No te ‘equiwokes’, ganó la libertad

Trump

La plutocracia mediática mundial sigue buscando tantas excusas como expertos para entender -no lo harán nunca- por qué ha vuelto a ganar Trump. Ya en 2016 agotaron la lista de improperios, exabruptos y menosprecios contra la persona que destrozó el termómetro de encuestas y sondeos adversos para demostrar a la dictadura wokista que nadie como él entiende al norteamericano medio. A los que hemos trabajado en Estados Unidos a pie de campaña y conocemos de primera mano cómo piensa aquel votante, el resultado que valida el regreso del veterano empresario a la Casa Blanca no nos sorprende. Demasiados pseudoanalistas viven en su burbuja woke, donde comentan desde el deseo y no bajo un plano racional, basando sus razonamientos en percepciones autoinfligidas y en sentimientos y estados de ánimo negativos (lo que el personaje les provoca). Así, nos han vendido una realidad que no existe, tras meses de bulos y desinformación que, por supuesto, proyectaron en la contraparte, siguiendo la estela goebbelsiana tan propia de la ideología que defienden.

La victoria sin paliativos de Trump es una nueva demostración de que se puede derrotar a la agenda woke si apelas a situaciones reales de la mayoría y comunicas con la claridad que el ciudadano desea. La segmentación del votante y la identificación con quien puede solucionar el problema es más poderosa que ir buscando enemigos salteados, y eso es lo que permitió a Trump, como ya hizo una vez, conocer el marco sociológico para saber lo que tiene que decir y a quién. No se puede negar el mérito de arrasar como ha hecho el que será presidente número 47 de Estados Unidos sin haber contado con el apoyo de los medios, las élites millonarias o las plataformas tecnológicas que controlan los mensajes, lo que indica por dónde van ahora las preferencias de quien no se somete a las pamplinas revisionistas de Netflix ni a la censura de los Zuckerberg, Gates o Soros.

La economía e inmigración han vuelto a ser los dos pilares que marcaron la campaña y que lideraron el debate fuera del war room de los candidatos. Si a ello le sumamos la inseguridad ante un futuro nada halagüeño (no sólo por el palpable aumento de la delincuencia que sufren los que no viven en la burbuja rica de Manhattan y Hollywood), ya tenemos la tríada que ha conformado el eje discursivo mediante el cual Trump le ha hablado al pueblo. Ahí es donde polarizó más que nunca la campaña, desde la confirmación de que esto es un conflicto entre las élites (demócratas en su mayoría) y los que se levantan para sacar adelante su trabajo, la América rural, el way of life americano, el sueño que nunca debió haberse extraviado, una lucha, entre quienes tienen una familia que no quiere ser deconstruida y los que gastan cientos de millones de dólares en obligar a los niños a que sean lo que no quieren ser, una batalla entre los que quieren vivir bajo unas raíces y tradiciones y los que desean alterar ese pasado mediante al saqueo al bolsillo del que produce para mantener el negocio de las causitas, cuya industria coloca y subsidia a todo un ejército de activistas por todo el país.

Una guerra, en suma, entre la libertad y su enemiga, el socialismo, una religión travestida allí como la agenda autócrata más importante que ha tenido la humanidad a nivel global en su historia: el wokismo.

Eso han votado los americanos. Mientras, los sesgados unidos progres, de aquí y allá, han intentado vendernos un producto falso, una mentira continuada y un deseo frustrado. Ni los más ricos apoyaron a Trump, ni las minorías votaron por Kamala, ni la campaña estuvo tan reñida como creyeron hasta bien entrada la noche. Su apuesta por una candidata que fue elegida a dedo por el establishment demócrata, sin recorrido personal más allá de saber manejarse entre las bambalinas políticas, con un vergonzante vacío intelectual, basado en la repetición de un puré de consignas progres por doquier, y la continuada performance a lo Obama de quien ha sido la marioneta de Barack y Michelle durante las elecciones, confirman que, en esta era de hiperliderazgos y carreras políticas populistas, la autenticidad de quien cuenta la verdad de lo que somos, y no lo que deberíamos ser, respeta lo que fuimos, y no destruye el pasado, y protege los intereses de los más débiles con hechos, y no con eslóganes de pancarta facilona, acaba por obtener la confianza ciudadana, por encima de valoraciones personales y vómitos de ira patrocinados.

En campaña, todo se perdona, menos que te tomen por idiota los que se olvidan de ti el resto del tiempo.

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