Buscando el cobijo del Rey

Buscando el cobijo del Rey

Lo primero es antes que nada. Y son dos cosas. La primera. La libertad de expresión ampara justamente la libertad de expresión; la segunda, que no son de recibo varas de medir distintas para situaciones similares, lo diga la Ser o su porquera.

Resulta que la celebrada hostia a Mariano Rajoy en Pontevedra resultó “legítima expresión de un ciudadano indignado”, mientras que los silbidos generalizados a Sánchez una conjura antidemocrática levantada contra un jefe de Gobierno que antepone sus intereses ilegales (Tribunal Constitucional) en determinados casos al cumplimiento íntegro de la ley.
Escrito lo anterior, tengo que decir y digo, que la mejor forma de protesta en democracia es gritar en silencio y civilizadamente ante las urnas. La papeleta electoral es el mejor y más definitivo vozarrón para mandar al averno a dirigentes ineptos, aprovechados o falsarios.

Como pertenezco a aquella joven generación que hizo posible el milagro de la Transición, no me gustó lo que oí en los lares de la Castellana. Incluso en el repudio hay que mantener mesura, formas y maneras.

Lo del pasado 12-O en el madrileño Paseo de la Castellana tiene su aquel. Por los aledaños monclovitas todo el mundo conoce el pánico que embarga al señor presidente cada vez que se expone al contacto directo con el respetable. ¡Se lo llevan los diablos! Retuerce la mandíbula, se contrae y su vocabulario corporal lo dice todo. De ahí, que desde el Gabinete de la Presidencia se estudiara con todo detalle cómo evitar males mayores al respecto. Llegó un minuto antes que el Rey, mimetizándose con el paisaje otoñal y tratando en todo momento de escenificar una cohabitación que en realidad es tan fake como sus promesas diarias. Desde la restauración democrática no ha conocido España un primer ministro con menos respeto por el jefe del Estado. Amigo, pero la ocasión la pintan calva.

En su cortijo mediático particular, un balbuceante Fortes, hay que devolver favor por pluses, trata de quitar importancia a la protesta recurriendo a “lo de siempre” en estas ocasiones cuando su colega recuerda el abucheo. Siempre hay que acudir en socorro del vencedor, sobre todo, cuando de su voluntad depende tu vida y tu hacienda.

¿Puede un jefe de Gobierno seguir al frente cuando la calle le rechaza? Evidentemente, sí. La cooptación -a tenor de la Constitución- de un primer ministro no depende de los decibelios de una protesta callejera; ni de los aplausos extendidos en las ocasiones. Depende, es la democracia representativa frente a la “popular” con su más que histórica superioridad moral, la que manda en base a la voluntad mayoritaria del pueblo.
Dicho lo cual, no deja de resultar patético, incluso irónico, que un jefe de Gobierno que ha dejado en multitud de ocasiones al pairo al jefe del Estado, necesite su cobijo cada que ambos coinciden juntos en la calle.

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