No creen en la reconciliación

podemita

Hay grupúsculos políticos -no hará falta enumerarlos, están en la mente de todos- que nunca han creído en la reconciliación entre españoles y su objetivo es ganar casi un siglo después lo que perdieron. Envalentonados porque controlan el poder de la nación, no ahorran ocasión de poner en tela de juicio la Transición, en la que los vencedores de aquella trágica contienda y los perdedores de la misma se pusieron mínimamente de acuerdo para intentar evitar episodios de aquella dolorosa experiencia.

Oír a tipos como Baldoví, Rufián y otros colegas de corte podemita -todos ellos creen que la democracia comenzó cuando ellos han llegado a la política- no puede por menos que provocar el vómito ante tamaño ejercicio de falsedad y estupidez. Son la peor clase política que se recuerda por estos lares. Además desconocen lo más elemental de la historia de España, quizá por ello se ciscan en ella. Nunca fueron nada, salvo marginalidad, hasta que llegó Rodríguez Zapatero y con la puesta en escena de Pedro Sánchez encontraron su auténtica razón de ser: destruir, destruir y destruir. Presumen de demócratas y personas libres y, al fin y a la postre, no demuestran otra cosa que intolerancia radical, exabruptos fatuos y, sobre todo, ser esclavos de las múltiples mamandurrias que les ofrece la política.

Si el pueblo español en su conjunto no es capaz de detenerlos en las urnas, resulta que les tendrán que pagar in aeternum sus patochadas y sus enormes estupideces. Se les llena la boca con la palabra «derechos» olvidando fatuamente que todo derecho conlleva una obligación. Recordarlo es demasiado para sus pobres mentes.

Este país, España, no podrá volver a la senda del progreso democrático y del desarrollo económico sin unos mínimos acuerdos para ordenar la convivencia. El PSOE, que estuvo llamado a ello y durante lustros fue pilar esencial en el andamiaje, prefirió de la mano de Zapatero y Sánchez -dos ágrafos oportunistas sin tener cabal idea de lo que se les entregó- echarse al monte. Y en esa condición están. En la marginalidad institucional y en la periferia constitucional. ¿Seguimos?

Lo último en Opinión

Últimas noticias