En medio de esta hecatombe, reivindicación de Aznar

Aznar

Han pasado 20 años desde que José María Aznar abandonó el poder. Lo hizo por propia voluntad, bien es cierto que sus últimos tiempos no fueron precisamente los que él hubiera deseado al retirarse de la política. Pero, aunque sólo fuera porque en sus años de gobernación España recuperó sonido y estima exterior y porque en poco más de dos enderezó la economía española hasta el punto de llevarla a la cúspide de la Unión Europea, el balance que debe hacerse del presidente Aznar es sumamente positivo.

Por lo pronto, consiguió algo imperdonable (es ironía) en el país: ganar unas elecciones doblando a la izquierda hasta el punto de llevarla a una crisis de la que tardó ocho años en salir. Este dato es fundamental para entender aquella proeza porque el PSOE no aceptó nunca (tampoco ahora) que alguien discuta su falaz superioridad moral, su primogenitura en las urnas como fundamento de la democracia. ¿Que Aznar falló en algo? Pues sí, en varias cosas, por ejemplo, en la generosidad de sus pactos iniciales con el ya corrupto Pujol o con el PNV de Arzalluz, partido al que entonces numéricamente no necesitaba.

En el célebre hotel Majestic, establecimiento de tantos encuentros corporales, los enviados de Aznar, Rato el principal, cedieron elementos de la integridad nacional que nunca debieron llegar a la buchaca de los entonces nacionalistas, en este momento ya secesionistas de la peor condición. Eliminó en buena parte la presencia del Estado en las autonomías, llenó las exigencias de sus chantajistas de ofertas fiscales y dejó que el catalanismo, a la sazón revestido de piel de cordero, impusiera su idioma de forma dictatorial sobre el otro oficial del Estado y la región: el castellano, mejor llamado español.

De aquellos polvos pudieron venir estos lodos, pero, recordemos: ¿pudo tomar Aznar otro camino?, ¿debió renunciar a La Moncloa y dejar su asiento al candidato que todo el gremio izquierdista del país, medios como El País incluidos, no sólo ya le sugerían, sino que directamente le imponían? Bien es cierto que hasta que Aznar no formalizó los pactos antedichos fue sujeto de una crucifixión pública, antecedente claro de la que luego sufrió con motivo de la guerra de Irak en la que España no participó. ¿Hay que recordar la verdad? En algún momento de aquellos días prebélicos y bélicos, la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Ana de Palacio, nos transmitió a unos pocos periodistas el siguiente mensaje: «No sólo la izquierda universal, sino algunos estados en particular, no soportan que Aznar esté en el poder en España». Una premonición que luego se ha cumplido fehacientemente con referencia a su partido. ¿O qué ha pasado con los comportamientos de Marruecos tras el incidente de la isla de Perejil? Marruecos nunca perdonó a Aznar aquella operación honrosa para España.

Los debes están explicados pero y ¿los haberes? Cuando Aznar llegó al poder, se encontró con una Nación marginada en la Unión Europea porque no cumplía ni uno de los parámetros para ingresar en la imprescindible moneda única ya aprobada. En esos momentos, España había abandonado el club atlántico que apareaba estados muy cercanos a Norteamérica para poner coto a la visible invasión ideológica, social, política, comercial de Rusia y China, pongamos por ejemplo. Es curioso: aquella apuesta de Aznar por el denominado «vínculo atlántico» le valió los mayores denuestos, descalificaciones e insultos por parte del gauchismo español, tan casposo, tan atrabiliario, tan antiguo, tan estalinista, tan sectario en sus manifestaciones.

Esta izquierda, bien engrasada por los socialistas, se enzarzó en una campaña destinada, primero, a pintar a Aznar como el capitán del barco que hundió el Prestige y, segundo, a calificarle como el agresor que, del brazo de Bush y Blair, holló las tierras de Irak y asesinó a un líder benéfico, tan admirable como el criminal Sadam Husein. 50 países participaron en aquella coalición, pero Aznar fue la víctima de las insidias socio-comunistas. ¡Qué asco!

Tras las concesiones iniciales, Aznar plantó cara a los nacionalistas y se negó a concordar con Artur Mas la entrega final de toda la fiscalidad, algo con lo que tampoco transigió su sucesor Mariano Rajoy. Este dato debe quedar para la realidad reciente en un minuto, como el que vivimos, en el que los secesionistas exigen el 100% de los impuestos, de 25.000 millones de euros a casi los 60.000 que ha puesto encima de la mesa como condición sine qua non, el estulto e insoportable presidente de la Generalidad, de apellido estrictamente catalán: Aragonés.

Aznar pensaba entonces, y sin duda piensa ahora, que los golpes de Estado ya no se perpetran con grandes pronunciamientos (ni siquiera el del forajido Puigdemont lo fue), sino que se diluyen poco a poco, gota a gota, o sea, exactamente lo que está ocurriendo en España.

En unas declaraciones de su última época vino a decir Aznar: «La parte (Cataluña) no puede decir al todo (España) lo que tiene que hacer». El atentado terrorista que padeció Aznar en 2004, tan inexplicado, pero muy explicable, pretendió esto ya indiscutible: cambiar el curso histórico de España. «Cui prodest?», se preguntaría un latino, pues internamente tiene respuesta, a los socialistas, en el exterior, claramente a Marruecos. Todos los analistas del pasado se han asemejado durante todos estos veinte años a los críticos deportivos que, a posteriori denuncian a los entrenadores lo que debieron y no hicieron para ganar. ¿No lo hizo Aznar? Pues durante dos días, los posteriores a la tragedia de los trenes criminales, tuvo perfectamente informado a Zapatero del minuto y resultado, ¿Debió culpar directamente a los islamistas? Pues durante día y medio, el CNI del prolijo Jorge Dezcallar le estuvo insistiendo en la autoría etarra. Dezcallar, tan imparcial y aseado él, tras cesar en el CNI fue aupado por Zapatero a dos embajadas de primera clase: el Vaticano y el propio Estados Unidos.

Todos los que aplastan la memoria política de Aznar no gastan un ápice de sus vidas en revisar la de Zapatero o la de esta pesadilla nacional, Pedro Sánchez, que está haciendo a España un daño gravísimo de profundas consecuencias, algunas de ellas aún sin adivinar. Fue, y es Aznar, un político con un enorme sentido de Estado, la carencia que ahora resulta descomunal en el tipo infame que nos gobierna. En las horas posteriores al atentado de Madrid nunca mintió, simplemente confió en los que decían saber, algunos de los cuales trabajaban directamente para Rubalcaba. Fue pisoteado por un PSOE que era consciente de que nunca le vencería en las urnas. Años después, el muñidor de aquel ataque brutal contra el jefe del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, se confesó así:»Hicimos lo que teníamos que hacer». Claro está que para sus intereses. Hoy, a los 20 años de su abandono de la escena pública, la figura de Aznar se engrandece frente a la de este fantoche que detenta el poder en nuestro desgraciado país.

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