Dejemos de atacarnos entre nosotros; hay que echar a Sánchez

Dejemos de atacarnos entre nosotros; hay que echar a Sánchez

Casi nadie cree en las encuestas. Muchas de ellas no parecen profesionales sino que da la impresión de que ofrecen los resultados que desea el medio que les paga. La mayoría no realizan el mínimo de entrevistas ni la segmentación que serían necesarias para hacer un pronóstico aproximado. Pero también es posible que los españoles hayamos empezado a engañar a los encuestadores, hartos de que nos quieran manipular. Sea por un motivo o por otro, hace ya bastante tiempo que las encuestas no son capaces de predecir los resultados electorales, en los últimos comicios andaluces se vio con claridad. No obstante no hacen falta encuestas para prever que el hundimiento al que los marqueses de Galapagar han abocado a Podemos, junto a la fragmentación del voto en el centro y la derecha, aúpan a Pedro Sánchez a una más que probable victoria que sería un enorme desastre para España.

La izquierda se une alrededor del dr. Cum Fraude mientras que el centro y la derecha se dividen casi a partes iguales entre un Partido Popular al que Pablo Casado le ha lavado la cara con nuevos candidatos que intentan hacer olvidar los malos tiempos pasados, un Ciudadanos crecido por los votantes de centro izquierda asustados por la deriva independentista del PSOE y el partido de Santiago Abascal quien ha conseguido atraer a VOX a todos los que están hartos del discurso único socialdemócrata. La debacle de los de Pablo Iglesias, unida a la enorme maquinaria electoral en la que Sánchez ha convertido el Consejo de Ministros, parece que será suficiente para compensar la pérdida de votos que para el PSOE deberían suponer sus continuas cesiones ante el independentismo, el anuncio de indultos para los golpistas y el referéndum con el que pagará para mantenerse en el poder.

Las consecuencias de una eventual victoria socialista serían desastrosas. Económicamente a España le costaría superar otra brutal crisis de deuda como aquella en la que nos hundió Rodríguez Zapatero cuando torpemente pretendió evitar la crisis inmobiliaria mundial, mandando a 3 millones de españoles al paro. Los socialistas sólo saben gobernar con un enorme gasto público que sale de los bolsillos de la clase media trabajadora y de la de nuestros hijos. El PSOE se está gastando hoy lo que tendrán que devolver las próximas generaciones, que recibirán una herencia sobre hipotecada. Y aun siendo tan grave, lo peor que dejará Sánchez no será la hucha vacía. Como buen heredero de Zapatero, el candidato socialista pretende poner fin al régimen democrático del 78 avivando los odios de la Guerra Civil. Y para conseguirlo no dudará en ceder lo que le exijan los independentistas catalanes, los proetarras vascos y los amigos del tirano Nicolás Maduro.

A estas alturas podemos ya descartar que los líderes del centro y la derecha se vayan a poner de acuerdo para hacer las renuncias que a cada uno de ellos les corresponda y así lograr los pactos preelectorales que serían indispensables para arrebatarle a la izquierda ese puñado de escaños que pueden marcar la diferencia. Pero si ellos no lo hacen tendremos que ser los votantes los que demostremos nuestro patriotismo y nuestro compromiso con la libertad. Tenemos que dejar de atacarnos entre nosotros, basta ya de hablar de derechita cobarde, de veleta naranja ni de populistas, basta de insultos y descalificaciones. Critiquemos a los líderes de estos partidos constitucionalistas cuando se ataquen entre ellos. Todo nuestro empuje debe estar centrado este mes en evitar el mayor peligro al que nuestra democracia se ha enfrentado desde la Transición: hay que echar a Sánchez, hay que derrotarlo en las urnas.

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