‘Occidental’ Lives Matter: en memoria de Samuel Paty
Por no poner ‘Christian’ Lives Matter. Porque ahora se trata de eso. ¿Saben ustedes que el grupo religioso perseguido en más países es el de los cristianos? Pero no parece que interese al ‘mainstream’.
Estos días hemos asistido al brutal asesinato por decapitación de un profesor francés. Es cierto que vivimos unos momentos de relativa calma y no son tan frecuentes los ataques terroristas masivos. Pero los de pequeña escala son un goteo que no cesa, y un recordatorio de que los bárbaros criminales islamistas siguen ahí. Hace unos días, el corresponsal del diario ABC en París, Juan Pedro Quiñonero, afirmaba que “hay una realidad que estaba ahí desde hace diez o veinte años y que nos obstinábamos en no ver: un multiculturalismo mal integrado que choca violentamente con la sociedad francesa”. Y lo que choca es este plural, que da por sentado que es un fenómeno que “nos obstinamos en no ver”. Y esto es incorrecto. El ‘buenismo’ impide que sea una preocupación que impulse un movimiento como el de BLM (Black Lives Matter), pero muchos estamos constantemente concernidos por esta realidad.
¡Es tan frívolo que los debates que airean los medios versen preferentemente sobre tonterías de progres! El mismo corresponsal informa de que existen “640 guetos multiculturales donde la situación se ha agravado” y que de los 67 millones de habitantes de Francia “hay cinco o seis millones de musulmanes que tienen una integración de geometría variable: el 40% son laicos pero el 28% considera que la ley del Islam está por encima de la ley de la República”. Y añade que “es un problema inmenso, colosal y que tiene mal arreglo”. Desde luego, su arreglo es todo un desafío. Pero lo tenemos aquí desde por lo menos el atentado a las Torres Gemelas, y aún no hay estrategias políticas de amplia visión sobre la mesa.
Las “causas”, los movimientos que pretenden vuelcos sociales, reparaciones históricas o venganzas de grupo son de gran atractivo para idealistas cortos de vista y para resentidos y frustrados. Es la fuerza que nutre la gran mayoría de ellas. En nuestro país hemos tenido al Grapo, Terra Lliure o ETA. La diferencia sobre lo conocido hasta ahora es que, en esos grupos, a los que no perdonamos el daño que han infligido a nuestro país ni los asesinatos de cientos de personas, la crueldad tenía cierta acotación.
Ahora, cualquier joven de origen musulmán con problemas de adaptación o ganas de liberar testosterona (son prácticamente todos hombres) siempre tendrá una excusa para decapitar a alguien. En cualquier lugar del mundo. Y que el pretexto se transmita comunitariamente es ese problema “inmenso, colosal y que tiene mal arreglo” al que se refería sin duda Juan Pedro Quiñonero. Pues no se sabe dónde empieza y donde acaba la infección ideológica asesina. Ni en quién, pues estos días se ha hablado otra vez de los “musulmanes moderados”. Y los ex musulmanes, los valientes que abandonaron precisamente esa comunidad, nos han advertido hasta la extenuación de que este perfil sólo existe en la mente de las almas cándidas del “buenismo”. Recordemos que siguen las mismas normas y leen el mismo libro. Que se creen, en resumen, las mismas leyendas y, como dice Sam Harris, las creencias están lejos de ser inocuas pues son el preámbulo de “la acción”.
La expresión “cultura de la cancelación” está ahora de moda. ¡Por fin!, pues el hecho de ser un concepto homologado por los medios (y más si tiene un origen anglosajón) otorga carta de naturaleza al problema. Ahora se refiere a los fanáticos de la ideología de género o la izquierda radical, pero no olvidemos que se ha permitido a muchos musulmanes en Europa una “cancelación” continua e implacable de todo lo que consideran incompatible con su religión. Lo decía un conocido periodista estos días. Yo no olvido que mi amigo Robert Redeker, profesor de instituto que escribió un artículo en contra el uso del velo en las escuelas, y que mereció por ello una “fatwa”, sigue bajo protección policial ¡después de más de diez años!
Los «moderados» tienen una gran responsabilidad en el enquistamiento del terror por «comprender» lo incomprensible. El terrorista necesita saber que no es un monstruo. Y los moderados se lo dicen. No habría terrorismo sin ellos.