El ‘backlash’ de la lengua catalana
Hace algunas semanas, publiqué un artículo titulado ‘Ganar el patio o ganar el mundo’ donde trataba de exponer las razones por las que en mi opinión la política lingüística de los sucesivos gobiernos catalanes ha ido más en detrimento de los derechos de los catalanes de lo que ha tenido de positiva para la lengua. Ha actuado en contra del vínculo necesario de empatía que debe producirse para que una lengua arraigue y permanezca en una comunidad. Incluso personas de lengua materna catalana, nacidos en el seno de una familia catalana y criados en su cultura popular, experimentábamos desde hacía tiempo la terrible sensación de estar siendo manipulados a través de nuestra lengua. Que, simplemente por hablar catalán y vivir con naturalidad los matices de nuestra cultura (que tanto tienen en común con las particularidades de tantas idiosincrasias españolas), el establishment secesionista catalán daba por supuesto que pertenecíamos “a los suyos”.
Esto ha sido corrosivo para el propio catalán. Reconozco que, en los momentos de mayor presión del poder separatista, cuando más inquietos y asustados estábamos ante la deriva de la situación política y social, muchos llegamos a sentir desazón usando nuestra lengua familiar. Como si los tentáculos de los fanáticos, de los sectarios, incluso de los golpistas pudieran alcanzar nuestra esfera más privada a través de ella. Como una película de terror distópico en la que nuestra voluntad se alterase por un poder frío y determinado, indiferente a nuestra voluntad, bienestar y deseos. En momentos de repulsa e indignación, empezamos a sacrificar peones, como responder que preferíamos utilizar el castellano cuando nos preguntaba el servicio automático de un banco, de una empresa de servicios, o el call center de la aseguradora. Esto está más generalizado de lo que la conjura separatista imagina.
Hay un término anglosajón que me viene a la cabeza. Me refiero a ‘backlash’, que según la Wikipedia se traduce en castellano como «una respuesta negativa en contra de algo». Convertido en un concepto sociológico, se refiere a la aversión de una parte de la población contra algo que tuvo recientemente gran popularidad o que se puso de moda. La omnipresencia de un concepto (hype), a causa de su excesiva publicidad, unido a la desproporción de las expectativas generadas, suele causar rechazo y deseo de cargárselo.
En Cataluña, ese ‘backlash’, no sólo viene originado por la saturación y el abuso. En nuestro caso está reforzado por el miedo. No es hartura de unos personajes, de unas series de moda, de unas tendencias. Es temor de la situación política, social, económica y de convivencia. Es temor a las consecuencias deletéreas de una ideología que pretende imponerse pasando por delante de la realidad, del sentido común y de la voluntad de más de mitad de la ciudadanía.
El miedo que nos dan las proclamas “Ho tornarem a fer” (“Lo volveremos a hacer”), como la determinación muy poco disimulada de seguir acrecentando esa presión en el patio. Plataforma per la Llengua, una ONG bien regada que espió a niños en 50 escuelas en Cataluña para valorar hasta qué punto se hablaba catalán en los patios, pretende volver a la carga. Al parecer quiere recoger 30000 euros para una “campaña de sensibilización” para “promover el catalán en patios e institutos”. No van a tolerar la realidad de que “sólo el 15% de las conversaciones infantiles y juveniles se dan exclusivamente en catalán”. A eso también se unirá una nueva campaña para delatar a los comercios y empresas que no se plieguen a la dictadura lingüística que busca la separación social.
No se confundan, se trata de imponerse políticamente, no de un interés genuino por la promoción de una lengua que, en plena reacción de autodefensa, va a perder muchísimo con ello.
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