Lo mismo, ¡pero con más bombo!

Lo mismo, ¡pero con más bombo!

La revisión de las doscientas y pico páginas del Proyecto del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia te deja la cabeza caliente y los pies fríos. Aunque el acercamiento al mismo sea con el mejor ánimo, cuando comienzas a estar perdido en las referencias circulares entre ejes, palancas, componentes y programas, y harto de constantes relecturas de párrafos casi idénticos llenos de términos y frases vacías, de planteamientos infantiles y objetivos angelicales, empiezas a sospechar con malicia que quizás han vuelto a hacerlo.

Con la mejor intención vuelves al Resumen Ejecutivo (en el que se repite lo que ya venía en la Introducción y que después vuelve a repetirse en la Descripción e Implementación -eso sí, a veces con colorines-) para terminar de darte cuenta que estás ante un tratado de la vida posmoderna en versión progre y “socialistoide”, es decir, diciéndote, como es su costumbre, como tienes que vivirla. No le falta ninguno de los mantras de nuestro tiempo, pero, aunque pretende ser un plan económico, no incluye ningún impacto cuantitativo, más allá de la desiderativa afirmación de que “…aumenta el crecimiento potencial de la economía por encima del 2% en el medio-largo plazo y la creación de 800 mil puestos de trabajo durante el periodo de ejecución del Plan”. ¡Que tino! ¡Resulta que esas dos cifras ya nos las soltaron en el mes de septiembre!

Cierras entonces el archivo y no puedes evitar la mueca de resignación que te deja la certeza de que, definitivamente, no hemos tenido suerte con el  gobierno y el líder que, en este momento tan crucial, tenemos al frente de nuestra nación.

La difícil situación que estamos enfrentando ha dado ocasión para que un político preparado y trabajador desplegara su capacidad; conformara un equipo experimentado y solvente que estuviera acostumbrado a analizar, planificar y ejecutar; y diera absoluta prioridad a los objetivos país, lo que facilitaría el consenso con la oposición y el alineamiento de todas las administraciones.

Además, nuestra pertenencia al club europeo nos da la posibilidad de no pelear solos. Esta vez sí, con más o menos resistencia, nuestros socios han accedido a no escatimar esfuerzos económicos y nos han retirado limitaciones presupuestarias y de endeudamiento. Tampoco están siendo inflexibles en los plazos, que van extendiendo para facilitar que los países presenten trabajos serios y exhaustivos.

En definitiva, existía la oportunidad, la capacidad motora del Estado, los medios económicos comunitarios, la potencial disposición e involucración de nuestras mejores empresas, y, sin duda, el demostrado compromiso solidario de los españoles para que el alumno hubiese completado un examen con lucimiento.

Pero nada de eso. Pedro Sánchez ha vuelto a hacerlo. Efectivamente ha visto la oportunidad, pero su oportunidad, y, aunque parezca increíble, ha vuelto a poner el foco en la ideología, los referentes progres, y sobre todo en el autobombo. 

No me resisto a recoger aquí un párrafo en el que, después de haber sido uno de los países con mayor impacto sanitario y económico de la pandemia, se atreven a decir: “La respuesta decidida de las autoridades en el plano nacional y comunitario desde el primer momento ha sido eficaz para amortiguar el impacto económico y social y evitar así un escenario altamente disruptivo desde el punto de vista económico y social. En efecto, se estima que los diferentes planes de medidas puestos en marcha han evitado en España una caída del PIB superior al 25% en 2020 y la destrucción de más de 3 millones de puestos de trabajo”. ¡Qué alipori!

Y así, el proyecto, que está huérfano de datos cuantitativos, de planes de ejecución y de estudios de impacto y viabilidad (especialmente para las pymes y el turismo que son la estructura y el principal sector de nuestra economía), repite una y otra vez planes y objetivos buenistas, en los que estaría de acuerdo el propio Igor el ruso, y programas y medidas grandilocuentes cuyos efectos se terminarán en cuanto sean publicitadas en los telediarios.

No, definitivamente no hemos tenido suerte.

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