Más productividad, pero salarios más bajos

Más productividad, pero salarios más bajos

Hemos impulsado la productividad y, de hecho, la productividad laboral constituye uno de los puntos fuertes hoy por hoy de la competitividad española. Empero, no nos engañemos. Somos buenos o, mejor dicho, nuestra productividad laboral suma en el ranking de competitividad gracias en gran manera a las contenciones salariales, es decir, los salarios han crecido por debajo de la productividad. En buena lógica el siguiente paso ha de consistir en reducir esa brecha entre productividad y salarios. Esa es la onda que sintoniza el pacto salarial al revisar los sueldos en un 2% anual que con premios alcanzaría hasta el 3% anual y fijar unos salarios mínimos algo dignos.

Por más que se empeñen nuestros dirigentes políticos —que ya sabe usted, amigo lector, que de su genial creatividad en asuntos económicos dudo abiertamente— en que la solución a todos nuestros males es incrementar la presión fiscal porque España, según sus estériles estudios, es uno de los países europeos que presenta un ratio de impuestos/PIB de los menos altos de Europa —no dicen, no, que estamos en la parte de arriba de cargas al trabajo y de impuestos que lo gravan, lo que se conoce como “cuña fiscal”—, y en aumentar los salarios mínimos, la tozuda realidad se impone y nos dice que para que España progrese tiene que saber crear empleo de calidad y fomentar el talento en sectores económicos que tiren en la actual era disruptiva y tecnológica.

Sufrimos un palmario desajuste entre nuestro sistema productivo y educativo; éste tendría que proporcionar el personal que nuestra economía necesita, y eso no es así. En la tabla siguiente se observa como desde 1960 hasta hoy se ha ido dando una metamorfosis sobresaliente en el peso sectorial en nuestro Producto Interior Bruto, con sobresaliente pérdida de importancia de nuestro sector primario, cediendo posiciones exageradamente la industria, con sus altibajos manteniéndose de aquella manera la construcción y ganando descaradamente posiciones el sector de servicios. Si nos fijamos acto seguido en la pérdida de peso de la industria manufacturera —esto es, industria, pero excluyendo a energía—, la caída ha sido brutal desde aquellos años del desarrollismo económico español marcados por el Seat 600 y el apartamento fuera, a hoy.

Y, por suerte, hemos recuperado tímidamente algo de importancia en la manufactura en estos años recientes, tal y como se aprecia en el cuadro siguiente:

En cualquier caso, estamos muy lejos, muchísimo, de ese objetivo quizá frívolamente anunciado de que en 2020 el 20% de nuestro PIB corresponderá a industria. Estamos a menos de dos años de ello y, con toda la sinceridad del mundo, creo más en que en 2020 mi Espanyol sea campeón de la Liga Santander que no que España tenga un 20% de su PIB que venga dado por el sector industrial. ¡Ojalá todo salga bien!

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