La «premisa» del golpe de Estado separatista
Cuando uno escucha a Pere Aragonès, con un discurso más plano que el encefalograma de Pilar Rahola, lo lógico es preguntarse cómo es posible que el desafío separatista haya llegado tan lejos. Porque, aunque Aragonès no sea un líder de verdad, y si llega a ser el futuro presidente de la Generalitat lo será porque sus jefes están en prisión o huidos, es el ideólogo del “España nos roba”. Vamos, que estaba en el puente de mando del ‘procés’ que lleva una década poniendo en jaque a un Estado poderoso y moderno como el español.
¿Cómo es posible que un hatajo de pirados, oportunistas o incompetentes como Junqueras, Puigdemont, Forcadell, Comín, Romeva, Rull, Forn, Sánchez, por citar solo algunos, haya podido desafiar a uno de los países más importantes de la Unión Europea, a una maquinaria estatal con siglos de experiencia? Muchos hemos tenido la intuición de que no ha sido solo porque Jordi Pujol, de manera hábil y constante, comenzara en 1980 a ir, poco a poco, copando los principales focos de poder de Cataluña, para ponerlos al servicio de un proyecto rupturista. “Madrid”, entendiendo con este concepto el poder político, económico y cultural que emana de la capital de España, también ha sido un factor decisivo en el engorde del separatismo catalán. ¿Por qué las grandes instituciones del Estado no lo vieron venir? ¿Solo por interés cortoplacista?
Una de las explicaciones más brillantes la ofrece David Jiménez Torres en ‘2017, la crisis que cambió España’. En doscientas páginas nos explica cómo llegamos al golpe de Estado del 1-O. Nos argumenta, de manera razonada y muy clara, cuál es la clave de la inacción de los sucesivos inquilinos de La Moncloa, sobre todo de Mariano Rajoy. Por supuesto, el apoyo parlamentario de Pujol a los sucesivos gobiernos de UCD, PSOE y PP ha tenido mucho que ver, pero la clave está en un elemento de la cultura política española de los últimos cuarenta años, que denomina “la premisa”.
Torres define la “premisa” como «la creencia que el Estado de las autonomías va a ser suficiente para integrar a los nacionalismos subestatales, sobre todo al catalán y al vasco, en una España democrática. Y que este proceso se iba a dar de manera automática, con el mero paso del tiempo, dado que la historia se estaba moviendo de tal manera que los nacionalismos se iban a extinguir por sí solos en estructuras mayores, como la Unión Europea o el Estado de las Autonomías». Con el añadido que «incluso si ese proceso tenía momentos tensos, en el que los nacionalistas catalanes o vascos decían una palabra más alta que otra, nunca intentarían romper la baraja, nunca intentarían declarar la independencia por las bravas».
Es el “los nacionalistas catalanes no se atreverán, solo quieren dinero”. O “Convergencia o cómo se llamen ahora no proclamará la República, la burguesía catalana siempre ha sido pactista”. Cada vez que Artur Mas y Carles Puigdemont daban un nuevo paso hacia la secesión, un alud de opinadores y políticos aseguraban en los grandes medios de comunicación nacionales que nunca llegarían hasta el final. Pero lo hicieron. Y no solo eso: sus líderes tras ser encarcelados, y estar cumpliendo sus penas de prisión como si fueran un chiste, prometen que lo volverán a intentar. Y lo harán, sobre todo porque Oriol Junqueras se legitima como líder político por su paso por la cárcel. Cuando uno se define como un “preso político”, es que está luchando contra un Estado totalitario. Y cuando se cree, o se convence a tus partidarios, que esto es así, solo cabe la rebelión constante hasta conseguir la secesión.
Y Pedro Sánchez, en vez de tomar nota del “lo volveremos a hacer”, sigue instalado en la “premisa” y se empeña en montar “mesas de diálogo”, como si se pudiera volver al mundo de ayer en el que los partidos de izquierdas podían montar tripartitos en Cataluña, o pactar con los nacionalistas en el Congreso, sin que te fueran a montar un golpe de Estado. Claro, los golpistas que presumen que no van a cejar en su empeño lo que buscan es “dialogar”. Por eso no ceden ni un palmo en sus reivindicaciones y ERC y JxCAT están negociando con la CUP, que están deseando integrarse en la monarquía parlamentaria española.
Les recomiendo la lectura de este brillante ensayo, porque entenderán muchos de los errores que hemos cometido todos: en Madrid y en Barcelona. Desde el gobierno y desde la Resistencia al separatismo. Ahora solo queda intentar, como sugiere Jiménez Torres, el llevar la contraria a los movimientos que atentan contra nuestra democracia, aunque solo sea “para ver qué ocurre si les disputamos los marcos”.
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