O Europa o Venezuela, o prosperidad o quiebra, o 1978 ó 1936
Ni las de 1977, que fueron las primeras en las que los españoles pudieron (yo, desgraciadamente no, tenía 9 años) elegir a sus gobernantes por primera vez en 41 años, que se dice pronto. Ni las de 1978, las del referéndum en el que dijimos «sí» a esa nuestra envidiable y envidiada carta constitucional. Las elecciones más importantes de nuestra vida son las de hoy. Así como el 6 de diciembre de hace casi 38 años tuvimos que elegir entre democracia o esa nube negra que hubiera sido rechazar la Carta Magna, hoy estamos ante el dilema de optar entre sistema y antisistema. Que vuelve a ser, de alguna forma, la disyuntiva entre democracia pura y democracia vigilada que nos plantearon aquel bendito miércoles en el que volvimos a ser como nuestros vecinos del norte. Desde el 23-F de 1981 nunca antes había estado tan en juego nuestro sistema de libertades como este 26-J.
Por muchos fallos y fallas que esconda el sistema, que haberlos, haylos, cometeríamos una injusticia supina si negásemos que España vive la etapa más próspera, más libre y más estable de esa fratricida historia nuestra en la que cuando no sufríamos una guerra civil, nos salían con una asonada, nos jodían con un golpe de Estado o nos sorprendían con intentos falsamente revolucionarios en los que se iba a cortar el gaznate al empresario de turno, a violar a la monja de guardia o a apiolar al primer adversario que te encontrabas por la calle. En todos los países de vanguardia nos admiran y, lo que es mejor, nos ponen como ejemplo de una Transición estupendamente resuelta. ¿Que tenemos corrupción? A mí no me lo van a contar cuando este menda ha sacado el caso Bárcenas, los sobresueldos, la financiación en B de Génova 13, los sms más famosos de la historia («Luis sé fuerte, hacemos lo que podemos»), el caso Pujol, las mangancias de Urdanga y señora, el dúplex de la vergüenza de González, las cuentas en Suiza de Granados o Trias o, yéndonos a otro ámbito, el caso Neymar.
Tan cierto es que estamos contaminados por una corrupción sideral como que no es menor a la de una Italia en la que la mafia está detrás de parte de la economía productiva o del mismísimo Ayuntamiento de Roma, de una Italia en la que todos pillaban a modo y manera en Tangentópoli, de una Italia en la que si quieres construir una carretera o hacerte con una concesión pública ya sabes que inevitablemente tendrás que negociar con un político y tal vez también con un mafiosi. Francia tampoco es un ejemplo a seguir, en Japón te sablean hasta por respirar, en Portugal metieron en la trena al ex premier socialista por trincar personalmente ¡¡¡20 millones!!!, en Reino Unido las trapacerías están a la orden del día como vemos en los tabloides y en Estados Unidos es rara la semana en la que no trincan a un senador, a un alcalde o a un gobernador con un marrón que dejarían a muchas de nuestras corruptelas a la altura de un juego de niños.
La gran asignatura pendiente es que en nuestro país ocurra como en Japón, Estados Unidos o Reino Unido, países en los que se roba tanto como aquí pero en los que a diferencia de aquí si te cazan no te salva ni la caridad. Allí, allá y acullá los medios te pegan hasta en el carné de identidad y los jueces te meten en el furgón rumbo al hotel rejas en menos de lo que canta un gallo. Véase al malo de los malos, Bernie Madoff: le acusaron de estafar 58.000 millones de dólares con su sistema piramidal en diciembre de 2008 y en junio de 2009 estaba en prisión condenado a 150 años.
Aquí la Justicia, de momento, actúa sin contemplaciones contra el PP cuando se corrompen y tampoco se andan con chiquitas con el PSOE. El interrogante es si se atreverán a hacer lo propio con unos podemitas a los que lo de pillar se les da tan bien como a Leo Messi tocar el balón. Eso sí: gozan de bula papal.
Tan cierto es que en el terreno regeneracionista quedan muchas cosas por hacer (fuera aforamientos e indultos a políticos, despolitización total del CGPJ y de la Fiscalía, listas abiertas, eliminación de la disciplina de voto, etcétera) como que en el económico las cosas empiezan a ir como un tiro tras la peor crisis en 40 años, sólo comparable a la del subidón del precio del petróleo en los 70. Crecemos al 3,4%, el doble exacto que Alemania, más del doble que la media de la Zona Euro (1,5%), muchísimo más que Estados Unidos y Reino Unido (2,4% y 2,3% respectivamente), casi el triple que Francia (1,3%) y cuatro veces lo que Italia (0,8%). La creación de empleo va como un tiro. Si antes destruíamos hasta 3.000 puestos de trabajo diarios ahora creamos cerca de 2.000. Y todo ello en una coyuntura en la que la inflación está en saldos negativos y en la que exportamos más que nunca habiendo conseguido que el sector exterior sea el verdadero motor de la recuperación. Un motor, por cierto, estable, estructural y antitético del de la burbuja inmobiliaria.
Tenemos, por tanto, en nuestras manos, ésas que meten la papeleta por la ranurita, la determinación más importante de nuestra historia reciente. O España o Venezuela. O Europa o Grecia (que tiene de Europa lo que yo de virgen). O prosperidad o quiebra. O demócratas o proetarras. O propiedad privada u okupas. O libertad de expresión o libertad vigilada. O constitucionalistas o independentistas. O cultos o incultos. O mentirosillos o pedazo de mentirosos. O liberales o intervencionistas. O fiscalidad razonable o confiscación. O Educación pública o lavado de cerebro a nuestros hijos. O pensiones garantizadas o tijeretazo del 35% modelo colegui Tsipras. O Sanidad Pública de calidad o vaya usted a saber qué. O Montesquieu o Robespierre. O liberalismo versus socialdemocracia o bolivarianos versus bolivarianos. O políticos serios o niñitos y niñatos O partidos con corrupción o partidos de la corrupción. O justicia o venganza. O fraternidad o rencor. O tolerancia o resentimiento. O paz o enfrentamiento civil. O monarquía parlamentaria o República modelo 1936 (que no es exactamente lo que entendemos por república). O Españain o Españexit.
Nuestra disyuntiva se puede resumir en dos nombres y dos hombres: Mariano Rajoy o Pablo Iglesias. Ésa es la cuestión. Tan cierto es que el popular empezó mal, muy mal su mandato, entre otras cosas por la inempeorable herencia recibida, como que ha cruzado la línea de meta con un notable alto. Por muy malo que les parezca a ustedes el pontevedrés de Santiago, siempre será mejor, infinitamente mejor, que el madrileño de Vallecas que casi nunca vivió en Vallecas. No es día para ajustar cuentas. Si hacen el imbécil, no digan que no se lo avisamos. Vayan a votar con la cabeza y dejen las vísceras en casa. Y no olviden que los experimentos se hacen con gaseosa, no con champán. Miren lo que les ha ocurrido a los hijos de la Gran Bretaña.