Casado: la última oportunidad del PP

Casado: la última oportunidad del PP

Tras la primera vuelta de las elecciones a presidente nacional del PP, Pablo Casado consiguió pasar el corte, pese a no contar con el apoyo de nadie del aparato del partido, que se decantaban por Soraya o por Cospedal. Quizá no se percibe la magnitud de la importancia de dicho logro, pero quienes conocen bien cómo funciona el aparato del PP, saben lo difícil que resulta hacerse un hueco en contra de los designios de la dirección del partido. Y eso es lo que consiguió Casado: el voto de cerca de 20.000 afiliados que desafiaron al poder establecido.

Dichos militantes, se decidieron por la candidatura de Casado porque les ha devuelto la ilusión por una forma de entender la política y el centroderecha que llevaba muchos años arrinconada. El hecho de que Pablo Casado haya cogido la bandera de los principios tradicionales del PP, como son la unidad del centroderecha, los impuestos bajos, el gasto público reducido y eficiente, la menor burocracia posible, el apoyo a las víctimas del terrorismo, la defensa de España frente a los separatistas y la libertad de los individuos para decidir qué quieren hacer, ha hecho que muchos afiliados vean en él la posibilidad de recobrar no ya el Gobierno —cosa que será importante— sino los principios y valores que tiene el centroderecha, que es lo esencial. Gobernar está bien, pero para transformar la sociedad a mejor, para aplicar una política en la que se crea, para mejorar la vida de los ciudadanos. Si gobernar se reduce a que un grupo de burócratas detenten el poder por el mero hecho de tenerlo, no sirve de nada, porque la desafección que se crea con los ciudadanos, sean votantes o no de ese Gobierno, será insalvable.

Por eso, es tan importante que Pablo venza en estas elecciones, porque lo que se enfrentan son dos modelos diametralmente opuestos: Pablo Casado defiende impuestos bajos —habla de una revolución fiscal—, reformas profundas, gasto controlado, libertad y defensa de España y de las víctimas del terrorismo; enfrente, Soraya Sáenz de Santamaría fue la vicepresidenta del Gobierno que en el segundo consejo de ministros subió el IRPF más de siete puntos, incrementó los tipos del IBI, no redujo el gasto todo lo que debería haberlo hecho, olvidó en gran parte a las víctimas del terrorismo y lideró, personalmente, la “operación diálogo” en Cataluña, operación que no evitó el intento de golpe de Estado y que dejó una situación muy complicada de resolver.

Queda claro —y más quedaría si hubiese un debate entre ambos— que son dos opciones diferentes: la de Casado, que puede hacer resurgir al PP como el gran partido de centroderecha que fue, con 11 millones de votos, donde cabe todo el que se siente partícipe de ese espacio ideológico, con valores y principios; y la de Soraya, que simboliza el máximo exponente del abandono del PP de sus señas de identidad y de su tradicional programa de gestión y de Gobierno, castigado en las urnas con la pérdida de más de tres millones de votos, que se intensificará si gana Soraya. Es más, si Sáenz de Santamaría ganase, es muy dudoso que su proyecto integrase al conjunto del PP, con un riesgo claro de fractura en el centroderecha. Por ello, los compromisarios tienen que poder votar en libertad, es decir, en secreto absoluto, porque se juegan la continuidad del PP, que es uno de los dos partidos esenciales para España. Y esa continuidad y su posible resurgimiento sólo pueden venir de la mano de Pablo Casado.

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