¿Cinco líderes?

¿Cinco líderes?

Tenemos en España cinco aspirantes a ostentar el pódium de los líderes políticos. Cada uno de ellos demuestra la valentía según el color de su carácter, que no siempre coincide con el de su partido. Escribo sobre los hombres de genio. Un líder político tiene que ser diferente del resto, con una evidente y marcada distancia del colectivo que lidera. Debe estar en posesión de un cierto grado de apasionamiento para el logro de unos objetivos; saber imponerse, ser excesivo si la ocasión lo requiere. “¡Basta!” con golpe seco sobre la mesa y silencio absoluto en la sala, a eso me refiero, esos silencios que sólo se han escuchado unas pocas veces en la historia.

Salpicaré las cualidades requeridas: talento oratorio, fuerza de voluntad, solidez ideológica, confianza en uno mismo, influencia, atractivo/carisma, valentía, serenidad, autodominio, capacidad para convencer, apagafuegos, para llevar el timón sin titubeos y, coronando todo ello, sangre fría, prudencia y terquedad. Aníbal, César y Alejandro gozan hoy de una popularidad que no da muestras de agotarse. Napoleón se entretuvo en trazar el carácter de sus generales. Y como el miedo no tiene cabida en este texto, me arriesgo a dibujar a los cinco aspirantes.

El verde es más pasional que el rojo, cuya sangre fría ha demostrado que proclama sus aptitudes, unida a cierta desfachatez, puesta de manifiesto con total evidencia en la manutención de su falaz título de doctor. Tremenda calaña la de este señor. El verde, insisto, derrocha pasión y coraje, y tiene líderes con el atractivo del hombre clásico, el anterior a la invención del metrosexual. Tanta pasión al servicio de una idea bien definida necesita brazos fuertes para agarrar bien el volante y no derrapar en la primera curva.

El naranja se desvanece con la misma gracia con la que parecía redoblar su actividad de alma enérgica. De ingenio encantador, cuando se encuentra a gusto, el líder naranja debe ser una compañía que “si alguna vez fue mala, la aprendí de ti”. Excesivamente armonioso en el cálculo y la penetración de su espíritu, el líder azul es demasiado neutro y previsible. Podría dibujar el resto de su vida sin temor a equivocarme. Siempre se portó bien y se portará bien; de él no se puede decir nada malo, pero tampoco nada excelente; indulgente, no se explica mal, pero tampoco bien.

La ausencia de escrúpulos es la cualidad más destacada en el líder de las aspirantes a lideresas. Sus votantas y votantes deben ver eso como una virtud importante. Para reflexionar se necesita calma, él presume de tenerla, en su peculiar búsqueda de justicia. Lo del respeto a través de las formas y todo eso, pues ya si eso lo dejamos para los cerdos encantados u otros animales que lo necesiten. Espero explicarme. Obviamente, él no debe sentir ni remordimientos ni remordimientas, ni, por supuesto, entender un ápice de lo que yo digo aquí. Se precisa de mucha imaginación.

¿Qué comentarán desde las alturas Aníbal, César y Alejandro? “En general, el panorama es tan aburrido que hasta me hace ruborizarme”, podría decir uno. “Por la mirada empieza todo: ¡que me miren a los ojos!”, apuntaría el segundo. Y el tercero, en posesión ya de una gloria tan grande, zanjaría: “El líder gris es el que reúne más aptitudes para acercase por aquí”. Entonces, Napoleón, perplejo, añadiría: “Pero, ¿qué gris? Si ninguno abandera ese color”. Eso es, queridos líderes, vivaqueáis en las proximidades de un pantano, en un estado de agotamiento completo, que es la desesperación de vuestra muerte cercana.

Espero sirvan estas líneas de estímulo para despertar una fuerza superior, una visión neta y precisa de lo que todavía es posible intentar. Un líder, ante todo, debe saber servir. Habría que hacer un sondeo para saber qué demanda el ciudadano, qué le preocupa. A mí me preocupa que haya una educación no partidaria, real y sólida; que no se desvíe la atención en cuestiones menores y se atajen los problemas de verdad, de cara a un futuro común mejor. El pasado es eso, algo que ya sucedió; el futuro es lo que viene, es de todos, y queremos que nos abandere un buen líder, de ideas claras y honradas. Y, puestos a pedir, a mí me gustaría que presentara sus credenciales en el revés de un sombrero de tres picos.

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