Marbella, su origen

Marbella, su origen

Llegados a este punto del verano, voy a contarles una historia real muy importante para el turismo español, que va a permitir que la inquietud pandémica descanse unos minutos. Imaginen que les sorprendo de pronto abriendo una puerta oculta, disfrazada por un trampantojo entre la librería. La insospechada puerta da acceso a un elevado castillo. Todo está blanco por la nieve, se oyen las risas de unos niños muy rubios que juegan con un trineo. Es Navidad y todos son luces de colores en el interior, con lazos rojos y caramelos deliciosamente envueltos. Las chimeneas de las distintas estancias están todas encendidas, el servicio se mueve nervioso, aún queda mucho por ultimar. Se busca la máxima perfección. Velas, terciopelos, coronas con brillantes, niños con calcetines altos sin una sola arruga, peinados perfectamente, villancicos en alemán, piropos en francés, anglicismos insertados estratégicamente en las conversaciones, sonrisas comedidas, silencios estudiados. Finalmente, les confieso: Checoslovaquia, antes de la tormenta. ¿A qué viene esto?, pensará el lector si a estas alturas sigue atento. Esta escena representa la más sofisticada y ennoblecida sociedad europea. Paso a continuación a hacerles la trazabilidad de su interés en nuestra historia.

Procedente del ambiente descrito, llegó a Málaga el berlinés Cristian Federico Scholtz Roth, quien abrió allí unas bodegas en 1807. Las bodegas Scholtz fueron durante años las más importantes de la ciudad. Para continuar con el ambiente previo de cuento de hadas, añadiré que el sobrino del fundador de las bodegas, Enrique Scholtz Caravaca, fue el cónsul de Dinamarca que en 1860 acogió de forma muy cálida al escritor danés Hans Christian Andersen durante una visita a la ciudad andaluza, que, como dejó escrito en su libro de viajes, le resultaría inolvidable. El autor de “La sirenita”, “La princesa y el guisante”, “El soldadito de plomo” y “El traje nuevo del emperador” seguro que supo apreciar los sueños de los sentidos que se escondían en aquellas bodegas, el misterio de la sombra, los ardores culpables, pasiones hundidas en los sueños, vino puro.

Poco después, llegó también a Málaga, procedente de México, Manuel Adrián Iturbe y del Villar. Como las pasiones se atreven a todo, las antorchas suspendidas entre la tierra y el cielo se encendieron entre él y María Trinidad Scholtz-Hermensdorlf y Behrz, descendiente del cuento de hadas antes descrito, pero residente en Andalucía, escenario de los más sofisticados y caprichosos frenesíes. Por estas tierras pasaba Prosper Mérimée en las fechas en que Iturbe nacía al otro lado del Atlántico, dando forma a la célebre novela corta Carmen, mito andaluz por antonomasia desde que aquella pluma francesa la concibiera. En Centroeuropa, el estereotipo de la nueva mujer perversa tomó forma a través de la palabra de Wilhelm Meinhold, que creó a la terrorífica Sidonia von Bork. Aquellos días, en que las relaciones entre Francia y Alemania eran cada vez más tensas, se iba legalizando la libertad, la igualdad y la fraternidad.

En París, finalizando el siglo XIX, nacía la hija de los Iturbe y Scholtz, María de la Piedad, Piedita, como fue siempre conocida en sociedad. Aquella niña se casaría con el Príncipe de Hohenlohe, Maximiliam von Hohenlohe-Langenburg. En sus estancias en Málaga, aquel príncipe europeo solía salir de paseo con Adolfo Príes Scholtz, I conde de Príes, familiar de su mujer. Un atardecer, estando en Guadalmina, vio la casa que se había hecho Norberto Goizueta y, con la rotundidad implícita en su marcado acento alemán, dijo: “Quiero comprar aquí”. Príes le dijo que no podía comprar aquel terreno, porque era de unos monjes, y además que no entendía qué le veía a aquel pueblo de pescadores, que comprara en Málaga. El príncipe debió mirarle con mirada fraternal. El resto es historia.

El impulso que dio aquella decisión al turismo español fue trascendental en nuestra economía. La sofisticación del veraneo marbellí fue conocida a nivel mundial.  Entre “Santa Margarita”, en Marbella, y “El Quexigal”, en Ávila con Madrid, establecieron los Hohenlohe Yturbe su hogar. Seis hijos alegraron aquellas fincas: María Francisca, Pimpinela; Alfonso, que se casó en primeras nupcias con Ira de Fürstenberg, una pareja muy cosmopolita que llenó innumerables páginas en las revistas de sociedad; Elizabeth; Maximiliano, casado en primeras nupcias con Ana de Medina Fernández de Córdoba; Christian, que se casó con Carmen de la Cuadra Medina; y Beatriz, que lo hizo con el IX duque de Arión, Gonzalo Fernández de Córdoba y Larios. Es llamativo que todos aquellos niños, tan acostumbrados a pasearse por fiestas europeas, se casaran con españoles, con la excepción de Alfonso, que prefirió Venecia para desposar a la hija de Tassio von Fürstenberg y Clara Agnelli.

Un paraíso encantado, que aún hoy mantiene el éxtasis para el exotista, el misticismo para el ascético y los placeres para el hedonista. Marbella sin Checoslovaquia no sería Marbella, y España sin Marbella sería menos España. Otro verano termina y, ni pandemia ni nada, allí sigue ella, rotunda.

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