España adormecida y sin pulso
España, 1898: Acabábamos de perder los últimos vestigios de lo que fue nuestro singular imperio de Hispanoamérica, no colonial sino virreinal, conformado por el indisociable espíritu evangelizador que le impulsó. Ese trágico año perdíamos Cuba y, el siguiente, con el Tratado de París, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam. Entre nuestros compatriotas se instaló una depresión colectiva, que dio lugar a diversas respuestas políticas e intelectuales ante el desastre.
Una de ellas fue la conocida como generación del 98, que apostó por una nueva «Idea de España» que debía olvidarse de su pasado y misión histórica americana, y apostar decididamente por proyectarse en Europa. Pero otras voces también denunciaron la situación, abogando por la recuperación del vigor y el espíritu nacional hispano a través de diversas iniciativas, que tuvieron el impulso regeneracionista como tronco común.
El 16 de agosto de 1898, el nuevo líder del Partido Conservador Manuel Silvela, elegido tras el magnicidio de Cánovas el año anterior, publicaba un artículo en el diario El Tiempo que pasaría a la historia como un aldabonazo en la adormecida sociedad del momento: España sin pulso. En él, secundando esta segunda corriente, acertó a sintonizar con la fibra patriótica que sesteaba adormecida, ajena al desastre nacional.
España, 2020: A comienzos de este año, cuando todavía la pandemia no existía para el Gobierno, y los españoles vivíamos despreocupados —fiándonos de las predicciones de D. Simon, viendo en él a un honesto y capaz portavoz científico—, nuestra única preocupación se centraba en el recién formado Gobierno del tándem Sánchez-Iglesias, en minoría y dependiendo para su subsistencia del apoyo de quienes tenían como objetivo político la misma destrucción de España.
Seis meses después, aquel pesimista pronóstico se ha convertido en una inimaginable y lacerante realidad pero, en apariencia, el país subsiste anodino y ajeno a lo que sucede. No veremos a los temidos «hombres de negro» porque —como ha dicho Borrell— vendrán disfrazados de «condicionalidad». Pero sus medidas no serán fantasmagóricas, sino reales y tangibles en forma de ajustes, recortes y crisis, aliviados por la renta mínima vital, subvenciones, bonificaciones y subsidios, que actuarán de cataplasmas para esconder la patología económica y social que acompaña a la pandemia.
Así, «las derechas» —politica, económica, cultural…—, esperan su correspondiente premio en la tómbola anunciada por Sánchez, para distribuir esos fondos europeos, mientras Cs se presta a apoyarle en los presupuestos y aportarle el oxígeno necesario para subsistir.
En estas circunstancias, el Gobierno anuncia una nueva vuelta de tuerca a la Memoria de nuestra Historia, que hemos de asumir por mandato legal, definiendo, además, lo que es democrática de la misma. Tras ochenta años del fin de la Guerra Civil y cuarenta y cinco de la muerte de Franco, la prioridad de Sánchez e Iglesias es el retrovisor de lo más dramático de nuestro pasado colectivo, cavando trincheras para condenar por ley a los abuelos y padres de la mitad de los españoles, cuya memoria debe ser estigmatizada por decisión de algunos de los hijos y nietos de quienes la perdieron. Esa vomitiva Ley de Memoria, es tan democrática como las Repúblicas de los países donde imponen su dictadura marxista, autodefinidas como «populares y democráticas», que se desmoronaron con el muro de Berlín.
Entretenidos con el cese de Cayetana, los problemas judiciales de Podemos pasan de puntillas para este Gobierno «transparente y regenerador» —moción de censura dixit—, que no reconoce a más de 20.000 ancianos muertos encerrados en sus habitaciones de las residencias geriátricas en un abominable holocausto.
Encima, pretende renovar el CGPJ y el TC con el PP. El error del pasado año pactando incluso la incorporación —afortunadamente luego decaída— nada menos que del inclíto juez Prada, no puede volver a repetirse.
Este es el paraíso socialcomunista en el que nos vamos adentrando, con la complaciente mirada de una España que parece adormecida y sin pulso.