Del perrito Excálibur a los 13.700 del coronavirus

Del perrito Excálibur a los 13.700 del coronavirus

Pues aquí estamos, encerrados. Al final me he decidido a hacer algo parecido al deporte en mi propia casa. Tengo un pasillo bastante largo que va del salón que da una calle al dormitorio de invitados que da a la otra. En línea recta. Y he conectado un televisor en cada extremo para seguir el debate del Congreso. Empiezo una caminata a zancada viva que ya está hablando Sánchez. Le tengo tanto miedo a este hombre que, cuando su primera comparecencia sobre el Coronavirus, me sentía aterrorizada. Como no confirmó mis peores expectativas (¡gracias al cielo!), me dio la impresión de que tenía por fin a un presidente, a un estadista. Todos sabemos que debido a la firmeza de algunos de sus ministros no tenemos ahora un gobierno bolivariano. Así que sentí gran alivio y gratitud. Pero ya sabemos que el primero que comparó los labios de su amada con rubíes era un poeta y el segundo un imbécil. Incluido el propio autor si se repite. Y aquí tenemos a Sánchez repitiéndose cada día. Se acabó la ilusión.

Me pilla Casado en otro extremo de la casa. Su discurso, sin ser emocionante, es oportuno. Especialmente cuando le dice a Sánchez que tiene más razones para confiar en los partidos constitucionalistas que tiene en la oposición que en los miembros de su propio gabinete. Y le reitera su total apoyo para las medidas que se tengan que tomar. Ah, pero, aunque Sánchez acaba de decir que el virus no entiende de diferencias ideológicas, que estamos juntos en el mismo barco, ni levanta la vista para mirarle. Me parece una falta de respeto intolerable en esta crisis y los puntos que le di hace unos días van desapareciendo.

Me gusta también la intervención de Iván Espinosa de los Monteros y he tenido la osadía de soltarlo en Twitter. Con profilaxis. “No voto nacionalistas”, he dicho de entrada. Así y todo, me he ganado algún tirón de orejas. Me da igual. Ha señalado cuestiones importantes. Por ejemplo, esta cierta frivolidad de decir «sólo se mueren los viejos». Su electorado seguramente es senior. Les habrá consolado escucharlo. A mí también. Y otra cosa importante que me rondaba por la cabeza. Tenemos una mortalidad desmesuradamente alta. No es comprensible. Nuestra sanidad está a la altura de las mejores. ¿Qué está pasando? Pues, como ha dicho el representante de Vox, si no haces test para disminuir “artificialmente” las cifras de infectados, la tasa de mortalidad subirá dramáticamente, y eso redundará en un descrédito internacional para el país. Y la reputación sigue siendo importante. Esto pasará, pero los prejuicios son difíciles de borrar.

Después he visto un momento a Echenique, diciéndonos que nos preocupemos más por la gente que vive en Lavapiés. Al parecer una maravilla de barrio, aunque él prefirió irse al de Salamanca. Me detengo algo más con Rufián, que por algo dice siempre que habla en nombre de Cataluña. “Las banderas no curan el virus”, lanza valiente mientras relumbra la insignia amarilla en su pecho. Y me hipnotiza con su discurso sincopado, moroso, lentísimo, con unos énfasis que le quitan, al menos, 20 años. Un niño. Habrá que decirle despacito que está muy bien gritar contra los recortes de la Sanidad pública, pero que están gobernando en Cataluña y con las competencias de sanidad transferidas.

Y aquí está Errejón, acordándose de la famosa tasa Tobin, esa que lo arregla todo, y disponiendo de los inmensos cofres de dinero que él y los de su cuerda saben que están en alguna parte, y que no tienen fondo. Pide, como no, endeudarse sin complejos, aunque él no es muy de pagar la deuda. Todo el mundo querrá prestarle dinero, seguro. También es capaz de bajar al detalle más popular: ese «euro para la televisión» que han de pagar los pobres ingresados. No digo que no tenga importancia para un recluido, pero en esta lista de medidas necesarias chirrían las simplezas de esos morados

Conclusión: espero que sepamos defendernos de los que sacan rédito de los tiempos convulsos. Que no hagan con el Coronavirus lo que hicieron con el Prestige, los atentados de Atocha, la crisis de 2008 o el Ébola con el perrito Excálibur.

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