Goles, disparos y, como siempre, política

hazañas y política, Eurocopa, Wimbledon, Donald Trump

En vez de invadir el peñón de Gibraltar optamos, afortunadamente, por derrotar a los ingleses en la final de la Eurocopa o por hacer que una vez más suene la Marcha de Granaderos en el All England Club de Wimbledon.
En la propaganda del estado del bienestar se anunciaba que se alcanzaría una situación de paz y felicidad en la que no tendría sitio la injusticia, el abuso o el agravio; nada justificaría las guerras y los conflictos, y la violencia estaría prácticamente erradicada en unas sociedades felices y prósperas en las que el deporte reconduce los instintos agresivos, las competiciones artísticas sustituyen otros enfrentamientos más drásticos y las hazañas deportivas suplen las hazañas bélicas.

Pero también traía la letra pequeña del prospecto un apartado de contraindicaciones y de efectos secundarios, y lamentablemente éstos se producen con más frecuencia de la que se publicita. Así es, la arcadia feliz solamente existe en la mitología griega y en las poesías románticas, y para alcanzarla es necesario eliminar de la ecuación el factor humano. Como, evidentemente, eso no es posible, no hay otra que asumir la realidad; y la triste realidad, ya sea de amenazas que se concretan en agresiones como de ataques inesperados, no solo aconseja evitar triunfalismos épicos e idílicos paraísos, sino que obliga a mantener un entorno de protección y seguridad, tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto.

En las portadas de los periódicos de ayer la noticia de la victoria de España en la Eurocopa, o de Carlos Alcaraz en Wimbledon, se hace hueco entre las informaciones del atentado contra Donald Trump o del asesinato en nuestro país de otras cinco mujeres durante el fin de semana. Lamentablemente, las alegrías del deporte no pueden tapar la realidad de los conflictos y de los trágicos sucesos que debemos prevenir primero y combatir después. ¡Y mal haremos en ser incautos!

El buenismo que exige la corrección política es más interesado que ingenuo y la neutralidad y equidistancia que impone el progresismo contribuye arteramente a hacernos más vulnerables ante agentes internos y externos que acechan tanto nuestra integridad física como el régimen de libertades y derechos. Todos ellos van de demócratas o de inocentes pacifistas, pero se trata de una burda impostura; después, la interpretación (o incluso justificación) que hacen, por ejemplo, del terrorismo islamista, del ataque ruso a Ucrania, de los liberticidas regímenes bolivarianos o del intento de magnicidio de Trump permite ver su repugnante naturaleza.

Pero volvamos al fútbol y a algunas sorprendentes consecuencias de nuestro rotundo éxito en la Eurocopa. Y es que el impresionante desempeño no va a ser celebrado por muchos compatriotas, que o no se reconocen como tales o lamentan que los triunfos deportivos de los españoles ensalcen el sentido de pertenencia y el orgullo nacional. Desde el terrorista no arrepentido Arnaldo Otegui al desubicado alcalde de Gerona, pasando por tantos y tantos políticos, partidos e instituciones vascas y catalanas (incluidos el Barça y el Athletic Club con sus cicateras y absurdas felicitaciones); no solamente aparecen como maleducados y ridículos, sino que quedan retratados en su miseria y su odio. Y en ese retrato también aparece el cinismo y la falsedad de quien los tiene como socios prioritarios y como apoyos necesarios para (mal)gobernar un país que todos ellos quieren que desaparezca.

Es, en definitiva, tiempo de celebrar con satisfacción y orgullo, pero también con naturalidad y moderación, y sin olvidar que se trata de victorias deportivas. Teniendo en cuenta que los éxitos de nuestros deportistas, nuestros clubes o nuestras selecciones son, principalmente, hazañas de los que las llevan a cabo y nunca de quienes quieren manipularlas y sacar ventaja política de las mismas. Y, por supuesto, sin permitir que enmascaren la realidad de los problemas que tenemos como país y como sociedad.

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