Lejos de nosotros la funesta manía de entender

Lejos de nosotros la funesta manía de entender
Lejos de nosotros la funesta manía de entender

Desde hace años se viene propagando la especie en ciertos medios de comunicación, alentados por nuestra clase política que de la misa no se entera la mitad, de que la autonomía balear está «infrafinanciada».

Año tras año, sin embargo, la publicación de la liquidación definitiva por parte del Ministerio de Hacienda de los datos de financiación autonómica de dos años atrás y la subsiguiente publicación del informe de Fedea que corrige los datos de Hacienda a competencias homogéneas, mismo esfuerzo fiscal y población ajustada desmienten esta desinformación a la que se entregan ciertos periodistas con un fervor digno de mejor causa.

Además del interés de políticos y periodistas de presentar a las Islas como víctimas del modelo de financiación de 2009, un interés que obedece a razones meramente ideológicas en aras a sacarle un rédito político inmediato, existen otros factores que sin lugar a dudas también contribuyen a propalar tales supercherías.

El primero de ellos es la pereza de ciertos periodistas económicos que, lejos de estudiar a fondo el modelo de financiación o leerse cuando menos los informes del mayor experto en financiación autonómica de España, prefieren publicar la propaganda que directamente les ofrece masticada el Govern balear sin pasar por ningún filtro.

El segundo factor que explicaría sus tragaderas es la complejidad del modelo que se acentúa más todavía por la necesidad de aplicar ciertos filtros correctores a los datos crudos que publica Hacienda y así poder comparar unas autonomías con otras. Es lo que hacen precisamente los informes de Fedea con el único objetivo de poder comparar la financiación en nuestro peculiar reino de taifas donde la igualdad ante la ley es un mero desiderátum.

Hay que tener en cuenta que las 15 comunidades de régimen común no realizan el mismo esfuerzo fiscal, no tienen las mismas competencias y las necesidades de su población son distintas, pensemos por ejemplo en su dispersión geográfica o en su grado de envejecimiento. En realidad, el problema estriba en que en el fondo tratamos de solucionar un problema aparentemente irresoluble: tratar de comparar la financiación per cápita de unas autonomías que, lejos de ser meras receptoras uniformes de gasto, tienen su propia autonomía política y, por lo tanto, con capacidad normativa propia en materia de tributos y con distintas competencias transferidas como la política autonómica o las infraestructuras en carreteras, sin ir más lejos.

La única forma de comparar la financiación per cápita de las 15 autonomías de régimen común es corrigiendo los efectos de su autonomía política, empezando por los impuestos cedidos y propios y terminando por las competencias transferidas. Además de corregir esta autonomía propiamente política, tampoco la realidad geográfica y poblacional de cada una de ellas es la misma: sus necesidades de financiación son naturalmente distintas, de ahí que también deban corregirse cuando menos algunos parámetros como la dispersión, la población en edad escolar o el envejecimiento, por contar sólo algunas.

En suma, los motivos que llevarían a que nuestros periodistas económicos nos torturen cada dos por tres con noticias fraudulentas sobre la supuesta infrafinanciación de la comunidad balear residirían en su sesgo marcadamente político y escorado hacia el nacionalismo, la pereza de filtrar la información que les aporta una fuente oficial como el Govern y la complejidad no tanto del modelo de financiación de 2009 -al menos para alguien con un nivel medio de matemáticas- como de la propia realidad de un sistema de autonomías donde ha desaparecido cualquier atisbo de igualdad ante la ley, también en materia fiscal y competencial, una dificultad que sólo puede reconducirse aplicando una serie de correcciones de los datos oficiales que a la mayor parte de nuestros expertos de los medios ni siquiera les ha pasado por la cabeza.

Como decía aquel ilustre monarca, lejos de nosotros la funesta manía de pensar. Y de entender, añadiría yo.

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