El día que España descubrió América
Al sol del mediodía la mar era como un brillo, los aires suavísimos. La playa olía a algas, la selva a frutos de trópico ecuatorial y la naturaleza en pleno se había confabulado con lo impasible, desde el planear de los pelícanos hasta la falta de un soplo de brisa marina. A la hora en que el garrir de las cotorras enmudece, los micos sestean y la iguana se encara con el sol, todo andaba suspendido, impidiendo que una leve corriente de aire se estableciera entre el húmedo calor y el agresivo cielo azul.
A pesar de esta quietud tan sofocante, en las entrañas de una isla de las Indias Occidentales llamada Guanahaní, latía fuerte el síntoma de un presagio. Que fuera bueno o malo lo que pudiera acontecer, es lo de menos: ocurrió lo que tenía que ocurrir. No en vano la última década del XV -el siglo de las innovaciones- sepultó a la Edad Media y catapultó a unos bravos navegantes a protagonizar el más asombroso de los grandes descubrimientos.
2 horas y 9 minutos después de la medianoche, bajo el influjo lunar, surgió la brisa a ráfagas y unos marineros alcanzaron a divisar tierra a bordo de tres naves. Como la Pinta era más velera y su capitán, Martín Alonso Pinzón, más diestro en el navegar, iba delante de la Niña, pilotada por Vicente Yáñez Pinzón, relegando a la Santa María, la nao del almirante Cristóbal Colón, a un merecido último lugar. Lo cual nos permite decir, en palabras de Julio Izquierdo, geógrafo, historiador y primer director de la Casa Museo de Martín Alonso Pinzón: “que los tres de Palos, ya incluido Francisco Martín Pinzón, maestre de la Pinta, formaban un trío de duros onubenses con sangre aragonesa y arrestos bastantes, para ser tenidos por los auténticos descubridores de América”. Sin la cultura de la mar de los hermanos Pinzón, el italiano habría encallado entre los pechos de una ninfa.
Fue entonces cuando Rodrigo de Triana, comerciante de alfarería, hijo de hidalgo morisco y vigía de la Pinta, avistó desde la cofa el resplandor de hogueras, urgiendo a los de la pólvora a arremeter con lombarda, lo cual hicieron, oyéndose un tremebundo trueno. Tras él, el de Triana, se desgañitó, voceando: “¡Lumbre! ¡Tierra! ¡Tierra!”. Y otra vez: “¡Lumbre! ¡Tierra! ¡Tierra!”, siendo los gritos de euforia más impresionantes que se hayan oído nunca en el mar Caribe.
Al avistamiento secundó el improvisado susurro de un… “Te Deum laudamus”. El capitán de la Pinta zanjó el eco gregoriano con rauda orden y los de cubierta amainaron las velas, sosteniendo el treo, que es la vela grande, sin bonetas, para ponerse a la corda, echando anclas en la más plácida bahía de una isla del archipiélago de las Lucayas o Bahamas habitada por arahuacos o taínos, conocida por Guanahaní, temporizando hasta que el sol salió ese mismo día, viernes, 12 de octubre de 1942.
Las luminosas tierras desprendidas del continente americano fueron avistadas en plena oscuridad, con los pronunciamientos favorables para que el Viejo Mundo abrazara un Orbe Nuevo. Este pasado lunes el Rey Felipe VI presidió el Día de la Hispanidad para conmemorar una proeza histórica que introdujo a los hispanos en los anales de la civilización. ¿Qué pintaba en dicha festividad Iglesias, que aborrece nuestra gloriosa historia y denigra constantemente a la Corona?