Tras el atentado fallido a Trump la renuncia de Biden

Biden y Trump, Kamala Harris, Estados Unidos

Aunque en el caso de Biden no ha sido un escándalo de corrupción lo que ha provocado su forzada renuncia a presentarse a la reelección el próximo 12 de noviembre, sí que por su trascendencia política y mediática, evoca el caso sucedido durante la presidencia de Ricard Nixon, en la primera mitad de la pasada década de los 70, y que en la Historia es el escándalo o caso Watergate. El robo de documentación de la sede nacional del partido demócrata en sus oficinas del edificio Watergate, en Washington DC, el 17 de junio de 1972, no le impidió la reelección en noviembre de ese año, pero sí acabó con la dimisión del presidente republicano dos años después, en 1974.

Su sustituto, el vicepresidente Gerald Ford, le indultó inmediatamente, pero no así a los numerosos implicados y condenados por aquel delito con los intentos posteriores de encubrimiento. El caso de Biden tiene en común con aquel otro, que ambos presidentes, Nixon y él, se vieron obligados a dimitir uno de ellos, y a no optar a la reelección contra su voluntad, el otro.

También comparten la gran difusión que está teniendo la forzada renuncia de Biden, que apenas la semana pasada había expresado públicamente su clara decisión de volver a ser candidato para seguir en La Casa Blanca. Tras el ya célebre anterior debate con Trump- solicitado por los demócratas- quedó en evidencia su incapacidad para ejercer en condiciones la enorme responsabilidad que conlleva la presidencia de los EEUU, lo que ya era de general conocimiento por la opinión pública, y no solo de la estadounidense.

Su reciente intervención en la clausura de la cumbre de la OTAN en Washington conmemorando el 75 aniversario de su fundación, confundiendo a Zelenski con Putin y a su vicepresidenta, Kamala Harris, con Trump, le puso la puntilla a su deseo de continuar. No parece que su familia le haya ayudado en este dramático trance con la situación procesal de su hijo Hunter, condenado por un delito vinculado a las drogas, ni tampoco su mujer mitineando a favor de las «magníficas condiciones» de su marido para seguir en la Casa Blanca.

Ahora el foco está colocado en la vicepresidenta Harris, a la que apoya Biden, lo que tampoco es un aval de especial fortaleza para su eventual designación, que debe formalizar la Convención Nacional Demócrata que se reúne entre el 19 y el 22 de agosto próximo en Chicago. La prueba de que no goza de especial predicamento su candidatura, está en que mientras Bill y Hillary Clinton la apoyan, Barack Obama la cuestiona claramente. No se sabe si porque opta por su mujer, Michelle, o por otra razón, pero refleja un estado de opinión hacia ella por parte del partido Demócrata y de una parte no menor de su electorado.

Es también objeto de análisis la coincidencia de esta forzada renuncia de Biden con el incremento del apoyo hacia la candidatura de Trump tras el fallido intento de magnicidio contra él. Rodeado además de unas circunstancias nada claras, hasta el punto de que el Servicio Secreto – unidad de élite encargada de la seguridad de los presidentes y ex presidentes- ha debido pedir disculpas públicas por los fallos que rodearon al atentado, anunciando una investigación interna.

El mundo progresista está muy preocupado ante la posibilidad de un eventual retorno de Trump a La Casa Blanca, ahora haciendo ticket electoral con el senador Vance, joven católico converso y poco «políticamente correcto» en sus convicciones sobre la defensa de la vida y la ideología de género en el ámbito moral, y la política de inmigración y la defensa de la identidad nacional estadounidense. Por de pronto, Zelenski ha invitado a Kiev al candidato Trump, comprometido a acabar la guerra en Ucrania al regresar a la Casa Blanca. Si las predicciones electorales se confirman y ello sucede, la política en la UE y la OTAN va a experimentar un cambio de trascendencia, donde las políticas que defienden primeros ministros como Meloni y Orbán entre otros, van a tomar impulso. Sin duda en detrimento de las tan  progresistas de Sánchez, pactadas con los progresistas Otegi y Puigdemont.

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