Negreira es España
En la España del caso Koldo-Ábalos-Sánchez, un tema ha rivalizado en atención con la corrupción que salpica al gobierno socialista: el atraco sufrido por el Madrid el pasado sábado en Valencia, un escándalo que ha abierto los periódicos con la misma intensidad que la crisis política de rigor. En un país acostumbrado a respirar en blanco y negro, la polarización política se ha llevado al fútbol -¿o es al revés?- y no hay día que el personal no esté enfadado con algo o alguien, mientras piensa cómo llega a fin de mes tras el enésimo tributo al Estado. ¡Quién quiere pan mientras no falte el circo!, grita la fanaticada.
Lo sucedido este fin de semana en Valencia, en el depauperado Mestalla, demuestra que la España de hoy sigue siendo la de siempre, marcada por una pulsión divisora que hace concentrar toda la energía animadora en dos equipos: el madridismo y el antimadridismo, vacuna esta última que se ponen todos aquellos que son del equipo que se enfrenta al equipo dominador desde que el fútbol es fútbol. Con esa animadversión lleva viviendo el club fundado en 1902 por el catalán Padrós, al que Bernabéu dotó de identidad, cuerpo y sangre perpetua y Florentino le ha acabado por dotar de grandeza moderna con la que seguir gobernando, hasta el final, el deporte rey.
Cuando Bellingham marcó, el Madrid se llevaba una victoria sufrida y trabajada en un campo otrora amigo y hoy convertido en plaza común de odio y vituperio a todo lo que huela a blanco capitalino, rencor alimentado por una prensa cainita y sinvergonzona que olvida tiempos pasados. Pero un pitido a destiempo de un árbitro pusilánime abrió en canal la indignación hacia un deporte que vive sus peores momentos en cuanto a credibilidad, transparencia, honradez y limpieza, en analogía milimétrica con el conjunto de la nación.
Anular un gol al Madrid en el descuento, de manera injusta y con premeditada alevosía, detiene el debate futbolero ahí donde se sostiene la vida: en la taberna y el verbo, donde el desafuero hacia el juez es permitido sin límite de pena. La España del chanchullo y la picaresca, de toma y daca mediocre y navajeo permanente, no escapa tampoco a lo que sucede cada fin de semana cuando los colores políticos se dejan a un lado e interviene la pasión que sólo te da la pertenencia sentimental a unos colores.
Al Real Madrid le robaron porque así está constituido el negocio desde que Arminio y Negreira, con el plácet de un antiguo presidente de la Real Federación Española de Fútbol y el control fiduciario del F.C. Barcelona, articularon cómo debe funcionar esto. Y el mundo del fútbol, salvo el propio Real Madrid, ha asumido con resignación que golfos y trincones dominen el mismo. Lo indignante es que la mayoría de clubes, cómplices con su silencio de esa corrupción, prefieren oponerse al que denuncia la falta de limpieza que unirse en dicha lucha con el denunciante. Entre antimadridismo y justicia, siempre eligieron antimadridismo.
El problema de fondo no es Gil Manzano, ni Medina Cantalejo o Clos Gómez. Como tampoco lo es Tebas, la Federación que controla y paga a los árbitros, Roures y su GOL TV, quienes dirigen y narran, de manera sibilina y premeditada, las retransmisiones de Movistar o Dazn o los tertulianos que en determinados programas de radio protegen a esos mismos que han entrampado el juego. Todo forma parte de un sistema putrefacto donde la meritocracia y la honestidad son castigadas, perseguidas o señaladas para que triunfe el trinque, el engaño y la corrupción. Prosperar en la España actual, donde el robo se convierte en derecho y la honestidad se mira con sospecha, adquiere tintes utópicos incorregibles. Que al Madrid le atraque una organización presuntamente criminal y corrupta, que se lucró de los pagos de un club que lleva siendo beneficiado por el Estado desde la guerra civil, es lo de menos. Lo que indigna es que esto se perpetúe como costra inmune a la verdad y queramos alterar la memoria histórica en aras de un nuevo orden contrario a lo que el césped, partido tras partido, determina.
Si el Barcelona representa el PSOE del fútbol, acostumbrado a competir con las cartas marcadas, las reglas adulteradas y por si acaso, las urnas untadas, y salir indemne e impune de todo ello, el Real Madrid, en lo referente a la estrategia de comunicación, tiene en el PP su paralelismo político más cercano. Con la narrativa mediática en contra, aunque tenga razón, siempre va por detrás en el discurso social y suele elegir mal el frente donde dar la batalla, mientras compite en inferioridad en esa honorable y solitaria batalla ante los organismos que controlan y monopolizan el cotarro. Porque, al final, no es la Liga, es España. No es la corrupción en el fútbol, es la corrupción como elemento rector que dirige un país y nutre a una sociedad complaciente. Cuando se anuló el gol a Bellingham, Negreira todavía estaba allí.