Mucho Rey para este populismo de camiseta
El mayor drama para las utópicas aspiraciones de Podemos se llama Felipe VI. Ante un Jefe de Estado impecable en el fondo y en las formas, los pueriles intentos desestabilizadores de los populistas quedan reducidos a mera anécdota. Estar y no aplaudir, ausentarse para no saludar, exhibir banderas republicanas o camisetas como la de Diego Cañamero —el recurrente hombre anuncio del partido— lejos de constituir una reivindicación efectiva, de tan ridícula, fortalece la solidez y vigencia de la Monarquía parlamentaria que da forma a nuestro Estado. Con cada nueva actuación, Podemos se acerca más a una charanga deshilvanada que a la tercera fuerza política del país. La insistencia de Pablo Iglesias y sus acólitos en la política espectáculo los convierte en representantes liliputienses si los comparamos con la sólida presencia del Rey.
Con cada nuevo acto oficial, y el de este jueves en el Congreso de los Diputados era de los más importantes, aumenta la sensación de que Podemos está conformado en su mayoría por un grupo de advenedizos que están en política sin el menor sentido de la responsabilidad. Sobre todo si tenemos en cuenta que, «como símbolo de la unidad y permanencia del Estado», el discurso de Felipe VI ha sido paradigmático: atento a todos los segmentos de la sociedad, crítico con la corrupción y el desgobierno, emotivo con las víctimas del terrorismo y considerado hacia la «diversidad» de la nación. Un discurso sin falta donde ha cumplido con su deber: abarcar e integrar a todos españoles. Nuestro país necesita una profunda regeneración alejada de poses y actos de cara a la galería. Por eso, esta XII Legislatura debe suponer la oportunidad definitiva para asentar la recuperación económica y así consumar un contexto que se lleve los últimos rescoldos de una crisis que, a modo de herencia, nos ha dejado el fútil populismo de Podemos.