Feijóo, el PP y las trampas semánticas
El problema del PP sigue siendo que en realidad querría ser socialista. Llamarse a sí mismo «progresista», refocilarse, chapotear en la misma superioridad moral que la izquierda. Por eso se mueve con complejo y, en estas elecciones, como siempre (y recuerden a Casado poniendo a caer de un burro a Abascal en el Congreso), se ha entretenido más distanciándose y criticando a Vox que a Sánchez.
Por ejemplo. Sánchez decía que el pacto con Podemos era un «Gobierno progresista», en cambio, un eventual ejecutivo de PP y Vox era el «bloque de la ultraderecha». Y el PP es incapaz de darle la vuelta y superarlo. Vox no gusta a muchos votantes del centroderecha. Y esto está bien. Si coincidieran en todo estarían en el mismo barco, ¿no? Pero Sánchez siempre supo que habría de formar Gobierno con los de Yolanda Díaz. Y no andaba todo el día haciéndole ascos (¡con la cantidad de motivos que tiene!). Al contrario, puro mimo. ¿Recuerdan el encuentro electoral organizado por RTVE el 19 de julio? Se escenificó un debate en dos bloques muy marcados. Por un lado, Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, en plan «oye, Pedro» y «dime, Yolanda». Y, por el otro, simplemente Santiago Abascal. Encontramos a faltar a Feijóo haciéndole de pareja (ahora sabemos seguro que fue un error que no asistiese) pero, ¿hubieran sabido, hubieran sido mínimamente capaces de tratarse como los posibles socios que podrían haber sido?
El PP no debe demonizar a Vox cuando no toca. Deberían aprender de la inteligencia maléfica de Pedro Sánchez, capaz, como dice él, «de hablar con cualquiera». Casi fue mejor en este sentido que no se presentase Feijóo. El bloque «progresista», tan bien avenido, hubiera tenido enfrente a una pareja cuyo mero lenguaje corporal ya les hubiera trasladado a los votantes la idea de que el suyo, su bloque, incluiría el mal.
¿No había nada en común que fuera bueno y positivo entre el PP y Vox? ¡Si Sánchez lo ha encontrado hasta en Bildu! (Por lo menos eso quiere que creamos). Y yo pienso que sí. Por ejemplo: Vox y el PP comparten la idea de que lo fundamental es la igualdad de todos los españoles, sea cual sea su origen y territorio. Comparten la idea de la solidaridad entre todas las autonomías de España. La izquierda habla de «progresismo» cuando ceder a las pretensiones centrifugadoras de los independentistas sólo trae división, atraso y pobreza. El bloque Sánchez/Díaz no es «progresista», sino meramente «progre». O sea, sectario, anticuado y profundamente antiigualitario. Lo menos apto posible para traer ningún «progreso».
Se han cometido muchos errores en esta campaña y todavía no nos hemos recuperado del disgusto de la oportunidad perdida. Del trauma de repetir otro Gobierno Frankenstein o progrestein. Pero si el PP y Vox hubieran pensado de sí mismos como de un bloque «de la solidaridad», «la unión» o «de la igualdad» y lo hubieran interiorizado, sin eludir la controversia entre rivales, incluso la controversia severa, hubieran desactivado el conjuro semántico con el que la izquierda les tiene pillados.
«Disentimos en muchas cuestiones, seguramente más de forma que de fondo. Pero queremos una España solidaria, en igualdad y unida». Pero, no. Si hasta Feijóo acusó a Vox de no «creer» en la violencia de género, como quien piensa en serio que a su adversario le gusta que se mate a las mujeres. Haciendo seguidismo de la demonización grotesca del «bloque progresista». Es ridículo.
Y aquí tenemos el resultado de bailar al son de ellos. Feijóo no será presidente y Sánchez nos descubrirá que Puigdemont, en el fondo, pues no es tan malo. Y que él es capaz de «hablar» con cualquiera. Otra vez.