Con o sin lastre, no pasa nada si se hunde

Con o sin lastre, no pasa nada si se hunde
Con o sin lastre, no pasa nada si se hunde

No la destruiré por amor a los 10 hombres justos” (Genesis 19,32). Es la respuesta de Jehová a Abraham, que le está rogando que no destruya la ciudad de Sodoma. ¡Pero Abraham no encontró 10 hombres justos!

El imaginario político ya ha aceptado que el desgobierno ruinoso y desleal es únicamente obra de Pedro Sánchez, siendo que una vez más el PSOE, atendiendo a su indeleble carácter inmaculado, será injustamente eximido de cualquier culpa. Las malas obras, es decir, la deficiente gestión económica, la desleal orientación política e incluso la corrupción judicialmente condenada son únicamente las de esos outsiders que pasaban por los gobiernos y por los órganos de dirección, y siempre se apela, para rescatar su virtud y su imagen, a la tradición demócrata y a la gran contribución del partido al desarrollo político y social de España.
Pues ni una ni otra; ni las labores de gobierno cuando les ha tocado son responsabilidad individual de sus líderes, sino también del partido que es instrumento y cauce de las políticas, ni el PSOE ha tenido nunca una trayectoria de compromiso inequívoco con la democracia y el estado de derecho.

Sánchez, igual que antes Rodríguez Zapatero, son la esencia del PSOE. Bien lo sabían ellos cuando acudieron a sus bases para entronizarse y bien lo saben cuando acuden a esas bases para respaldar las políticas más sectarias y radicales. Porque ahí, el corazón del partido late con la sangre roja que transfunde a sus juventudes la metodología marxista: mentira, manipulación, sofismo, negación y estigmatización del adversario… Esa alma negra que denunciaba Julián Besteiro en Largo Caballero, en Prieto o en Negrín; ahora está en Lastra o en Ábalos, antes en Pepiño Blanco o en Leire Pajín. ¡Qué más da!

Algunos desavisados, a veces incluso bienintencionados, denuncian que este PSOE actual, con proa al populismo radical de izquierdas y con propulsión de terroristas y separatistas no es el de la transición, no es el de Felipe González. Y es que en esa década de los ochenta se impuso, a la sombra del poder que les cayó como una fruta madura, una versión tecnócrata y pragmática para acompañar la consecución de hitos de modernidad, apertura y desarrollo; pero, incluso entonces, el partido no dejo de ser fiel a un ADN radical que no perdió la ocasión de mostrar tics sospechosos, que dejó ver su verdadera cara después del 11-M y que siempre selecciona a los líderes con la genética más pura para que le devuelva a su esencia.

Para quien, como Eduardo Serra en tercera de ABC, sigue insistiendo en esa supuesta traición del sanchismo al PSOE, es recomendable la lectura del último libro de Tezanos (`Había partido: de las primarias a la Moncloa´) que reconoce sin ambages a Pedro Sánchez como el líder prototipo de un partido al que ha vuelto a poner en el poder, siendo la ostentación perpetuada del mismo lo que justifica cualquier medio que se utilice. Como en la Ley del Espejo que describe Noguchi, el PSOE está en el origen de Sánchez y ambos se reconocen en el otro.

Por supuesto que de entre los actores de la transición y del felipismo ha surgido algún notable desertor que enmienda en la totalidad la evolución del partido, pero en general se limitan, por mero prurito de autoreivindicación, a torcer levemente el gesto. No dudaran en acudir, como hizo el propio González en el último Congreso Federal, a apoyar y adherirse a lo que  proponga la nomenklatura.

Así que no hay ninguna obligación de que tengan que perdurar como actores políticos los actuales partidos, y, tan poco como el que menos, un partido socialista que, aunque contribuyó a nuestro desarrollo democrático durante y después de la transición, ha renovado su antigua trayectoria de deslealtad con la nación, exhibe siempre una dudosa capacidad de gestión y que, por mucho que algunos no quieran verlo, es causa y efecto del sanchismo. No, no hay obligación de salvar nada; una vez que Lot avise a los pocos hombres justos lo mejor sería que los electores hagan `llover azufre y fuego´.

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