «a la carta» para los medios, blindados de la cercanía y el contacto con la gente ante la evidencia de la hostilidad y rechazo que genera entre la ciudadanía. Su reciente «espontáneo» juego de petanca con un grupo de jubilados, resulta tan artificial e impostado como aquel contacto en los jardines de La Moncloa hace unos meses, con asistentes seleccionados en un casting ad hoc en el marco de una campaña de marketing electoral de supuesta proximidad a la gente. En Cibeles, al no poder concentrarse en Colón por razones de interés político de la Delegación del Gobierno, que no quiso que se celebrara allí, asistimos una vez más a la ya cansina y poco respetuosa batalla de cifras de asistentes, que no es difícil de calcular disponiendo como tenemos de medios adecuados para medir la superficie ocupada por los reunidos y la densidad de personas por metro cuadrado, según la aglomeración del personal por tramos. Una simple multiplicación acredita que la cifra gubernamental de «31.000 asistentes» es de hecho una falta de respeto a los ciudadanos. Por cierto, basta recordar alguna concentración sindical en el mismo lugar y con igual superficie ocupada y comparar, hemeroteca en mano, la cifra oficial suministrada en una y otra ocasión, para contrastar la diferencia entre ambas, que pasa de ser de miles o decenas de miles, en un caso, a centenares de miles en el otro. Al igual sucedió en Barcelona, donde el aforo de la Plaza de San Jaime flanqueada por el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento, es sobradamente conocido desde hace ya demasiado tiempo para frivolizar con ello. Al parecer, cuando se reúnen constitucionalistas unos centenares bastan para llenarla, mientras los separatistas necesitan de miles para conseguirlo, por ignotas razones de cálculo.

No es una cuestión baladí la que estamos comentando porque en una democracia, por tratarse de un sistema político de opinión pública, se tiene en el pulso de la calle un termómetro para medir su apoyo. Quienes opinan de manera contraria deben reflexionar en la importancia de las encuestas como medidor de ese nivel de sostenimiento a unos y otros. Por cierto, que el sanchismo le otorga tal importancia a ellas, que el CIS, cuyas series históricas estadísticas, conocidas como barómetros electorales, se realizaban con periodicidad trimestral, ahora con Tezanos a la orden de Moncloa, han pasado a ser mensuales a fin de intentar convertir los resultados de su «cocina» en opinión pública y posterior opinión asumida por los indecisos.

En cuanto a la importancia de esos actos en términos electorales, si bien es evidente que no se pueden trasladar directamente a resultados en las urnas, su importancia no puede devaluarse. Un Gobierno cuyo presidente no puede pisar la calle, con protección obviamente, pero sin naturalidad, ni convocar actos masivos en ámbitos abiertos como en los casos comentados, muestra su verdadero alejamiento de la gente. Pero no debería sorprender, porque su difícil convivencia con la verdad y su estrecha sintonía con aliados y socios que quieren romper e irse de España, no es la mejor tarjeta de presentación para la gran mayoría de ciudadanos españoles que viven en sus ciudades y pueblos y caminan por sus calles. Por cierto, a los que Sánchez insultó tratándoles de «excluyentes» en su mitin de Valladolid; eso sí, en un local blindado y alejado de esa «calle» y esa «gente» a la que él dice representar. Pronto, el 28 de mayo, mediremos ese apoyo en las urnas.

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