Con licencia para el mal
La mediática psicóloga Julia Shaw incidía en un reciente estudio en nuestra infinita capacidad para el mal o para hacer daño. Algo que metafísicamente ya había aclarado Xavier Zubiri: El mal es una realidad que, en una o en otra forma, envuelve a los hombres y, en cierto modo, al universo entero. Sin embargo, también en esto hay gradaciones y hay quienes han desarrollado esa capacidad hasta convertirse en reconocidos especialistas. Tan reconocidos, por los demás y por ellos mismos, que el entorno ya no espera otro comportamiento y los protagonistas lo asumen e incluso lo exhiben.
No extraña, entonces, el alivio que manifiestan los que se acercan al presidente Sánchez para decirle que menos mal que fue él quien asumió y protagonizó la nefasta gestión de la pandemia -con sus contagios masivos del 8M, sus confinamientos anticonstitucionales y sus récords de fallecimientos-, o la imprevisión e incapacidad para enfrentar la crisis bélico-económica -con su inflación, su desabastecimiento y sus elevados tipos de interés-. A cualquier otro, por mucho menos le hubieran incendiado las calles y le habrían echado en el vertedero del metaverso, eso sí, sin darle ningún Oscar y después de cancelarle en las redes y vilipendiarle en los Goya.
Pero estamos mejor así, reconociéndose cada uno lo suyo: los conservadores sus limitaciones y el progresismo sus extralimitaciones. Nada peor que desubicarse y exponerse al ridículo haciendo lo que no se sabe hacer: la derecha convocando manifestaciones, defendiendo la moral y costumbres de muchos españoles y dando la guerra cultural; y los socialistas y populistas gestionando con criterio, economizando nuestros impuestos y pactando sin sectarismo.
Ahora bien, y no todo van a ser satisfacciones, no consigue Sánchez arrogarse el monopolio del mal; sus coaligados de Gobierno y sus socios de investidura no se lo permiten. Llevan muchos años de engaños, manipulaciones, malversaciones y daños individuales y colectivos, muchos de ellos criminales, para dejar toda la maldad, que es la dimensión social del mal, en manos de una sola persona, aunque a ésta se le vean grandes aptitudes para ejercerla. Como alguien dijo de los etarras, una cosa es poner bombas en los supermercados y otra no ir a misa los domingos.
Al presidente, por ejemplo, le resulta mucho más sencillo engatusar al PP y engañar a todos los españoles que embaucar a Otegi, a Junqueras o a Iglesias. El con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo 20 veces, el siento vergüenza por los indultos a políticos o el no dormiría por las noches eran argucias insustanciales desde el momento en que se pronunciaron, pero los compromisos con sus socios se han cumplido, se cumplen y se cumplirán, incluidos, como siempre comprobamos, los que se asumieron con Podemos. La sustitución de las ministras Maroto y Darias se está retrasando, entre otras cosas, porque parecería buen momento para desprenderse de Irene Montero y su cuadrilla, que han tocado techo en incapacidad y en insolencia; pero claro, no resulta oportuno evidenciar que estas señoras su jefe ya no lo tienen en Moncloa.
Como tampoco lo tiene Yolanda Diaz. Y es que al único que no ha engañado Sánchez con el trampantojo de Yoli es a quien tenía que engañar. El macho alfa ya ha dicho que Podemos no es un sumando más, suponiendo que haya suma, y ha instruido a sus polluel@s para que a Yolanda no le pasen ni una. Mientras en el Gobierno se hablaban, a ésta le funcionó el buenismo, el populismo a lo Evita Perón y el vestuario de Mariquita Pérez; ahora que, concertadamente, se han abierto las hostilidades entre las dos facciones, la pobre se va arrastrando indignamente -que es casi una tautología- de trinchera a trinchera. Lo más probable es que cuando se produzca la implosión definitiva de la coalición, ella se encuentre en tierra de nadie y que, cuando se acerque a preguntar por lo suyo, le digan, como a Tito y al Piraña en Verano Azul, mierda para el correo que va y viene.
Otra cosa, el mismo alivio de los que le dicen a Sánchez que menos mal que ha sido él quien protagoniza este sin Dios de legislatura, lo sienten muchos por no haber sido el Real Madrid a quien pillaran comprando a los árbitros. Porque eso sí que hubiera sido una catástrofe nacional: Cataluña ya sería una república, Ayuso habría dimitido, el Bernabéu ardería democráticamente (como los conventos en el 36) y al RM, ya en segunda B, le habrían quitado hasta aquella primera liga que ganó en 1932 en el campo del Barça.
Por eso, y aunque todos seamos ontológicamente capaces de hacer el mal, es mejor que lo ejerzan quienes saben hacerlo con control de daños y con la cuasi-aquiescencia de quienes lo soportan. Y por favor, sin ningún complejo de culpa y sin preocuparse por intentar demostrar que su maldad no les beneficia, ya que el mal, volviendo de nuevo a Zubiri, tiene mucho más que ver con la intención, que con el resultado en sí de las malas acciones.