Fui gilipollas, canté ‘L’estaca’
Todos tenemos un pasado. Servidor, como Federico Jiménez Losantos, gusta de recordar, también fui gilipollas. No por ser comunista, vicio que nunca tuve, pero si porque compré algunos de los clichés de la presunta izquierda, por eso de ser más “guay” y estar en el presunto bando correcto de la historia. Como buen charnego semi-agradecido – nunca lo fui del todo, porque nunca soporté a Jordi Pujol y su esencialismo con olor a naftalina y ratafia – cuando era joven llegué al extremo de aprender ‘L’estaca’, del plasta Lluís Llach, aunque en mi descargo he de confesar que solo la cantaba en noches de borrachera, entre el Asturias patria querida y La abeja Maya.
Pero sí. La aprendí porque pensaba que así sería más “enrollado”, porque había que tender puentes con los “antifranquistas” que intentaron mantener viva una de nuestras dos lenguas. Exacto, como buen gilipollas, pensaba que los nacionalistas solo querían la buena convivencia entre catalán y español, que la cosa no iba – como realmente fue desde el inicio – de eliminar al castellano para imponer la llengua de l’imperi. Y que cantar ‘L’estaca’ era una forma de mostrar mi comprensión hacia los ‘oprimidos’. Claro está que, para mí, en esa época de mi vida, los pioneros de la Resistencia al nacionalismo como Antonio Robles o Santiago Trancón me quedaban muy lejos, y de Jiménez Losantos – tenía doce años cuando Terra Lliure lo dejó desangrarse atado a un árbol – no había tenido noticias.
Más o menos como el 99% de la población catalana, dado que la prensa catalana había tapado a los discrepantes con el supremacismo lingüístico nacionalista con un eficaz manto de silencio que les convertía en invisibles. Eran los “fachas”, los “inadaptados” a los que se podía linchar, bien con un tiro en la pierna, bien quemándoles el coche, bien provocando su exilio interior o exterior. Los que no éramos pujolistas éramos muy felices pensando que el PSC algún día ganaría a Convergència y, mientras, aprendíamos ‘L’estaca’ deseando que ganaran los “nuestros”. Como ya saben, los “nuestros” se aliaron con Esquerra a la que tuvieron oportunidad, creando dos tripartitos, porque desde el primer momento estaban tan acomplejados –por no decir encamados- con el nacionalismo que nunca fueron una alternativa real. El “cosmopolitismo” de Pasqual Maragall en la Generalitat tuvo la consecuencia lógica de ver pocos años después al andaluz José Montilla encabezando una manifestación contra el Tribunal Constitucional con miles de ‘esteladas’ detrás.
Para entonces, ya no cantaba L’estaca en mis borracheras, ya era votante de Ciudadanos, y comencé, gracias a Antonio Robles y su monumental ‘Historia de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña’ a conocer lo que realmente había pasado, y como el pujolismo, con la inestimable ayuda de una presunta izquierda que se empeñó en apoyar el proceso nacionalista de ingeniería social ‘pastoreando’ a los votantes del área metropolitana de Barcelona, había llevado a cabo un plan perfecto para conseguir la hegemonía en todos los ámbitos. Y comenzó el procés, que fue la turra, pero la de verdad, porque hasta ese momento los separatistas se habían conformado con la lluvia fina, que cala, pero poco a poco, siguiendo la estrategia de manera que se consiguiera el efecto sin que se notara el cuidado.
Y Lluís Llach pasó de cantautor ‘progre’, a sacerdote fanático, de los que llamaban a la guerra santa contra el hereje, en este caso contra los “españolazos”. Dejó de susurrar para dormir a las ovejas para gritar todo su rencor hacia los “colonos”. Y, siguiendo a Llach, desde todas las instancias dominadas por el separatismo comenzaron a multiplicarse los mantras, cada vez más ofensivos. Pasaron del “España nos roba”, al “España nos oprime” y luego al “España nos mata”. Sin olvidar el “España no nos deja hablar catalán”, mientras ellos en las escuelas llevaban décadas desterrando de las aulas el español, lengua materna de la mayoría de los alumnos. Y cada vez que oía a Llach con sus letanías recordaba lo gilipollas que fui, y en los miles y miles y gilipollas que sufrirán el mismo proceso que yo viví, para acabar dándose cuenta, años después, de cómo fuimos tan idiotas para comprar una moto tan averiada. Que quede este testimonio por escrito, por si sirve para salvar a alguien de la gilipollez. Con que solo sea uno, ya quedaré redimido en parte.
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- Lluís Llach