Leonor de España, bastión de esperanza y continuidad
Todos los 31 de octubre son iguales al resto, aunque algunos son menos iguales que los demás. Ahora que las fiestas paganas se han convertido en ritual de celebración patria y hacemos del truco o trato algo más que un cambalache político, la normalidad en un país forjado a golpe de tradiciones y traiciones es ver jurar la Constitución a la heredera de un trono secular, símbolo de una continuidad histórica hoy en riesgo por felones de toda corte y condición.
En un momento particular de quiebra moral de la nación, Leonor representa en su figura la permanencia del legado común que nos dimos con la Constitución del 78 y, sobre todo, del ideal fraterno de convivencia que como ciudadanos nos concedimos en la única amnistía posible en democracia: la que cierra heridas tras una guerra civil. La importancia del acto excede y trasciende lo histórico: la unidad de la nación depende en estos quebradizos momentos de la defensa de una institución que representa todo aquello que odian los que rechazan a España y su legado, repulsa hoy manifestada de la manera más evidente: con su ausencia del acto en el Congreso. Han hecho bien, los enemigos de la democracia, de la libertad y de la igualdad entre españoles están mejor fuera de las Cortes que dentro de ellas.
El discurso de la princesa de Asturias, breve, solemne, firme y con referencias paternas, ya ha hecho historia y abunda en su conciencia responsable y en el deber que tendrá a partir de ahora para guardar y hacer guardar la Carta Magna, frente a quienes dedican sus ímprobos esfuerzos a derribarla. Su petición de confianza a la ciudadanía, la soltura espontánea con la que asume su posición, reivindicando con humildad su papel, su natural ingenuidad a la hora de preguntarle a sus padres por cuestiones protocolarias propias del acto de hoy y esa conexión con la España joven, son elementos que inducen a pensar que la Leonormanía puede ser algo más que una etiqueta política de adhesión coyuntural a la monarquía.
Con Leonor, España tendrá de nuevo en pocos años en la Jefatura del Estado a una mujer (derribando el relato feminista de las femininis), algo que no sucede desde que Isabel II asumiera el trono en 1833, una figura sufriente que Galdós definió como «la reina de los tristes destinos», y que vivió hasta tres constituciones (1837, 1845 y la non nata de 1856), pronunciamientos varios e inestabilidad política constante, hasta que fue derrocada en 1868 por un golpe militar que dio paso a la revolución septembrina conocida como la Gloriosa, antesala del Sexenio democrático que finalizó en 1874, tras el fracaso que supuso el breve experimento de la I República.
Pero en el día que Leonor representaba el bastión de esperanza y continuidad de la nación, no podía faltar el enésimo engaño presidencial. Sánchez le manifestó en su intervención, con esa sonrisa napoleónica de felón irredento, el «respeto, lealtad y afecto del Gobierno», la misma mañana que una parte de ese gobierno declaró que iban a «trabajar para que Leonor no sea nunca reina». De nuevo, el autócrata mintiendo como mejor saber mentir, mirando a los ojos, susurrando ideas opuestas a sus intenciones y con palabras de credibilidad agotada.
Armengol, haciéndose valer frente al jefe, respetó el protocolo y acertó en la referencia a Peces-Barba, no sin perpetrar antes un discurso ideológico, con los mantras típicos del progresismo falaz, intervencionista y liberticida. Palabras buenistas y axiomas caducos. No era el día ni el momento. Un discurso que concluyó diciendo: «La democracia es el poder del pueblo». El mismo pueblo que no ha votado la amnistía que ella como Presidenta del Congreso va a tramitar por vía de urgencia.
De nuevo, fue Felipe VI quien sobresalió para dejar claro lo que importa. Para subrayar esta parte: «El sometimiento al derecho, Leonor, es una exigencia para la Corona y todas las instituciones. La aceptación del sistema parlamentario, Leonor, supone el reconocimiento de las Cortes, que representa al pueblo español». Dos sentencias que resumen los valores constitucionales que definen el acto y el juramento de fidelidad a la Corona y a la nación. Apelar al derecho y al sometimiento a las leyes en presencia de quien más trabaja para violarlas define el espejo cóncavo en el que se mira una nación en peligro.
La monarquía, que sirvió para reinstaurar una suerte de orden establecido en la Europa de entreguerras que cavaba tumbas con la misma rapidez con la que abría trincheras, es hoy garantía de permanencia de los símbolos, tradiciones e integridad territorial que conforman una unidad de destino. La jura constitucional de Leonor supone un acontecimiento histórico, político y jurídico, no sólo por la continuidad de la Corona, símbolo de estabilidad y garantía del cumplimiento de la Carta Magna sino, sobre todo, por la permanencia de la nación como una e indivisible frente a un Gobierno que ha decidido entregarla a sus peores enemigos.