Mi bandera, la libertad
Con motivo de la final de la Copa del Rey de fútbol hemos presenciado el espectáculo de quienes se empeñan en crear controversia y división entre la ciudadanía. No me refiero a los que querían exhibir banderas esteladas, sino a la delegada del Gobierno en Madrid y al batallón que aplaude las decisiones que tienen la intención de limitar los derechos fundamentales de los que no piensan como ellos. Consideraba Dancausa que portar banderas independentistas promovía e incitaba al odio, a comportamientos violentos o terroristas, o que constituían un acto de desprecio hacia otras personas que participasen en el espectáculo deportivo. Como si la estelada pudiera ser objeto de la ley 19/2007 contra la violencia, racismo, xenofobia e intolerancia en el deporte, dio la orden de prohibirlas.
Estas personas deberían mirarse el Manual de Simbología publicado por la Oficina Nacional de Deportes antes de formar semejante follón y que tenga que venir un juez a desautorizarles, como finalmente ha sucedido. No fuimos pocos quienes, ante tal exageración y manipulación de la ley, expresamos nuestro rechazo a este tipo de criminalización de la libertad de expresión. Porque reivindicar un sentimiento independentista no supone odiar a aquél de quien te quieres independizar. Los catalanes que no se sienten identificados con el Estado español tienen derecho a expresarlo, siempre de manera pacífica -mostrar la estelada lo es-. Precisamente la prohibición, el sometimiento y la limitación de derechos tan básicos como expresar lo que uno siente (sin que suponga odiar o agredir) genera un aumento del malestar social, polarización de los puntos de vista aumentando las diferencias.
Cabría pensar si precisamente no son Dancausa y compañía quienes se benefician de tal enfrentamiento -aprovecho así para invitar al lector a que investigue quién se beneficia económicamente cada vez que se vende una estelada-. Nunca he sentido pasión por ninguna bandera, pero sí un profundo respeto por lo que representan aquéllas que simbolizan para miles de personas una lucha fundamentada en ideales y valores que respetan los Derechos Humanos. Es curioso cómo se pretende someter un nacionalismo con otro nacionalismo. Planteé públicamente que, ante la ocurrencia de Dancausa, debería imperar la solidaridad y la defensa a la libertad de expresión. La respuesta que he recibido por aquéllos que hablan de unidad del país, de sacrosanta Constitución, de orden y de ley, han sido amenazas, insultos, y ningún argumento.
No he escuchado a Leguina (quien me insulta sin mayor argumentación en distintos medios) ni a quienes le acompañaban, poner el grito en el cielo por la manifestación recientemente celebrada en Madrid donde grupos de extrema derecha cantaban contra los extranjeros y contra los refugiados. A esos deben considerarles muy inteligentes las Dancausas y los Leguinas, a pesar de que ellos sí (y no los de la estelada), están cometiendo un delito de odio, promoviendo la xenofobia y el racismo. Como decía Voltaire, no es necesario que yo esté de acuerdo con lo que usted dice, pero sin duda me pelearía para que usted pudiera decirlo. Insúltenme aquéllos que tiemblan al imaginar que la libertad pudiera existir, que con sus planteamientos van marcando un claro sendero por el que las personas de paz caminaremos con más fuerza.