Los héroes de mi generación
Resulta complicado explicarle a un chaval de entre quince y dieciocho años que esto de ganar, esto de estar en la elite del deporte mundial no ha sido siempre así. No sé muy bien qué pasó en los primeros años de la década de los ochenta, porque yo estaba también siendo alumbrado en ese momento, pero la generación de deportistas nacida en estos años ha proporcionado los mayores y más concentrados logros de la historia del deporte español.
Alberto Contador, los hermanos Gasol, Fernando Alonso, Iker Casillas, Xavi Hernández, Juan Carlos Navarro, Javier Gómez Noya, Andrés Iniesta, Sergio García, Rafael Nadal… El nacimiento de todos ellos oscila entre 1980 y 1985 —salvo Nadal, 1986—. Quitando a este último y al golfista Sergio García —cuya carrera puede ser más longeva que las del resto—, los demás están o van a estar muy pronto pensando en la retirada, si no lo han hecho ya. Este mismo fin de semana hemos podido asistir a la última proeza de Contador, que ha sabido irse apretando los dientes y las piernas más que nadie en el Angliru. Nadal y Pau Gasol siguen demostrando su excelencia, uno triunfando en el US OPEN, el otro esperemos que sepa doblegar a los alemanes en el Eurobasket. Mención aparte merece Gómez Noya: el menos conocido y el menos millonario, sin embargo ninguno de los demás ha sido campeón del mundo tantas veces como él.
Como decía, no sé muy bien qué pasó en esta primera mitad de los ochenta. Tal vez nada, puede que sólo sea que estos muchachos han sabido hacerlo mejor que los demás, y han coincidido en el tiempo por pura casualidad. O tal vez la culpa es de los padres y del subidón de hormonas del felipismo y sus años de prosperidad aparente. Quitando el susto del 23-F, los primeros ochenta debieron de ser altamente liberadores después de cuarenta años de sotana y Cara al sol, así que nuestros padres procrearon con confianza; se creyeron que íbamos a ser esa hornada de gente altamente preparada, con trabajos y casas y coches y vacaciones mucho mejores que las de ellos, que fueron currantes sin formación ni descanso.
Evidentemente, estos campeones representan la cara más exitosa de nuestra generación. Será difícil encontrarse a uno de ellos en la oficina de empleo de su barrio en los años venideros, podrán dormir a pierna suelta el resto de sus vidas y seguir recibiendo alabanzas, premios y todos los honores imaginables, aunque por estadística al menos uno de ellos acabará dilapidando su fortuna y pasándolas putas. A los demás nos queda celebrar sus victorias desde el sofá, con la lata de cerveza en la mano y la envidia insana en nuestras pupilas, sabedores de que ellos no van a tener que salir mañana a la calle a pelear el día a día como nosotros. Mientras los héroes deportivos de mi generación están a punto de retirarse, los coetáneos nos enfrentamos a una vida laboral interminable. Menos mal que los laureles de sus victorias nos ayudan a sobrellevarlo.