Cambios de opinión

mentiras Pedro Sánchez

Si algo ha quedado diáfano sobre la hechura política de Pedro Sánchez es su versatilidad, su camaleónica facilidad para adaptarse al ambiente, paisaje o medio cambiantes. Que la campaña para el 23J iba a ser una desenfrenada carrera para impugnarse a sí mismo, ya ni cotiza. La poción mediática que está trasegando sin freno estos días le ha provocado, como, al desmemoriado druida Panoramix en El combate de los jefes, una incontrolada reacción que hace cambiar a su personaje de colores y hasta de diseños de epidermis.

Pero esa imparable transformación cromática al modo del personaje de Goscinny y Uderzo no sólo le ocurre a Sánchez, sino también a sus ministros. No hay más que ver a la responsable del descontrol de la deuda pública, la ministra Calviño, criticando la herencia universal de 20.000 euros que ha prometido Yolanda Díaz, su compañera en el consejo de ministros, para los de 18 años que están por votar por primera vez, sea cual sea su renta familiar.

Ya ven que el asunto del mimetismo se está contagiando entre el resto de los pobladores de esa irreductible aldea monclovita supuestamente asediada por las incontables legiones económico-mediáticas-políticas de la derecha. Una ensoñación victimista que, por cierto, en un país donde el 99,8% del tejido empresarial lo forman las sufridas pequeñas y medianas empresas, frente al 0,19% de las grandes, se parece mucho a la prevención ante aquellas divisiones del Papa por las que preguntó Stalin.

Tengo para mí que, en cuestión de cintura política, Sánchez ha demostrado unas extraordinarias dotes para el cimbreo. Ahí está su clarividente explicación sobre su rosario de mentiras y promesas incumplidas, retomando aquel mantra esgrimido ya en 2021 acerca de los indultos a los españoles golpistas de Cataluña, sobre quienes dos años antes había garantizado que cumplirían íntegramente sus penas. «Sólo he cambiado de opinión», dijo Sánchez entonces y ahora doblemente, repicado por su propio reflejo, Rodríguez Zapatero.

Al escritor siciliano Gesualdo Bufalino, con quien compartimos mi mujer y yo días inolvidables en su recóndito Comiso, le descubrió su paisano Leonardo Sciascia gracias, entre otras, a una novela única, Las mentiras de la noche (Anagrama). Estoy imaginando su grave carcajada, su incrédula mirada bajo sus gafas de pasta, si yo le propusiera rebautizarla como «Los cambios de opinión de la noche» a la manera en que se está revisando hoy a Roald Dahl.

Quién sabe si dentro de pocos años veremos celebrarse congresos científicos con agotadoras sesiones, intensos debates y ambiguas conclusiones, para desmenuzar el significado de este nuevo iluminismo, capaz de sacar de la superstición a quienes, oyéndole decir ahora lo contrario de lo que decía antes, concluyen que el Sánchez de antaño se parece al de hoy como un huevo a una castaña, cuando la realidad es que para el dirigente socialista el huevo y la castaña han sido uno y lo mismo todo el tiempo.

El legado intelectual de Sánchez no será, ni de lejos, aquella tesis doctoral tan impúdicamente aprovechada por autores que osaron escribir antes que él, sin citarle, tan sesudas reflexiones sobre la diplomacia económica. No, su legado es el de dar una patada al tablero de la eterna pugna entre la verdad y la mentira. Ya no hay tal pugna, ni importa tampoco cómo afecten la una y la otra a los ciudadanos, por ejemplo, en sus decisiones electorales.

¿Cuántos de los que votaron a Sánchez lo hicieron creyendo aquello que propugnaba antes de sus pretendidos cambios de opinión con los cambalaches con ERC sobre los indultos a los golpistas, la derogación del delito de sedición y la rebaja del de malversación, el abrazo con Bildu o la formación de gobierno con Podemos?

Porque con Sánchez siempre fueron antes las mentiras que los cambios de opinión. Con las primeras abrió la puerta a los segundos, logrando que sus socios cambiaran de opinión a la hora de brindarle el apoyo suficiente en su moción de censura, después en su investidura y más tarde en su permanencia en la Moncloa y demás aposentos anexos y alados. Y luego le viene a dar lecciones de moral sobre pactos a Feijóo.

Entre el sendero que se bifurca entre las dos tiranías, la de la verdad absoluta y la de la pura mentira, Sánchez ha encontrado la salida más acorde con su visión de la política: convertir la sinceridad o el engaño en un simple estado cambiante a beneficio propio, sin importarle lo más mínimo cómo perciben o padecen los demás sus mutaciones, incluidos los más afines. Sánchez sólo se ha sentido forzado a vender sus cambios de opinión como una verdad absoluta cuando se ha visto perdido en el camino de sus puras mentiras.

Ya no interesa la distinción entre lo real y lo ficticio, pues nada existe sino las oscilaciones de la autopercepción del que se mira al espejo cada mañana para decir según le convenga: «Hoy he cambiado de opinión». Y para afirmar a continuación: «Y también van a creerlo los demás». Ahí está, según Nietzsche, el dilema: «El visionario se miente a sí mismo, el mentiroso solo a los demás».

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