La destitución de Tillerson cambia el enfoque hacia Venezuela y la región
Rex Tillerson es historia en el Departamento de Estado. Tras meses de incertidumbre, el presidente Donald Trump recurrió a su forma de comunicación favorita, su cuenta en Twitter, para anunciar intempestivamente que el nuevo jefe en Foggy Bottom será Mike Pompeo. Aunque las cartas estaban marcadas desde finales de noviembre del 2017, el anuncio tomó por sorpresa hasta al propio Tillerson. ¿Qué depara este movimiento para Venezuela y el resto de América Latina? Primero, veamos el contexto. El ya ex secretario de Estado se encontraba en África en una gira que resultó accidentada. Tras enfermarse y pasar dos noches seguidas sin dormir por el trabajo acumulado, según su propia versión, Tillerson optó por regresar a Washington un día antes de lo previsto. Aterrizó a las 4 am en Washington y antes de las 9 am se encontró con un tweet de Trump anunciando su sustitución. Al menos, eso asegura Steve Goldstein, el también destituido subsecretario para Asuntos Públicos. Según Goldstein, Tillerson tenía toda la intención de quedarse en su cargo. La versión de la Casa Blanca es que John Kelly, el jefe de gabinete de Trump, ya le había anunciado que sería despedido vía Twitter si no renunciaba, pero Tillerson habría decidido no hacerle caso.
Tras el tweet, Trump se dirigió a los periodistas en los jardines de la Casa Blanca antes de viajar a California. “Ya he trabajado con Mike Pompeo por bastante tiempo. (Tiene) tremenda energía, tremendo intelecto. Siempre estamos en la misma página. Nuestra relación ha sido muy buena y eso es lo que necesito en un secretario de Estado. Le deseo a Rex Tillerson lo mejor. Gina (Haspel), por cierto, a quien conozco bastante bien y trabaja bastante bien, será la primera mujer en dirigir a la CIA. Es una extraordinaria persona a la que también he llegado a conocer bastante bien. Así que he llegado a conocer a las personas bastante bien durante el último año y estoy en el punto en el cual estoy bastante cerca de tener el gabinete y otras cosas que quiero. Pero pienso que Mike Pompeo será realmente un gran secretario de Estado.
Tengo total confianza en él. Y en cuanto a Rex Tillerson, realmente aprecio su compromiso y su servicio y le deseo bien, es un buen hombre. Rex y yo hemos estado hablando de esto desde hace algún tiempo, nosotros de hecho nos llevamos muy bien pero no estamos de acuerdo en (algunas) cosas. Cuando ves el acuerdo de Irán, es terrible, pero él piensa que está bien. Yo quería romperlo (el acuerdo) o hacer algo, pero él pensaba un poco distinto. No estábamos pensando realmente lo mismo. Con Mike Pompeo tenemos una línea de pensamiento parecida. Rex es un gran hombre, de verdad me cae muy bien, aprecio su compromiso y su servicio. Honestamente no discutí con él la decisión (de destituirlo), tomé esa decisión personalmente. Rex, como saben, no estaba en el país. Tomé la decisión consultando a muchas personas, pero la decisión la tomé yo. De hecho, creo que Rex estará mucho más feliz ahora”.
Tillerson estuvo 42 años en Exxon Mobil, la petrolera que es la sexta compañía más grande del mundo en cuanto a ingresos. Ingresó a la empresa en 1975 y en 2006 se convirtió en el presidente de la misma, cargó que detentó hasta el 01 de enero del 2017, cuando pasó a ser Secretario de Estado de Estados Unidos. En marzo del 2017 se hubiese tenido que jubilar de Exxon por políticas de la empresa que pasa a retiro a sus empleados cuando estos cumplen 65 años. Está claro que hablamos de un exitoso gerente, más no de un político de carrera. ¿Cómo llegó entonces a Foggy Bottom, la sede del Departamento de Estado? Recomendado por la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice y el ex secretario de Defensa Robert Gates, a Trump le gustó su perfil por ser alguien del mundo empresarial acostumbrado a cerrar acuerdos y por no pertenecer al sistema. En cuanto a su filiación partidista, el texano Tillerson siempre ha sido donante del partido Republicano, aunque no invirtió un centavo en la campaña de Trump.
La luna de miel entre Trump y Tillerson se acabaría pronto. Cada vez que podía, Rex se distanciaba de las posiciones de Donald. Tras el asesinato de un manifestante contra el racismo en Charlottesville, Virginia, en agosto del 2017, el presidente de Estados Unidos no quiso censurar directamente a las organizaciones racistas. Tillerson dijo que, aunque Trump tenía su punto de vista, desde el Departamento de Estado se defendían los valores de Estados Unidos. Luego, la cadena NBC News aseguró que Tillerson había llamado “idiota” a Trump en reuniones con otros funcionarios. Trump lo retó públicamente a que se hicieran un test de inteligencia. En la arena política, las diferencias también son marcadas. Fue público el desencuentro en torno al Acuerdo de París, con Tillerson defendiendo hasta el final que EE.UU se mantuviera dentro del mismo aunque Trump decidió lo contrario. Esto cayó particularmente mal en los países que conforman la Unión Europea, con quienes Tillerson intentó hasta sus últimos momentos como secretario de Estado endurecer las condiciones del acuerdo nuclear con Irán, otra de sus abismos con el titular de la Casa Blanca.
En el caso del mundo árabe, los esfuerzos diplomáticos de Tillerson se vieron truncados por gestiones directas del yerno de Trump, Jared Kushner. Uno de los casos más sonados en este sentido fue el de las reuniones que mantuvo el asesor presidencial con el príncipe saudí Mohammed bin Salman, de lo cual Tillerson llegó a advertir que podría desatar el caos en la región, según fuentes citadas por Bloomberg. En Asia, Tillerson estaba de acuerdo con el enfoque militar hacia la guerra en Afganistán, pero alertaba sobre las consecuencias de asegurar que lucharían hasta el final. Provocar una guerra comercial con China fue otro desacuerdo.
Venezuela y el resto de la región
América Latina no era el punto donde más tenían desacuerdos Tillerson y Trump. Sin embargo, el presidente ya mostró su poco interés en las gestiones de su secretario de Estado cuando decidió enviar a Kushner a tratar de enmendar las maltrechas relaciones con México. El asesor presidencial se reunió con el canciller mexicano, Luis Videgaray, intentando acercar posturas tras la intención de Trump de construir un muro en la frontera entre ambos países. ¿Por qué no enviar a una reunión con el encargado de la política exterior mexicana a su par estadounidense o, en su defecto, a alguien del Departamento de Estado?
El otro punto importante en la agenda latinoamericana de Trump es Venezuela. En este sentido, la Casa Blanca ha denunciado en repetidas ocasiones las violaciones de Derechos Humanos y la corrupción por parte de los funcionarios del régimen de Nicolás Maduro. La estrategia ha sido sancionar a los más altos exponentes de esos crímenes sin sancionar directamente al país para no afectar a toda la ciudadanía, accionar aplaudido en la región. A principios de febrero, Tillerson visitó México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica. Temas bilaterales aparte, en cada país se tocó el tema venezolano. Aunque se coordinaron exitosamente medidas conjuntas para enfrentar las andanzas autoritarias de Maduro, la región le dejó claro a Washington que no será bienvenida una operación militar.
Las diferencias entre Trump y Tillerson pueden resumirse en que al presidente le gustan soluciones más expeditas, aunque estas generen turbulencias. Trump no es un empresario al estilo tradicional, algo que sí es Tillerson. En ese sentido, aunque solo fuera en ese, el ya exsecretario calzaba con la visión diplomática de huirle a escenarios desestabilizadores en los cuales no se pueden controlar las fichas. Es la visión que ha prevalecido en Foggy Bottom desde los 90 y con la cual no comulga Trump.
Esto no quiere decir que Washington planee una solución militar al caso venezolano. Aunque hayan otros escenarios más determinantes para la Casa Blanca como Corea del Norte e Irán, el caso Venezuela preocupa a los halcones por la cercanía. Han sido públicos los señalamientos de la DEA hacia el régimen venezolano —Diosdado Cabello, el número dos de Maduro, está acusado por la agencia estadounidense de ser la cabeza del Cartel de Los Soles—, pero realmente lo que interesa en el Pentágono son las rutas que abre el narcotráfico y que pueden ser aprovechadas por el terrorismo. Es en ese sentido que Venezuela se vuelve un tema de seguridad nacional para EE.UU, más allá de las consecuencias que puede tener en toda la región una crisis humanitaria que desate una ola migratoria, como ya está empezando a ocurrir.
El factor Pompeo
El 13 de agosto del 2017, Pompeo, entonces director de la CIA, fue entrevistado en Fox News. El entrevistador le preguntó por qué la situación en Venezuela debe ser problema de Estados Unidos. Entre otros puntos, el ahora nominado a secretario de Estado aseguró que “los cubanos están ahí; los rusos están ahí, los iraníes, Hezbollah está ahí. Esto es algo que tiene un riesgo de llegar a ser un muy mal lugar, así que América (EE.UU.) necesita tomarse esto muy seriamente”. En su reporte anual ante el Congreso, el almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur, señaló a Venezuela en repetidas ocasiones como una de sus principales preocupaciones por las ramificaciones de la crisis en la región.
Eso fue en abril del año pasado y la situación no ha hecho sino empeorar. En este punto, debemos recordar que el antecesor de Tidd es el general John Kelly, quien le dejó su lugar para ocupar el cargo de secretario de Seguridad Nacional antes de pasar a ser el jefe de despacho de Trump. Es el filtro para cualquier gestión con el presidente y es quien ideó el plan para relevar a Tillerson, cuya postura claramente era incómoda a los intereses militares. El 30 de noviembre del año pasado, el Washington Post reveló que Mike Pompeo relevaría a Tillerson según plan de Kelly. En ese momento, Trump y el mismo Tillerson desmintieron la información, pero la misma fue confirmada este martes, tres meses y medio después.
¿Quién es Pompeo? No es un agente de la CIA. Antes de estar al frente de la agencia de inteligencia, fue un político de carrera que representaba en el Congreso a Kansas. Miembro del movimiento del partido republicano Tea Party, se le sitúa como alguien del ala más conservadora. Su paso por la CIA, aunque breve, no fue polémico ni generó mayores disgustos dentro de la agencia, que se sepa. Es alguien que baila el mismo tango que los halcones del Pentágono, por lo que mirará a la región y al mundo según ese prisma. Seguramente será más expedito que Tillerson, aunque queda ver si será más efectivo.
En el caso de la CIA, ahora quedará en manos de Gina Haspel, quien venía ejerciendo como la directora adjunta de la agencia. Se esperaba que ese cargo fuera ocupado por el congresista Tom Cotton, pero Trump prefirió a alguien de carrera y a la primera mujer en dirigir a “la compañía”. De hecho, Haspel tiene 30 años de experiencia como agente, pero eso no la hace estar exenta de polémica. En 2002, mientras estaba al frente de la prisión de la CIA en Tailandia, supervisó el interrogatorio a dos sospechosos por terrorismo. The New Yorker reportó que en el procedimiento los detenidos fueron torturados brutalmente.
La salida de Tillerson se suma a varios cambios en la Casa Blanca en los últimos días. Los casos más sonados, antes de este, han sido el de Hope Hicks (ex directora de Comunicaciones), Gary Cohn (ex asesor económico), Josh Raffel (ex director adjunto de Comunicaciones) y Rob Porter (ex secretario de Despacho).