El drama y la humillación de los catalanes normales
Y, sí, digo «normales» porque el nacionalismo/ independentismo es una aberración. Ninguna mente normal se empeñaría en inventarse agravios, persecuciones o «colonizaciones» de personas que son nuestros hermanos. Y el significado de hermanos es literal. García es el más común de los apellidos en Cataluña, seguido por Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez, González y Ruiz. Tardarán en encontrar alguno de origen local. Pues bien, tenemos que separarnos «porque no tenemos nada que ver», como le he oído a muchos. ¿Y, ahora, cómo quedamos nosotros, los normales? Nosotros sí que no tenemos nada que ver. Pero pagamos la factura moral. Después de años de lucha por defendernos de la imposición nacionalista, de pasar por el calvario del procés, de su golpe de Estado, de sus actos de vandalismo y de terrorismo, un gobierno socialista nos ha vendido por 7 malditos votos. Esta es la realidad. Gentes que se califican a sí mismos de «progresistas» nos entregan a una oligarquía etnicista, racista y xenófoba que no deja de advertir que volverá a ir a por nosotros. Porque lo que más detesta esa gentuza no es tanto a «España» como a los catalanes que no bajan la cabeza y que no se quieren ciudadanos de segunda. Los que no sufren ni sus delirios ni sus paranoias.
En el libro Nacionalismo y política lingüística: El caso de Cataluña. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006. El politólogo de Cambridge Thomas Jeffrey Miley comparó hace unos diez años los parámetros socioeconómicos y culturales de las élites catalanas con los de la población en general y encontró lo que el autor califica como «un abismo aterrador». Esas élites son lo que él llama la «comunidad etnolingüística» catalano-parlante, gente que cultivó durante años una cultura moral del victimismo que creció gracias a los medios de comunicación de masas y las instituciones invadidas por ellos mismos, y que se cargó de justificaciones más o menos intelectuales en sus campus universitarios y no digamos en la escuela. Ya hemos visto cómo funciona eso si sabes posicionarte y elaborar y dramatizar una «narrativa del sufrimiento». Y como el victimismo identitario es un magnífico disparador del runaway político, de las posturas desbocadas, nos encontramos en una deriva de victimización con rasgos de delirio. No piensan en que la victimización de los «victimizados» nunca tienen fin, es un gran peligro. Y el gobierno de nuestro país no sólo no ha sabido comprenderlo y protegernos: nos ha vendido para mantenerse en el poder.
Junts, ERC y PSOE pueden estar descorchando el champán. Sobre todo un PSOE que se ha revelado como el partido más corrupto de la historia, ahora evidente con el caso Koldo. Y aún venía el ministro Bolaños a felicitarse a sí mismo refiriéndose al acuerdo alcanzado como un hecho histórico que podría fin a toda una época para ¡Cataluña y para España! El grado de cinismo y humillación a los catalanes es insoportable. Y aún es peor aguantar a un Javier Lambán diciendo que «lamento discrepar con el compañero Bolaños, pero hoy no es un día en el que, como socialista, yo me siento especialmente orgulloso», cuando sabemos que no se levantará y dirá que no el día de la votación. No veremos a los socialistas, ni siquiera a los aragoneses, ni siquiera a Page y a los suyos expresarse en contra de esa amnistía criminal. Mejor que se callen, pues no nos engañan: sabemos que son miembros de un partido de cobardes que se enfangarán en una votación de alta traición contra la legalidad, la constitución y esa “convivencia” que intentan vendernos y que nos da arcadas.
Y, mientras tanto, los desbocados ya están preparando el nuevo golpe divididos en su locura destructiva. Un exdirigente de Junts, el empresario Víctor Tarradellas, acusa de traición a Carles Puigdemont y ha pedido echar a los líderes procesistas por cómplices del régimen del 78 al aceptar la amnistía.
El aquelarre en el que vivimos.