El ‘bandolerito’ de Moncloa no va a caer

El ‘bandolerito’ de Moncloa no va a caer

La verdad: los bandoleros españoles no eran en general unos tipos adorables, algunos eran directamente unos forajidos. No fue el caso de Curro Jiménez, el apóstol sexual de la mayoría de nuestras féminas de la Transición. Ahora, que se sepa, ya no hay irados a caballo por Sierra Morena. Están en política, pertrechados en despachos que les pagamos los tontos del haba que aún les votamos. El Yeti arrebatacapas de Koldo no es un bandolero, ni siquiera un ayudante que atusa las herraduras a los rocinantes; es -me lo ha dicho así alguien que le ha sufrido muy bien en Navarra, se conoce que como vigilante de puticlubs de carretera- que Koldo es un papanatas, pero, eso sí, que posee una condición sobresaliente: cuenta los billetes con la celeridad del cajero de Al Capone.

Los bandidos del sanchismo son el electricista Santos Cerdán, que lejano ya a los enchufes que puedan dar corriente, trabaja con los que dan posición, dinero e influencias. El siguiente es el caído Ábalos, un ser de gesto hosco y palabra siempre agresiva, al que su amo y señor, el que viajaba en el asiento de honor del coche que él le proporcionaba, le ha puesto de patitas en la calle. Y no con la intención falaz de limpiar de basura la casa del tipógrafo Pablo Iglesias, no simplemente para lograr que la escoria se la lleve el amanuense que durante años le ha hecho todos los favores posibles, incluidos, se supone, los más íntimos.

La única preocupación que ha asolado estos días el ánimo del tercero en discordia, de Pedro Sánchez, bandolerito de Moncloa, es precisamente ésta: no verse precisado a desalojar la cueva política donde se perpetran todas las fechorías contra España. Sánchez tiene una bibliografía de caídos impresionante; les ha ido destrozando sin despeinarse, con la misma frialdad que aquel Padrino fabuloso de Marlon Brando, sentenciaba: «¡Encárgate de ese!».

«Ese» ahora ha sido el infortunado Ábalos al que, según escribía el lunes el Pravda sanchista, se le ha hurtado una solución personal porque está forrado, ya lo verán, aunque el hombre, un enamorado del matrimonio sucesivo, tiene más bocas que alimentar que el Capitán Trapp. Aunque eso, la penuria -quizá se sepa pronto-, no reza con alguno de los miembros del clan que se forró el riñón coincidiendo con la pandemia de la Covid. ¿Cómo? Esperemos acontecimientos. Mientras tanto, se ha constatado una nueva evidencia: el desparpajo de los socialistas no tiene límites, ni conoce fronteras. Sólo es comparable a la inmensa baraka que les ha asistido hasta el momento y que ahora parece que les ha abandonado. Porque, fíjense cómo ha sido desplomado Ábalos aludiendo a la responsabilidad que ha quebrado, pero, veamos: ¿quién encumbró a este sujeto hasta el segundo puesto del partido? ¿Quién le hizo ministro? ¿Quién le mantuvo en las listas parlamentarias incluso después de haber sido advertido de las guarradas que realizaba? Ese «corte de responsabilidad» según el cual el escándalo se termina en el susodicho es una auténtica mangancia intelectual exhibida, sobre todo, por el causante de todo este procaz embrollo. Aquí de lo que se trata es de salvar al bandolero Sánchez, bandolerito de Moncloa, en el Parlamento donde, una vez más, ha hecho gala de su descomunal desahogo, y ante la opinión pública que ya cuenta cómo este país puede prescindir de él.

Algo, sin embargo, que no va a pasar. ¿Por qué? Muy fácil, porque sus socios, por muy deteriorados que estén, vulgo Junts o el PNV, le necesitan para seguir estrujando al Estado y de paso, si pueden, para volar la España Constitucional del 78. Junts es un partido rabioso, descabezado además por la peripecia patológica de su principal preboste, además del forajido Puigdemont, un partido escocido porque un corrupto de discoteca putera ha anulado la actualidad de la amnistía, de forma que ahora mismo nadie habla de tal asunto. Al PNV no le llega la camisa al cuerpo; está clamorosamente callado como un difunto en este cutre asalto a las arcas públicas de Koldo y sus secuaces, pero a nadie se le olvida que la corrupción fue su único argumento para traicionar y derribar a Mariano Rajoy y mecerse en los brazos de Sánchez, al que han sacado hasta los higadillos.

Ambos, Junts y el PNV, no van a dejar caer a bandolerito de la Moncloa, porque si no sus aspiraciones se van directamente a la mierda, y perdóneseme el vulgarismo. Sánchez, el pregonero de la necesidad virtud, se vale de las precisiones y urgencias de sus desalmados independentistas y por eso sigue en su poltrona. Se ha pegado un trompazo histórico en Galicia, le ha estallado un inmenso caso de corrupción que afecta a unos cuantos ministerios (escribo «cuantos» porque a lo mejor en un minuto surge alguno más), tiene al campo en la calle porque le ha estafado, le ha mentido y le ha llevado a la ruina, están las instituciones degradadas como una braga checoslovaca de antaño y los jueces y fiscales andan encabritados porque les ha convertido en objeto de su enorme inquina…

¿Seguimos? No, ¿para qué? En estos días pasados, repasando aquel discurso dolido de Adolfo Suárez en el que justificaba su dimisión, todos nos decíamos: «Pero, hombre, ¡por Dios!, ¡si aquel presidente no tenía razón alguna, al lado de éste, para abandonar el poder!», claro que no. Llegarán, porque van a llegar pronto, las elecciones vascas en las que el PSOE se va a quedar como fuerza poco menos que residual, vendrán las europeas en las que, lo verán, Sánchez se meterá un golpazo sin precedentes, pero a él le dará igual. Y ¿saben ustedes por qué? Pues porque él ya ha renunciado incluso a la permanencia del PSOE como tal, lo está disolviendo por lisis mientras ensaya la gran alianza de la izquierda, un remedo de aquel asesino Frente Popular de la II República en el que va a converger una coyunda de indeseables partidos zurdos, leninistas y secesionistas que pretenden instalar una dictadura feroz, al estilo de la del criminal Maduro, donde la democracia sea sólo un credo nostálgico.

Por eso, porque bandolerito de Moncloa tiene como objetivo convertir en realidad este proyecto, no va a abandonar su presidencia ni con agua caliente. La leyenda cuenta de un bandolero especialmente cruel, perseguido hasta la extenuación, El Barbeta, que exclamó antes de ser ajusticiado: «No os dejo nada para repartiros». Siglo, creo, XVII. ¿Qué cosa más actual verdad?

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