(Sánchez y la cultura de la impunidad)

¡Indúlteme, presidente!

¡Indúlteme, presidente!
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Uno de los elementos esenciales de una democracia, si no el elemento, es el imperio de la ley. Eso supone, para empezar, que TODO el que la hace, la paga. Para continuar, que TODOS somos iguales a la hora de recibir justicia. Y para terminar que cualquier ciudadano debe ser juzgado por el magistrado predeterminado por la ley, lo cual tiene como obvio objetivo que no se muevan fichas para que te acabe cayendo en suerte un amiguete. Y para que una democracia sea considerada de calidad ha de darse, por ende, una premisa sine qua non: la separación de poderes o, lo que es lo mismo, la independencia judicial.

Todo esto ha quedado destrozado con el indultazo prevaricador de Sánchez a los golpistas catalanes: el presidente se ha pasado por el forro de las gónadas el dictamen unánime del Tribunal Supremo, que abogó por negar la medida de gracia a Junqueras y los otros ocho delincuentes presos —los demás, como Puigdemont, están fugados—. Ha ninguneado a los magistrados que dictaron sentencia, también sin un solo voto particular, a los guardias civiles y policías que investigaron el 1-O, al instructor que se jugó el tipo en el envite, Pablo Llarena, a los constitucionalistas que fueron apaleados por decir “no” a la insurrección y a ese Rey de España que imitó a su padre saliendo a poner orden en medio de un guirigay en el que el Gobierno estaba literalmente KO tras el pollo montado a nivel internacional por las cargas policiales del día de autos.

Lo de Sánchez con la prevaricación es como lo de los tontos con los lápices: le ha cogido tanto cariño que no la suelta así le amenaces con todos los males del averno. El indultazo es otra ilegalidad como la copa de un pino. No lo digo yo, lo afirma taxativamente la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Y, no nos engañemos, el indulto, figura medieval donde las haya, es una prevaricación legalizada en buena parte de los casos. Especialmente en aquéllos en los que salvas de una pena de cárcel a un correligionario, al que financió tu campaña, al hijo de un colega o a un socio de gobierno. Este perdón no es, pues, la modernidad magnánima que nos presenta el cínico del presidente sino una antigualla recogida en nuestro Código Penal desde 1870, pero que data de tiempos ancestrales.

Que constituye una prevaricación insultante lo demuestra el hecho de que se incumplen los cuatro requisitos para el nihil obstat: los reos no se han arrepentido ni han pedido perdón, no hay conveniencia pública porque todo responde al interés particular de Pedro Sánchez de mantener el respaldo de ERC en el Congreso, sin el cual tendría que disolver y convocar elecciones, no existe equidad porque hay miles de condenados con más motivos para que se extinga su responsabilidad penal que esta banda, y de la justicia ni hablamos porque queda patente en todos y cada uno de los enunciados anteriores.

El indulto no nació para que privilegiados perdonen a privilegiados, sino para poner caridad donde sólo había fría justicia

El indulto fue concebido para subsanar episodios en los que la lógicamente implacable acción de la Justicia degenera en una injusticia humana supina. Ergo, un padre que acaba enchironado por haber robado para dar de comer a sus hijos, un toxicómano que atraca un banco sin causar heridos para pagarse sus dosis de heroína, otro que comete un delito estando en proceso de rehabilitación o un ciudadano que mató al ladrón que estaba violando a su pareja tras haber allanado su morada. Obviamente, no nació para que privilegiados perdonen a privilegiados. En eso ha terminado un instrumento creado para poner caridad donde sólo había fría justicia.

Las frases vomitadas por ese cursi charlatán que es Pedro Sánchez para justificar la mayor prevaricación de la democracia dan miedo: “La venganza y la revancha no son valores constitucionales”. Lo cual equivale a sacralizar la tan peligrosa como en el fondo tiránica idea de que cualquier condena es una vendetta. Sensu contrario, que todo vale, que esto es la ley de la selva, la de Lynch o la del Talión o que será delito lo que decidan los gobernantes, Terrible porque, echando mano de la perversa dialéctica sanchista, eso podrán argumentar desde un violador en serie hasta un pederasta, pasando por un peligroso terrorista yihadista.

Preveo que a partir de ahora cualquier quinqui echará la instancia del indulto a ver si suena la flauta. Unos con razón y otros sin ella. “¿Qué es más grave?”, reflexionarán, “¿robar en el súper de al lado de mi casa o dar un golpe de Estado?”. “¿Por qué a mí no me lo van a dar si lo hice por necesidad y ellos por ese placer que otorga acumular poder?”, abundará. Y, acto seguido, se dirigirá al presidente del Gobierno con una frase que va camino de convertirse en dogma de fe dado el relativismo moral que impone el pensamiento único: “¡Indúlteme, presidente!”.

Lo mismo sucederá con el tipo al que trincaron conduciendo borracho como una cuba en sentido contrario tras provocar unos cuantos accidentes. “¡Indúlteme, Sánchez!, bebí porque era la boda de uno de mis hijos”. Lo mismo se le ocurrirá al hombre al que enchironaron por revelación de secretos tras haber hackeado y difundido a los cuatro vientos el contenido del mail del jefe que le puteaba. “¡Sánchez, indúlteme, que lo mío tampoco era para tanto, mi víctima era un cabrón y un fascista!”.

¿Por qué no se va a beneficiar de la gracia presidencial el padre que se tomó la justicia por su mano con el pederasta que estaba abusando de uno de sus vástagos y al que se le aplicaron un sinfín de atenuantes pero ninguna eximente? “Presidente, póngase en mi lugar e indúlteme. ¿Qué hubiera hecho usted si ve como un tipo está agrediendo sexualmente a su hijo?”, podrá argumentar el hombre, que lleva una temporadita a la sombra por hacer lo que seguramente haría cualquier padre en una situación límite. Y ese delincuente ambiental que taló cientos de árboles de su finca, urbanizó en un área protegida y ahora está en el hotel rejas, también tendrá el mismo derecho a gritar a los cuatro vientos la máxima de moda: “¡Presidente, indúlteme!”. Porque lo suyo, con ser grave, lo es menos que robar sediciosamente la democracia a tus conciudadanos.

Esto se parece cada vez menos a una democracia y más a esa autocracia que es el camino de paso a una dictadura ‘de facto’

Un defraudador tendrá la misma tentación tras verse recluido en Soto del Real por estafar 3 millones con el IVA. “Estos robaron más dinero público que yo para perpetrar el 1-O y yo estoy en la trena y ellos en la calle. ¿Cómo se come esto”, pensará, instantes antes de dirigirse a su abogado para que ponga forma a una frase que empieza a tomar modos y maneras de himno: “¡Presidente, indúlteme!”. El mismo aserto saldrá de la boca del matón de discoteca que pegó un puñetazo a un cliente con tan mala suerte que cayó y se desnucó al impactar sobre un bordillo.

Claro que por la infame regla de tres del impresentable presidente, y llevando la cuestión de la venganza al paroxismo, también podrían exclamar “Presidente, indúlteme” el repugnante asesino de Diana Quer, El Chicle; el condenado por la muerte de Marta del Castillo, Miguel Carcaño; ese psicópata que quitó la vida a sus hijas con una radial, David Oubel; el malnacido que mató a cañón tocante a Miguel Ángel Blanco, Txapote; o los autores del 11-M o de la matanza de La Rambla el 17-A de 2017. Servidor, que afortunadamente atesora unas coordenadas morales antagónicas a las de nuestro protagonista, sólo desea que estos hijos de perra se pudran en la cárcel. Y si palman tampoco perdemos mucho.

Y ya puestos, visto lo visto con esta diabólica cultura de la impunidad, cualquier ciudadano experimentará la tentación de pegar un palo en el banco de la esquina para tapar los agujeros que está dejando la crisis provocada por el virus chino, ya que siempre nos quedará Sánchez para indultarnos. Yo, desde luego, aprovecho esta atalaya para rogarle al marido de la catedrática fake que me indulte de pagar la Renta el próximo miércoles. Tanto el arriba firmante, como millones de compatriotas, gozamos de mejores expedientes morales y legales que esos tejeritos catalanes que son más feos que Picio —otro indultado, por cierto, y no es broma— y no los seres superiores que nos vendían. ¿Es la fiscalidad un acto de venganza, señor presidente? Más allá de la chanza y la ironía, la moraleja es aterradora: esto se parece cada vez menos a una democracia y más a esa autocracia que es el camino de paso a una dictadura de facto. Que se lo digan a turcos y rusos. La ley en España es papel mojado, un elemento que emplea a su capricho el presidente menos votado desde 1977. De todo esto, que muchos toman a beneficio de inventario “porque al final no pasará nada”, hablaremos largo y tendido el próximo domingo. Que no es ninguna broma.

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