«Aún hay patria Veremundo»
A Rey pasado, una vez metabilizado el mensaje, los muchos mensajes más bien, de Felipe VI en la pasada Nochebuena, me vino a la memoria, y todavía no se la razón, una referencia teatral y romántica (viene del siglo XIX, claro) que Néstor Luján, intelectual de los que hacen pensamiento, gallego de Barcelona, recogía en su antológica obra de dos tomos: Cuento de Cuentos. Invitaba Luján a conocer una pieza que allá por 1805 escribió un autor ya ignorado ahora que se llamó en vida José Manuel Quintana, un texto abrumador que presentó en un local que ni siquiera se sabe a estas alturas donde se alzaba en Madrid: Los Caños del Peral. Pues bien, Quintana, que cosechó un rotundo fracaso en el estreno, confrontaba en un acto a un tipo, Veremundo, pesimista, sombrío y lúgubre, con otro, de apelación heroica, Pelayo, el revés de su oponente, esperanzado, optimista, festivo.
Se quejaba el primero de que aquella España de principios del XIX se deshacía como un azucarillo enfrentada en facciones irreconciliables entre los que pretendían clonar la Revolución Francesa y sacar al país de un atraso tan tópico como real, y los que, apegados a la tradición más conservadora, se aferraban a una sociedad anclada todavía a la nostalgia de nuestra Edad de Oro. Uno, Veremundo, transmitía pesar, y otro confianza, así que llegado el momento en que Veremundo denunciaba que entre aquellos antecesores nuestros no quedaba “Ni España, ni Patria”, Pelayo se alzaba casi en santa indignación y replicaba: “Aún hay Patria, Veremundo, ¿no la lleva todo buen español en su pecho?”.
Soy absolutamente consciente de que esta rememoranza parecerá a muchos, incluso a los no progresistas de protección oficial, una antigualla sentimental y casi de nacionalismo totalitario. Un pestiño para doblegar la mente vírgen de los escolares de los cincuenta o sesenta del pasado siglo. Pero, mírese por dónde, una vez glosadas las denuncias de nuestro Rey a la erosión constitucional (¿diré mejor patriótica?) que sufrimos, y una vez también que ha quedado claro que si no hay rectificación final el país se encamina a su destrucción democrática, este cronista se queda con el persistente llamamiento que hizo en esa Nochebuena el Monarca, y que viene haciendo en cada ocasión que su discurso resiste la censura miserable de La Moncloa: o sea, la de España -textual- de un “gran país”.
Cambiemos este concepto por el de la Patria citado por el fúnebre y melancólico Veremundo, y nos hallaremos en la tesitura de reivindicarnos como tal. Porque, ¡ojo!, el Rey, tras avisar de todas las fechorías que el poder está perpetrando contra la ciudadania española, se sujetó a un recado que en su discurso fue, sobre todo, una invitación a emprender tres objetivos: reinvindicarnos precisamente como Nación “integradora”, apoyarnos en nuestra correspondencia europea como fielato que no admite transgresiones liberticidas, y salir del marasmo a que nos lleva la queja sostenida para sacar lo mejor de nosotros mismos, y en lenguaje deportivo, “echarnos España a la espalda”, y recuperar aquella ilusionante Transición que quiso terminar con la Patria a palos del más brutal Goya.
Este cronista se hace idea -lo repito- de que escribir cosas como las antedichas inmediatamente puede recibir el reproche de sujetos/sujetas como los que desgraciadamente nos gobiernan, ocupados en destruir no ya el edificio constitucional del 78, sino en ponerlo en almoneda y vendérselo a pícaros que pretenden construir sus patrias embusteras sobre las ruinas de la nuestra violada y volada. Es curioso que los mismos barreneros que se chotean del uso que podemos hacer los españoles de la idea y el fundamento de “Patria”, lo usan ellos para defender su proyecto basado en una historia falaz absolutamente imaginada. Es curioso; nosotros somos por esto unos fascistas cercanos a Mussolini, ¡qué digo a Franco! y ellos unos progresistas asentados en la moderidad del XXI. Lo exhiben así gentes como las del PNV que tienen por fundador a un tipejo, Sabino Arana, que escribió cosas como estas: “Si a esta nación latina (España, claro está) la viéramos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo”. Para orinar y no echar gota; no se me ocurre mejor comentario.
Pero a pesar de estos individuos, aún hay Patria Veremundo. Acabamos este año, el malhadado de los los dos patitos (el 22 de la ruleta que nunca toca) con la impresión ampliada de que ya no hay peor cosa que nos pueda suceder. Realmente es estúpido celebrar que se haya pasado este ejercicio porque, al fin, es uno menos para nuestras vidas, pero así ocurre. El 23, casi ya un cuarto del siglo del XXI, ¡quién lo iba a decir!, se presenta como una oportunidad de restablecer para España el orden constitucional que ha alterado la gobernación de un psicópata narcisista. El Rey, sin mencionar a su fiscal, o sea, a Sánchez, nos llamó hace unos días a emprender el camino correcto de nuestras vidas. a revivir los fundamentos, Patria, unidad, honradez, mérito, verdad que hacen grande a una Nación.
“Aún hay Patria Veremundo”, pero efectivamente no queda mucho tiempo para reivindicarla, para apartar de ella a sus destructores, a los agresores, a Sánchez Castején, el primero de ellos que, como avisaba Calderón de la Barca: “De este oficio soy el jefe/porque soy el mequetrefe/mayor que se ha conocido”. En estas horas es conveniente e imprescindible desear que lo venidero sea radicalmente mejor que lo pasado, y en eso está el cronista, en reanimar los grandes términos que engrandecen a un sociedad, y en suplicar a las buenas gentes del país que se ocupen de apartar para siempre a los malversadores de la Patria porque, ya lo aconsejaban nuestros padres del Siglo de Oro: “Más vale dar buen trueno que dinero a Maese Pedro”. El Cesar o nada de Lope de Vega en su Perro del hortelano.
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