Oltra: la gran inquisidora cargada de detritus

El dicho clásico lo advierte: la cara es el espejo del alma. La mera observación de Mónica Oltra, con su ceño permanente fruncido, su mirada huidiza, la gran inquisidora de Rita Barberá y Paco Camps, deambula ahora como alma atormentada presa de sus mentiras y trapacerías.
Por fin, parece que la encubridora de los muy graves delitos perpetrados por su ex marido contra una mujer tutelada, es decir, que estaba a su cargo, caerá ante el peso de unos hechos irrefutables y que su carrera terminará con el mismo eslogan que ella lucía en su camiseta contra el ex presidente popular de la Generalitat: “Wanted”.
Los procederes de Oltra -en realidad no perseguía la corrupción, sino invocarla para encaramarse al poder-, sirven, una vez más, para demostrar toda la falsedad de un discurso político que no se compadece con la prédica. ¡Ni siquiera en eso han resultado nada innovadores! Los mismos comportamientos que siempre criticaron. El asunto resulta aún mucho más preocupante cuando se trata de derechos básicos violados en personas indefensas y que, al fin y a la postre, reflejan una catadura moral perseguible de oficio. A su favor cuenta con que los activistas mediáticos próximos a su caverna intentan nadar y guardar la ropa, pero, al final, todo el mundo terminará por descubrir un alma repleta de pus y bazofia.
Resulta tan patético como inoperante que su teórico jefe Ximo Puig, también perseguido por los trinkes de su hermano, no haya procedido a firmar el cese de la susodicha. ¡Están uncidos por la misma cadena! Los que convencieron al pueblo valenciano de la corrupción del PP también convencen ahora al mismo respetable de que en realidad pretendían (y pretenden) llevarse lo que no es suyo. Esto me recuerda a sensu contrario el caso en el Madrid de Esperanza Aguirre e Ignacio González que se vieron sorprendidos por las hechuras trinkonas de un tal Pedro Antonio Martín Marín, que hizo carrera al lado de José María Aznar hasta que éste vio claras las intenciones del eternamente protegido por algunos obispos, el eterno ex consejero delegado de COPE y, finalmente, por el todopoderoso Barriocanal. Al final, todo se sabe y si la justicia funciona, los grisáceos repletos de detritus acaban pagando.
La caída estrepitosa de esta graciosa dama levantina servirá en los libros de Historia para demostrar que una cosa es el decir y otra bien distinta el hacer. Y, fundamentalmente, que siempre hay que desconfiar de aquellos seres humanos con barriguita que vienen pregonando con saña lo que no pueden dar: honorabilidad, decencia, capacidad y mérito. El banquillo, por una vez, espera impaciente.
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