De cómo Aznar pudo no ser presidente

De cómo Aznar pudo no ser presidente

A las siete y media de la tarde del domingo 3 de marzo de 1996, los informáticos del PP encargados de escudriñar las muestras demoscópicas (las famosas “israelitas” que ya están cayendo en desgracia) subieron a la Séptima Planta de Génova con el siguiente y terrible mensaje: “presidente, has perdido las elecciones”. El grupo que estaba allí, desde Aznar, pasando por Cascos, Rajoy y Rato, se quedó demudado. Uno de ellos, el más osado, se atrevió a decir compungidamente: “No es posible, las encuestas nos han venido dando ocho puntos de distancia sobre Felipe González”. Miguel Ángel Rodríguez, hoy director del Gabinete de la Presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, y entonces mandamás de la comunicación popular, matizó: “Esos sondeos no nos los creíamos ni nosotros, la diferencia real rozaba los cuatro puntos”. Lacónicamente Aznar, media sonrisa en la boca, concluyó: “Esperemos”.

Y esperaron con crecida angustia porque, a medida que comenzaron a “soltarse” desde el Ministerio del Interior los primeros resultados oficiales, los ordenadores siguieron vomitando la victoria del PSOE. A las nueve y cuarto, en todo caso, las cifras comenzaron a voltearse. ¿Qué había pasado? Pues que el ministro de Interior y Justicia, Juan Alberto Belloch, en una pirueta golfa que luego se reveló como absolutamente inútil, ordenó que los datos iniciales presentados correspondieran a los más pequeños pueblos de España. Así ocurrió que mientras de Madrid, Barcelona o Sevilla se retenían los resultados, en las pantallas aparecían los de Rioseco de Soria o los de Argallón en Córdoba. Literalmente. En el PP, azorados por la sorpresa, nadie era capaz de tomar iniciativas, salvo un vicesecretario que guardaba un buen contacto, incluso amistad, con un funcionario de Interior al que llamaban domésticamente ‘El Mago’ porque solía acertar en todos sus pronósticos. De ‘El Mago’ nunca más se supo, nunca su nombre y apellidos fueron revelados, pero el citado dirigente del PP recibió de él esta confesión. “No os preocupéis, vais a ganar… pero por poco”.

Y efectivamente por muy poco. El susto fue inmenso. Aznar no acertaba a comprender las razones de lo que estaba y fue posteriormente ocurriendo y, por ejemplo, Jaime Mayor Oreja, que había seguido el escrutinio desde Vitoria (él sería diputado por Álava) trasmitió, con mucho esfuerzo, unas palabras consoladoras: “Has ganado, presidente, vas a gobernar”. Pero Aznar sabía que le iba a costar conseguir este propósito y es que al día siguiente de las elecciones, sin aguardar más tiempo, la maquinaria socialista que había desatado la furia del “dóberman” en la campaña, comenzó a actuar en tres direcciones. Una, en conseguir que el líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, se aviniera a una coalición con el PSOE; la segunda, por si fallaba, como en realidad sucedió la primera, en convencer al líder de Convergencia i Unió, Jordi Pujol, de que, a pesar de sus recientes discrepancias (Pujol se negó a apoyar los Presupuestos de González y éste tuvo que disolver el Parlamento) estaría más cómodo en un  Gobierno con él que con el “furioso españolista” (denominación literal que Rulbalcaba transmitió a un colaborador del “president”) que estaba dispuesto a recortar las competencias de Cataluña. Aún, el PSOE ensayó otra jugada: la de promover desde sus medios informativos afectos, una revisión del liderazgo en el PP para que Ruiz Gallardón sustituyera a José María Aznar. Durante semanas el periódico más extenso del país se dedicó a ese menester. Años después, este cronista preguntó a Gallardón. “¿Te hubieras avenido a eso?” La respuesta naturalmente fue negativa, y como la hipótesis, pese a su insistencia, no prosperó, no queda mucho más por hablar.

Pero aun así, el PSOE, mucho más que Felipe González, eso hay que reconocerlo, no se paró en barras y continuó practicando un terapéutica de convencimiento con Pujol que no provocó el menor resulta dio resultado porque el entonces honorable supo textualmente que “Anguita no le va a dar sus votos a Felipe”. Allí cambió el rumbo: entonces Pujol mandó a sus muchachos, ya talluditos eso es cierto, a negociar con la pléyade de asesores que Aznar había desplazado a Barcelona al mando de Rodrigo Rato. Ahora el ex presidente afirma que las conclusiones de la negociación no afectaron solo y como cesión, a los nacionalistas catalanes, sino a todas las regiones de España. Es verdad, pero sólo en dos puntos: la supresión del Servicio Militar Obligatorio, y también la conversión de los gobernadores civiles, que sonaban a muy franquistas, en decolorados “delegados provinciales”, como así se siguen denominado. Aznar ofreció una cartera a Roca, que no aceptó porque Pujol se lo impidió, y después a Durán Lleida, que aún se sigue preguntando porque aceptó la imposición de un tipo que no era el jefe de su partido, aunque sí el de su coalición. De estas dos frustraciones, nació la candidatura para el Ministerio de Industria de Josep Piqué, que a la sazón era el presidente del catalán Círculo de Empresarios, una entidad de enorme influencia en la economía y las empresas de la región. Fue un buen fichaje el de Piqué.

Durante toda una legislatura Cataluña mandó en Madrid. Personajes como los citados, y desde luego Sánchez Llibre o Molins se movieron por la Moncloa como peces en agua de Vichy. También Trías, un pediatra barcelonés que entre los periodistas de la capital del Reino, presumía de ser el más “abierto”, el más español de todos sus colegas. Trías ahora es un apoyo decidido de Puigdemont, un enamorado del gran eslogan: “España nos roba”. Ya se constata cómo han cambiado los tiempos. Si a Trías Aznar le hubiera confiado el Ministerio de Sanidad, éste se hubiera trasladado a Madrid sin problema alguno. Él, como todos sus colegas, confesaban en privado: “El del bigote está donde está por nosotros”. Aznar, harto de muchos de ellos, les mandó a freír espárragos cuando, cuatro años después, ganó por mayoría absoluta. Esta vez sin sofocos.

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