OKDIARIO: el periodismo que eligió no arrodillarse

«El periodismo es, ante todo, una manera de estar en el mundo. Una forma de no callarse», escribió Gabriel García Márquez en sus memorias de oficio…
Diez años después de su primera portada —aquel 23 de septiembre de 2015, con el apellido Pujol aún resonando en las cloacas de la banca y la política—, OKDIARIO se mira al espejo de su historia con las cicatrices de quien ha sobrevivido a todas las guerras posibles: las del poder, las de los tribunales, las del descrédito digital y las del silencio interesado de ciertos colegas. Y, sin embargo, sigue. «Informar sin miedo», dice el lema; una declaración de principios que, en los tiempos de la posverdad, suena casi a insurrección romántica.
Porque si algo ha tenido este medio, fundado por Eduardo Inda, ha sido una osadía casi quijotesca. En un ecosistema mediático a veces complaciente con el poder político, Inda ha sido una figura que ha incomodado a muchos. Y en el periodismo, incomodar es una forma de existir y situarse con la sociedad, con valores y determinación.
François Truffaut decía que el periodismo es «el primer borrador de la historia». En esa hoja en borrador, OKDIARIO ha escrito algunos de los capítulos más agitados de la España reciente: las revelaciones sobre Podemos, la sombra de Venezuela y los fondos de las islas Granadinas; el caso Dina; las tramas de corrupción de ministros y presidentes de todo pelaje; la exclusiva de los audios de Corina; los secretos de la Casa Real… Pero siempre con la crudeza que sólo da el dato desnudo. Y es que, lectores, con el pulso del periodista se sabe que la exclusiva es la bala de la verdad en el costado del poder.
«Prefiero un periodista incómodo a un reportero decorativo», escribió Kapuściński. Y OKDIARIO ha hecho de esa incomodidad su bandera. Lo han acusado de seudomedio, de altavoz político, de fábrica de titulares. Pero lo cierto es que —entre juicios ganados, querellas archivadas y portadas que se adelantaron a las de los grandes diarios— ha conseguido lo que pocos: marcar agenda, provocar debate y demostrar que el miedo no tiene cabida en la redacción.
Eduardo Inda es, en cierto modo, un heredero del periodismo de trinchera, de aquel que se definía como el oficio de molestar elegantemente, pero con la eficacia del que se juega el tipo. En España, decir la verdad sigue siendo una forma de militancia, y en esa frase podría resumirse la década de OKDIARIO: un medio nacido para ponerle nombre a lo que muchos prefieren dejar en sombras.
Sus críticos lo acusan de exceso, pero olvidan que los grandes periódicos del mundo —The Washington Post, Le Monde, The Guardian— también fueron llamados de todo antes de ser reconocidos por destapar lo que nadie quería ver. El periodismo no busca amigos, busca pruebas.
En estos diez años, las investigaciones de OKDIARIO no sólo han modificado la agenda política, sino que han actuado como espejo de un país fracturado, polarizado y saturado de propaganda.
Cuando destapó los negocios de Begoña Gómez, o los sobresueldos de Podemos, o los abusos del poder socialista, no lo hizo desde la trinchera ideológica, sino desde el convencimiento de que la transparencia no tiene dueño.
No hay periodismo sin conflicto. Y tampoco hay sociedad libre sin medios que asuman el coste de decir lo que otros callan. Lo decía Camus: «El periodista es el historiador del instante». Y en esa tarea, Inda y su equipo han escrito instantes que luego se convirtieron en historia.
Cumplir una década en la era del tuit y la fake news no es poca cosa. OKDIARIO lo ha hecho a pecho descubierto y con una constante: la fe en que la información, incluso la más incómoda, merece publicarse. Por eso, este periódico se ha ganado el reconocimiento de la sociedad a fuerza de información rigurosa y compromiso con la verdad, punto, no hay más.
Y quizá ahí, en esa coherencia a lo largo del tiempo, resida el verdadero mérito: haber recordado que el periodismo no es sólo una profesión, sino una actitud. Una forma de mirar el mundo sin bajar la cabeza.