El PP se tiene que adecuar a los tiempos

La necesidad de abrir una nueva época en el Partido Popular es perentoria después de los resultados del 20-D. La formación que encabeza Mariano Rajoy consiguió la raquítica cifra de 123 escaños, 63 menos que hace cuatro años cuando conquistaron tanto la confianza de los españoles como la mayoría absoluta con 186 diputados. Este último resultado ha sido la estocada definitiva después de seis citas electorales en constante involución. Hoy en día, cuando las nuevas corrientes políticas se extienden a la velocidad de la luz gracias a las redes sociales y a la sociedad de la información, la dinámica de las formaciones tradicionales necesita de una constante actualización para no perder comba con el electorado ni cercanía con la realidad. Por tanto, en el horizonte inmediato del PP aparecen, por pura necesidad, dos conceptos insoslayables: regeneración y universalidad democrática.
Una gran formación como la popular ha de buscar con ahínco la universalización de la democracia y dar ejemplo de ella desde los cimientos hasta la cúspide y viceversa. Es la única manera de sacudirse el polvo que han dejado años muy convulsos y volver a convencer a su propio electorado de que aún siguen siendo el gran partido de centro-derecha que puso a España en la primera división de la economía europea. Un planteamiento, el de la renovación democrática, en el que ha abundado, precisamente, el causante de aquel milagro económico: el presidente de honor del Partido Popular. Directo como siempre, José María Aznar ha vuelto al centro de la escena en el Comité Ejecutivo Nacional para hacer hincapié en que el futuro del partido pasa indisolublemente por el regeneracionismo.
Un reflexión interesante ya que el expresidente del Gobierno ha trazado una hoja de ruta que bien podría ser el camino hacia la modernidad de un trasatlántico, el de Génova 13, que ahora navega sobre las brumas de la indefinición. Con el objetivo de hacerse fuerte en este contexto de la nueva política, el PP debería recorrer el trayecto de la mano del activo más importante que posee: sus 865.000 afiliados. Para ello, parece ineludible la convocatoria de un congreso abierto donde cada militante sea una voz y un voto de cara a elegir a la nueva dirección del partido. Una dirección que nazca de la decisión directa de las bases, evitando así la sensación de que el poder para decidir sólo lo tienen 2.000 personas dependientes de la oligarquía. El poder de unos pocos que, de no corregirse, podría ser la tumba definitiva para esas siglas que fundara Manuel Fraga. En la situación actual parece que no hay más elección que regeneración o muerte política. No sólo para los populares, sino para cualquier otra formación que no se rija por el más estricto sentido democrático.
Tras siete años de crisis, los ciudadanos escrutan la política con una precisión milimétrica. Cualquier directriz que tenga visos de imposición o dedazo es automáticamente castigada en las urnas. El elector necesita sentirse parte activa de la fuerza política por la que se siente representado y con posibilidad de participación real en la misma. Por eso, el que no haga unas primarias abiertas vive anclado en el siglo pasado. Y esa anacronía significa la desconexión total en cuanto a los votantes. Especialmente entre los jóvenes, que ven a los nuevos partidos como formaciones mucho más cercanas que las grandes siglas provenientes del siglo XX. Por todo ello, para que el Partido Popular pueda dar el salto definitivo al presente tiene que hacer de la regeneración bandera y desarrollarla en base a unas primarias abiertas. Seguidores e infraestructura tiene de sobra. Tan sólo hace falta saber cómo andan de voluntad.