Cataluña decide entre libertad y dictadura

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Este domingo en Cataluña se deciden muchas cosas. Si sigue siendo una rémora para el resto de España, o si quiere trabajar para construir un país mejor con los compatriotas de todas las regiones que forman nuestra nación. Si quiere ser una comunidad autónoma que apueste por la libertad, o si sigue deslizándose hacia una dictadura totalitaria en la que los separatistas excluyen a los millones de ciudadanos que no piensan como ellos. Si apuesta por un gobierno autonómico que intente superar la grave crisis económica y sanitaria que padecemos, o si sigue hundida en el fango de un supremacismo nacionalista sólo preocupado por lo identitario.

Podríamos dar docenas de razones para ir a votar, pero mejor que escuchen los argumentos de plataformas cívicas como Consenso y Regeneración, Societat Civil Catalana o el Club Tocqueville, entre otras entidades, que han impulsado campañas para promover la participación del voto constitucionalista. El panorama no es halagüeño, algunos sondeos dan hasta diez puntos menos de participación prevista en el área metropolitana de Barcelona, donde se concentra la mayoría del voto no nacionalista, respecto a los feudos independentistas. El miedo a la pandemia es transversal, pero el fanatismo es un buen antídoto contra el temor, y eso le sobra a raudales al electorado secesionista.

El separatismo se siente muy fuerte. A pesar de que su desastrosa crisis de la pandemia ha causado una carnicería en las residencias de ancianos, miles de muertes en toda Cataluña y ha destrozado la economía, está convencido de que van a ganar las elecciones de calle, y que todo va a quedar en un reajuste de escaños entre los tres partidos independentistas con representación en el Parlament, CUP, JxCAT y ERC. Se sienten tan fuertes que, rozando la prevaricación, han liberado a los presos golpistas para que hagan campaña electoral sin cortapisas, y ninguna institución del Estado se lo ha impedido. TV3 ha desafiado a la Junta Electoral, y no para de quejarse que no les dejan decir “exiliados” y “presos políticos”. Y lo hacen diciendo que “no podemos hablar de exiliados y presos políticos”. Y aunque Cs es la primera fuerza de la Cámara autonómica, la televisión de la Generalitat le ha dado mucho menos tiempo de pantalla que a otras formaciones secesionistas con menos escaños.

Además, ERC ha impuesto a PSOE y Podemos una votación en el Congreso sobre la fantasmagórica “mesa de diálogo”, en plena campaña electoral. Los cachorros del separatismo han convertido los mitines de VOX en una especie de competición de tiro al candidato, ante la pasividad de las autoridades policiales. Y los voceros del independentismo se han hinchado de justificar la violencia separatista contra Garriga, Abascal, Monasterio, Olona, Ortega Smith y el resto de líderes de esta formación que han participado en actos electorales. También PP, PSC y Cs han tenido su cuota de intolerancia independentista, porque en Cataluña no se libra nadie que no lleve la estelada tatuada.

Como están muy crecidos, la única manera de bajar los humos a los fanfarrones del separatismo es yendo a votar y siendo más que ellos. Ya se sabe que Dios ayuda a los buenos, sobre todo cuando son más que los malos. Así que convendría no dar por sentado que algún día la divinidad nos ayudará, y acudir a las urnas para crear una nueva mayoría. Está claro que es muy difícil, que el separatismo juega con las cartas marcadas de una administración autonómica y municipal clientelar a su servicio y de un sistema electoral que les beneficia. Pero mientras no nos arremanguemos e intentemos vencerles, seguirán privando de derechos a los catalanes que nos sentimos españoles y nos seguirán considerando ciudadanos de segunda. Así que este domingo, con mascarilla, con gel hidroalcohólico y con un EPI si hace falta, pero todos hemos de ir al colegio electoral.

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