Muy Muñoz-Seca y muy señor

Muy Muñoz-Seca y muy señor

Descubrí al tal Carmona el pasado sábado por la noche cuando debatía grotescamente con la siempre acertada María Claver, excelsa columnista de OKDIARIO, el periódico nacional más leído de cuantos existen en la actualidad. Me pareció de una impertinencia insoportable, sin ápice alguno de una mínima virtud a destacar. Me sorprendió ver su nombre de nuevo unos días después, en esta ocasión firmando un ruin escrito, en el que atacaba de la manera más soez posible a uno de los escritores españoles que más solidez de principios ha demostrado a lo largo de su carrera periodística. Si por algo se recordará al tal Carmona en un futuro inmediato será únicamente por ese escrito; quizás esto lo sabía de antemano y por eso lo emitió. Una media tinta de estilo chabacano, en la que delata el firmante con matices conceptuales de lo más bellaco cuál es su catadura moral.

Alfonso Ussía despierta pasiones por donde pisa. Se le ama o se le odia, a nadie deja indiferente. Cualquiera que se acerque a su figura ya sabe de antemano a lo que se enfrenta. Él representa toda una ideología y una forma de entender la vida muy concreta, muy bien delineada, con límites por todos conocidos y, sobre todo, muy viva aún en la sociedad española, mucho más de lo que algunos piensan. El talento de Alfonso Ussía brota natural de sus entrañas, no lo fuerza, porque no le saldría. Ese talento le ha permitido mezclar en el caldero mágico de su pluma toda clase de filtros envenenados, vigorizados por el trazo esencial y lumínico de su estilo literario, inconfundible.

Su manera de concebir su propia existencia es coherente con su naturaleza. Yo le entiendo y muy bien. Él es fiel, muy fiel a una sola idea: su libertad. Él decide con quién, dónde y cuándo. Decide porque puede decidir, porque su compañía es un regalo, porque tiene un ingenio y una gracia insuperables, porque está  dotado de luz, de color y de sonido, imperceptibles dones que se acumulan en gotitas de esa esencia costosa que las musas gustan verter sobre su pañuelo de batista. Es exquisito y busca la exquisitez. Mide sus amistades y rehúye del mundanal ruido. Frecuenta los reinos en sombra; para luz, ya está él.

En la Bodeguita Romero de mi tierra, en un vis a vis con mi amigo Pedro Mansilla, salió a colación una poesía del embrujado Muñoz-Seca, don Alfonso. Decía algo así como: “Baja en Sevilla turbia marea/ por Abengoa, por Benjumea”. Mansilla sonrió por la picardía del maestro, de quien dijo que “era el hombre que más éxito había tenido con las mujeres en España, ¡muy por encima de Bertín Osborne!”. Fue mítica aquella tarde en Sevilla, cositas mágicas que tienen la grave solidez de las obras originales con toda su genial perfección. Aquí incluyo a Mansilla, a Ussía, a Osborne, a mi tierra y a la manzanilla de Romero.

Este don, como tantos otros, no es gratis, claro que no. Tener éxito sale carísimo, y más en España. El sentimiento de admiración puede ser muy molesto, y más para la amplia capa de mediocres que sabe reconocer lo bueno, pero no tiene capacidad para fabricarlo. Estos individuos son los peores enemigos. Son odios viscerales, que se asemejan a los que despierta el amor. Hablamos de todo esto el pasado otoño, en una recepción en la Embajada de Portugal, antiguo palacete de los duques de Híjar. Encontré a Alfonso espléndido, lleno de fuerza y de arrolladora vitalidad. Me miró fijamente con esos ojos tan pequeños como penetrantes que tiene, y me dijo: “Zamora, lo mejor está por llegar”.

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